Durante algún tiempo trabajé en una dependencia gubernamental relacionada con la literatura. Parte de mi trabajo consistía en recibir los engargolados que llegaban para un premio de literatura infantil, asegurarme de que cumplieran con las bases y ponerlos en las cajas que llegarían a los miembros del jurado. Yo no me metía para nada con los contenidos de los libros (para eso estaba el jurado): solamente me aseguraba que el tamaño de la letra fuera el indicado, así como los márgenes, el doble espacio, la extensión total -esas cosas. Obviamente, leía parte de los textos, sencillamente porque una vez que aprende uno a leer no puede volver a ver las letras como dibujitos sin significado (al menos yo nunca pude meterle reversa a ese aprendizaje, y miren que lo intenté), así que me daba cuenta, al menos un poquito, de cómo estaban escritos. Y debo compartirles mi enorme sorpresa al concluir, luego de varios años de realizar ese trabajo, que una aplastante mayoría de los libros enviados al concurso eran muy malos. Torpes. Mal escritos. Sentenciosos. Alguien podría esgrimir que así pasa con todos los concursos, sean de cuento infantil o de ensayo literario o crítica de artes plásticas: que siempre llegan un montón de textos que ni al caso y uno que otro bueno. Pero no, eso no es consuelo, simplemente porque, en mi experiencia, no es verdad: también me tocaba recibir los trabajos que iban al premio de Cuento A Secas (no para niños), el de Primera Novela, el de Novela A Secas e incluso los de Ensayo y Crítica de Artes Plásticas. Según el informal muestreo que hice, llegaban trabajos más descuidados al Concurso de Cuento Infantil que a todos los demás. Por supuesto, también llegaban cosas muy bien escritas, que conste. A veces los miembros del jurado se tenían que echar sesiones kilométricas porque tenían hasta diez candidatos a ganador (algo que no pasaba en el de Poesía o en el de Novela Larga). Pero proporcionalmente llegaban más textos malones ahí que en los otros premios.
Yo, fanática irredenta de la literatura infantil y juvenil (LIJ, para los cuates), me moría de curiosidad: ¿por qué pasaría eso? Así que paré bien la oreja una vez que dos personas que llevaban trabajos para ese concurso se sentaron junto a mi escritorio a esperar que les imprimieran el acuse de recibido.
–Yo nunca había escrito nada, así que pensé: hay que empezar por lo fácil, por eso hice el libro para niños –dijo una de ellas.
–Yo ya tengo varias novelas y dos poemarios –presumió la otra– pero se me fue el tiempo y cuando me di cuenta, faltaban dos semanas para el cierre de la convocatoria. Y dije chin, hay que hacer un maquinazo. Que sea algo sencillo, algo para niños.
Obviamente no les dije nada, traté de que ni se notara que los estaba oyendo, pero lo cierto es que, como la fan irredenta que ya admití ser, los odié un poquito. ¿De dónde sacaron esa idea? ¿Quién les dijo que escribir para niños o adolescentes es poca cosa? Grrr.
Pasó el tiempo, dejé esa chamba, florecieron los cerezos y todo eso. Entretanto, cada cierto tiempo me entero de gente que piensa que escribir LIJ es fácil: no falta el “autor serio” que decide “darse vacaciones” escribiendo “cuentitos para niños” (como si los que escriben LIJ fueran clones del pitufo bromista, siempre en la fiesta y la vacación, o como si no hubiera lectores exigentísimos entre los niños, capaces de criticar no sólo cuentitos, sino también novelones de 500 páginas). También me ha tocado enterarme de “celebridades” que deciden “incursionar en el mercado editorial” y como “tienen poco tiempo” optan por “escribir para los más pequeños” (aunque yo sospecho que algunos de ellos tienen tan poco tiempo que nada más firman lo que alguien más les escribe). Otro caso frecuente es el de los “educadores” que optan por escribir “lecciones morales que tanta falta hacen” disfrazadas de literatura. En general, lo que he visto publicado en cualquiera de estas vertientes, tiene en común un desprecio enorme al público al que se supondría que quieren llegar. Y eso es muy triste, sobre todo porque hay autores que le meten calidad y esfuerzo a la LIJ, con el argumento de que precisamente porque es algo para niños o adolescentes hay que echarle todavía más galleta.
Pero no me malinterpreten por favor: me parece muy bien que autores “serios” (lo que quiera que eso signifique), celebridades, pedagogos, mamás, tíos, estudiantes, físicos, periodistas, adultos mayores, menores y medianos, en fin, que todos los que tengan interés en la LIJ se animen a incursionar en ella y explorarla: mientras más, mejor. Siempre y cuando lo hagan con honestidad y respeto. Y sabedores de que no es tan sencillo, así que tendrán que dedicarle un buen rato si quieren que les quede algo bien hecho.
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