La conjura de los perritos calientes / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
17/11/2024

A finales de los ochenta mi padre leía un libro que le habían prestado y recomendado con devoción. No era raro que él leyera, pero sí que riera en solitario. Es excelente, decía entre folios. Por supuesto, cuando lo terminó me lo extendió y dijo: debes leerlo. Tomé el ejemplar: una edición de Anagrama España, el clásico de color amarillo mantequilla, medio oficio, con un grabado curioso en la portada. Mi padre tenía razón, no sólo en lo de reír en solitario sino en catalogar La conjura de los necios de John Kennedy Toole como una lectura obligada.

Tras leer este libro, los carritos de hot dog cobraron otro sentido: el de evocar a Ignatius cada vez que me topaba con uno. Las palabras sobran para conjurarlo: salchichas, hot dogs, jochos, perros o perritos calientes. Es un clásico de la comida rápida. Pero no es tan novedoso como creemos, toda vez que las salchichas son una de las formas de conservación de alimentos más antiguas que se conocen, y el pan ha servido como plato desde antes del medievo. Sin embargo, lo que lo hacen único es la unión de ambos ingredientes y sus aliños específicos.

—No me interprete mal, hijo. No soy mala persona, pero no me queda más remedio que hacer lo que hago. Llevo diez años intentando convertir Vendedores Paraíso en una empresa respetable, pero no es nada fácil. La gente menosprecia a los vendedores ambulantes. Creen que éste es un negocio de vagabundos y borrachos. Es difícil encontrar vendedores decentes. Luego, cuando encuentro a algún tipo decente, van y lo asaltan los delincuentes. ¿Por qué tiene Dios que poner las cosas tan difíciles?

En 1987, la ciudad de Frankfurt celebró el 500 aniversario del hot dog. Los locales aseguran que la salchicha frankfurt fue creada ahí en 1487. Pero los vieneses de Austria alegan que su ciudad es la cuna que vio nacer al mentado bocadillo. Las historias de su origen varían, así como las referencias a su llegada a América y su difusión. Lo cierto es que el perrito caliente es un lienzo en blanco -bueno, con una salchicha- en el que se puede colorear con los ingredientes de cada región, para mandarlo de regreso al mundo entero. Las variaciones se antojan infinitas.

De entrada, podríamos creer que un perrito caliente resulta ordinario y que es impensable como leitmotiv para una narración. Menospreciamos la comida rápida porque la hemos asociado a la comida poco saludable. No sé, una comida rápida bien podría ser una manzana, y un platillo elaborado con todas las de la ley puede taponearnos las venas con colesterol. Creo que depende de los ingredientes que se usen: un pan recién horneado, un embutido magro, aliños orgánicos y un poco de pico de gallo (jitomate y cebolla picaditos) para darle frescura, unos pepinillos para darle verdor, y algo de queso por aquello de la osteoporosis. Así ocurre con la literatura: no es el qué sino el cómo. Antes de Ignatius, sonaría absurdo escribir sobre un carrito de hot dogs, lograr inmortalizarlo y darle otro espíritu a tan sencillo platillo. Así ocurre con las palabras: las hay sencillas o bien que se antojan poco literarias. El arte radica en la combinación que se haga.

—Bueno, le doy una docena de salchichas -abrió otra tapa que había encima del panecillo metálico-. Aquí le meto un paquete de panecillos. ¿Entendido? Luego, cerró aquella tapa y abrió una puertecita lateral situada en la resplandeciente salchicha roja.

—Aquí hay una latita de calor líquido que mantiene calientes las salchichas.

—Dios santo -dijo Ignatius con cierto respeto-. Estos carros son como rompecabezas chinos. Sospecho que me pasaré la vida abriendo la trampilla que no es.

El viejo abrió aún otra trampilla, situada al fondo de la salchicha.


—¿Y ahí qué hay? ¿Una ametralladora?

—Aquí van la mostaza y la salsa de tomate.

Años después compré mi propio ejemplar, siempre de Anagrama, pero en su colección de compactos que es más colorida. Me sacó una sonrisa el descubrir que habían conservado la misma imagen de la vieja edición, pero que estaba rodeada de un amarillo mostaza -no de Dijon, sino de la tipo americana, la que para mí es la clásica de un hot dog. Se antoja abrir el libro por la mitad, como un panecillo, e imaginar todos los ingredientes transformados en letras: sabrosos, humeantes, listos para que las retinas los devoren.

Por supuesto que La conjura de los necios trata sobre más que los carritos de hot dogs: es inmensa, como Ignatius, e inolvidable. En verdad espero que el lector voraz busque el libro y cree sus propias asociaciones. Como toda comida rápida, esto es sólo una probada.

—Oh, qué detalle -la señora Reilly bajó la vista hacia su traje de fiesta, de tafetán verde-. Ignatius me preguntó por qué llevaba un traje de fiesta para ir a la novena. Estaba sentado en su cuarto escribiendo disparates y le digo «¿Qué estás escribiendo ahora, chico?». Y él dice: «Escribo sobre lo que es ser vendedor de salchichas.» ¿Verdad que es horroroso? ¿Quién va a querer leer una historia como ésa? […]


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