Las lluvias del invierno cesaron y encapotado sigue el cielo antes claro. El abrigo no puede ser olvidado en el desván de los tiliches o los guantes extraviados en el cajón de los recuerdos. Un nuevo ciclo ha llegado. La Ciudad equitativa de todas y todos reclama una vuelta a su origen: la Ciudad de la gente buena. Y mientras la fe nos dicta que el bien y la misericordia nos seguirán todos los días de la vida, le cantamos al tiempo las historias que guardamos en la memoria.
En el año nuevo que se anuncia, no hacen falta los pajes que con voces graves estimulen su arribo. El cielo sigue nublado, y cansado ha llorado lágrimas de temporal, y se ha tomado una decena de días y noches largas para animar los cuerpos y corazones de una Ciudad que entristece por quienes se van y se alegra por quienes vendrán.
Es un guardián de los zapatos finos que camina sobre las alfombras y recibe un trabajo temporal y, en silencio, se aleja a su discreta labor. Y facilita el acceso al viejo cajón que vigila con celo las botas altas, duras y antiguas, mientras las calles mojadas e inundadas se transforman en ríos con la fuerza de las tormentas, el taladrar del chipichipi, y el rocío de un helado amanecer.
Hoy comienza una nueva etapa de vida, y por eso andamos abrigados por los senderos departiendo parabienes y ¡mis mejores deseos! Y para que se escuche bien, también gritamos: ¡Que vengan así mayores inundaciones; que lleguen tiempos nuevos; que sirvan los que llegaron; y quienes se fueron reencuentren motivados las veredas que otros ya pisaron!
Este invierno inspirador, y motivador a veces. Temporada del abrazo, el aliento, y la camaradería. Un punto de encuentro de extremos que nos invita a la tregua, la cordialidad y la paz. Amigos que han muerto y otros que nacen. Un húmedo y breve espacio de conciencia humana para vivir, servir y presidir una estrecha reflexión del llamado a la inteligencia.
Entre lodazales de barro arrastrado por las tormentas invernales, un nuevo ciclo comienza, y se reinaugura la vieja Ciudad de la gente buena, Aguascalientes; una Ciudad que, a pesar de la lluvia, no olvida las desigualdades y los afanes de la vida.