Hong Kong, República Popular de China. 10 de enero de 2014. Cojeando, supurando de sus heridas y con el rostro amoratado, la trabajadora doméstica de origen indonesio, Erwiana Sulistyaningsih, arrastra su torturada humanidad por los pasillos del aeropuerto. Su empleador y verdugo, Law Wantung, deposita en las manos laceradas de Erwiana 100 mil rupias (8.40 dólares estadounidenses) y le dice: “conozco a mucha gente en Indonesia, si dices algo mandaré asesinar a tu familia”.
La escena arriba descrita sirve como introducción al presente artículo, el cual tiene por objetivo explicar al amable lector el marco legal que protege a los trabajadores migrantes a nivel mundial y ahondar en la historia de Erwiana.
La Convención de los Trabajadores Migrantes de 1975 fue establecida por la Organización Internacional del Trabajo con el fin de que los miembros signatarios respetaran los derechos humanos básicos de todos los trabajadores migrantes. El artículo 11 del precitado documento describe al trabajador migrante como “una persona que migra o que ha migrado de un país a otro para ser empleado e incluye a cualquier persona admitida como trabajador migrante”.
Quince años después, en 1990, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la Convención para la Protección de los Derechos de Todos los Trabajadores Migrantes y los Miembros de sus Familias. El objetivo primario del convenio es fomentar el respeto a los derechos humanos de los migrantes.
Para la ONU, los migrantes no son sólo trabajadores, también son seres humanos. La Convención no crea nuevos derechos para los migrantes pero tiene como objetivo garantizar equidad en el trato y lograr para los migrantes, las mismas condiciones laborales de que disfrutan los trabajadores de la nación huésped.
Para el entonces secretario general de la ONU, Koffi Annan, el documento en cuestión era primordial pues “necesitamos entender mejor las causas de los flujos internacionales de gente y su compleja interrelación con el desarrollo”.
Por último, la globalización ha disminuido las barreras y permitido un mayor flujo de los factores productivos (aquí se incluye al trabajo). Esto ha devenido en que, de acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo, para el año 2005 el número de trabajadores migrantes se calculaba entre 180 a 195 millones de personas.
En Hong Kong, lugar de la ordalía de Erwiana, hay cerca de 330 mil trabajadores extranjeros trabajando como empleados domésticos -la mayoría son mujeres que provienen de las zonas rurales de Indonesia y las Filipinas. La generalidad de estas jóvenes son engañadas por agencias de colocación de Hong Kong, las cuales les “prometen el oro y el moro”, pues les dicen que trabajarán para “patrones acaudalados que las tratarán bien”.
Nada más falso: Erwiana no tenía derecho a descansar, estaba confinada al departamento de su patrón y sólo la alimentaban diariamente con arroz cocido. Tras no recibir pago por su primer mes de trabajo, la mucama indonesia escapó y se quejó con la agencia que la contrató. Sin embargo, fue convencida de regresar y a partir de entonces fue sometida a una orgía de violencia. Finalmente, tras quedar convertida en una piltrafa, su patrón la “indemnizó” y la envió de regreso a su natal Indonesia.
Para Amnistía Internacional, los casos como el de Erwiana no son aislados pues la vulnerabilidad de los trabajadores migrantes es reforzada por “leyes laborales discriminatorias y una aplicación reticente de la ley” (Al Jazeera 19/01/2014).
El domingo 19 de enero próximo pasado, al grito de ¡Somos trabajadoras, no esclavas! cinco mil trabajadoras domésticas salieron a las calles de Hong Kong para protestar contra el brutal trato dado a Erwiana. Hasta el momento de concluir el presente escrito, no se había presentado una acusación formal contra el patrón de la empleada indonesia.
Mientras tanto, Erwiana tiene el cerebro hinchado -por los golpes recibidos en la cabeza- varios dientes rotos, una nariz fracturada y sus manos y pies están cafés y tumefactos.
Tras conocer la historia de Erwiana, sólo cabe preguntarse: ¿Cuántas Erwianas provenientes de Chiapas y Oaxaca habrán sufrido historias similares en la Unión Americana o en el norte de México? ¿Habrá mejorado algo la condición humana desde que Hannah Arendt, André Malraux y José Ortega y Gasset escribieran sobre ella?
Aide-Mémoire.- Si George W. Bush era dipsómano, Barack Obama salió marihuano, y aún así se autoproclaman los “líderes del Mundo Libre”.
Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.