La culpa es un sentimiento que permite adaptarnos en la sociedad para convivir, al hacernos conscientes de los sucesos derivados de nuestras acciones; por lo que puede funcionar para modificar de forma positiva nuestra conducta al revalorar los aspectos negativos de nuestros actos, como el “tocar fondo”. Aunque también podría convertirse en un proceso autodestructivo, la llamada culpabilidad mórbida con sus extremos: depresión a causa de los excesos, y el perfeccionismo derivado de sentirse insuficiente. Por otra parte, la culpa no es algo meramente personal, sino que también es un fenómeno social, que puede presentarse como mecanismo de control o liberación.
Durante una sesión sobre perspectiva de género en el Colegio de México, recuerdo que varios estudiantes comentaban que en algunos centros de atención para mujeres con diferentes problemáticas, las y los asesores expresaban a las usuarias que primero debían hacer un examen de conciencia para reconsiderar si la violencia o las infidelidades no eran por su culpa, por dejar de arreglarse o no preparar los alimentos con mayor dedicación; en este tipo de casos, la culpabilidad fungía como herramienta para preservar las normas de género inequitativas y evitar la emancipación femenina.
Otro ejemplo de los usos sociales de la culpa se presenta en la política: al PRI se le adjudica la represión de los movimientos ciudadanos y la promoción de las relaciones clientelares en el sector público; al PAN se le cataloga de acólitos del poder de la iglesia católica y de protectores del empresariado egoísta; mientras que al PRD se le tacha de la izquierda incongruente, fanática y siempre bajo teorías de conspiración; imaginarios a través de los cuales se construyen culpables para diferentes sucesos, como la devaluación del peso, la expansión de la violencia, la falta de oportunidades e invasión nociva de los espacios públicos, o sencillamente que ante deudas estatales el responsable es el funcionario inmediato anterior a la transición. Pero tal vez, en estos contextos, la culpa derivada de la honestidad idiosincrática impulsaría acciones para beneficio de una mayor parte de la población, esto, al hacer un recuento de los afectos.
La culpa puede tomar como base un suceso real, causal o imaginario, sin embargo, ¿cómo aprendemos a sentir y liberarnos de la culpa? Esta sería una pregunta a plantear al interior de nuestra comunidad para lograr identificar otros hechos que podrían parecer aislados. En ocasiones se critica a las zonas donde la participación de la mujer en lo público es menor respecto a otros espacios, pero, ¿qué ocurre si los mecanismos de política gubernamental son los mismos? Podría ser que a causa de la educación en la culpa para las mujeres, éstas no quisieran tomar posesión de puestos de alta dirección, o tras asumirlos, terminaran por abdicar al sentirse ególatras por descuidar a la familia o la pareja. Ahora, pensemos en Aguascalientes, uno de los estados que están sobre la media nacional en suicidios; al enfocarnos en las posibles causas de facto, como el desempleo, tal vez estaríamos dejando de lado la educación emocional, y no me refiero a dar clases de abrazos, besos y muchos me quiero; sino el aprendizaje consciente de las circunstancias y condiciones para identificar posibilidades de acción, y es que el ser humano tras asumirse como máxima especie ha olvidado que no tiene el control de todo a su alrededor, e incluso, a veces ni de él mismo.
Tanto la culpa, como la tristeza, la euforia, la ira o el amor, son sentimientos que nos permiten sobrevivir, y por supuesto que han cambiado sus formas de expresión, pero también deben someterse al debate en lo público para analizar sus relaciones con múltiples fenómenos. Por ejemplo, una aglomeración de gente que tras la euforia colectiva puede transformarse en ira, pues al intercambiar un fuerte sentimiento de empatía, puede surgir un detonante de confrontación que vuelque su unidad en un acto de rabia; táctica que se ha observado en movilizaciones como la de México 68, el jueves de corpus de 1971 y 1 de enero de 2013. La información y las emociones son poderes de gran potencial, pero, ¿este poder está en cada sujeto?
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