El amargo bien-estar de parir / Piel curtida - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Una mujer en su 16ª semana de embarazo me comentó sobre lo sorprendente de este rito de paso, más público que personal, con el que ha ingresado a un grupo femenino más selecto, en el cual todas las integrantes manifiestan que el engendrar es la experiencia más placentera y satisfactoria que puede vivirse, aunque también se recuerdan como Evas desterradas en el mito judeo-cristiano, pues llegan a expresar los dolores antes, durante y después del parto; y aunque no se comenta abiertamente sobre los desgarres o cortes vaginales en el parto natural, sí sobre el goce de tal mutilación.

Al hablarme sobre los movimientos de Megamente (por la forma actual del feto), expresó su disgusto por la cantidad de gases intestinales y la sensación de querer orinar por cada movimiento en el útero, así como el dolor en los pechos; aunque también aceptó el gusto por observar el crecimiento mamario sin necesidad de recurrir al médico cirujano: un perfecto equilibrio entre lo visible y lo aún no perceptible. Después de ello, externó que era increíble la forma en que su cuerpo dejaba de ser privado para convertirse en un espacio de dominio público que se toca a diestra y siniestra por hombres y mujeres; tal vez ésta sea una de las razones por la que surgió el mito de infectar por envidia a los no nacidos, con lo que se tiene un pretexto para evitar el incómodo toqueteo.

Por otra parte, varias mujeres le aconsejan a la primeriza en embarazos el aprovechar su condición para ser atendida como reina por su pareja, misma a quien le subrayan que debe cuidar a la futura madre, lo cual parece el secreto alternativo de Victoria: la dominación de los hombres a causa del poder de gestación; a lo que mi interlocutora comentó, que esto era una muestra de los efectos de la desigualdad de género: el asumir que al transfigurarse en madre, la mujer tendrá un mejor trato de forma inmediata y perpetua.

Finalmente, la mujer me comentó sobre su miedo a los dolores por las contracciones y el parto, pues aunque cada caso es particular, muchas tienen que ser sometidas a incisiones en la zona genital y/o se debe abrir la vagina con fórceps; y aunque se llegue a realizar una cesárea, las implicaciones no son menores, como toda cirugía representa un riesgo y un tiempo de recuperación que aún no es totalmente insensible. Debido a esto, considero que no es tan descabellado el pensar que las frases de negociación de las madres como “yo que te cargué nueve meses”, entre otras, no son simples chantajes, sino que también representan un discurso social sobre el padecer y ser mujer.

Sin embargo, todos los padecimientos físicos del embarazo y alumbramiento son transformados en goce, al pensar en que se produce un ser humano al interior de otro: la gran capacidad de las mujeres; aunque se deja de lado la participación de los espermatozoides, pues no existe embarazo sin ambos elementos, a menos que se trate de mitos religiosos.

Este distanciamiento entre lo femenino y masculino, a raíz de la supremacía genética del poder gestar en propio cuerpo, no es el mismo en todas las regiones del mundo; simplemente, en nuestro país, se ha documentado que en algunas comunidades wixarikas (huicholas) el dolor y placer del nacimiento se comparten: los testículos del hombre son atados por el extremo de una cuerda, mientras que el otro es sujetado por la mujer, quien tira de ella ante cada contracción; así ambos se alegran tras la labor del parto.

Es tan claro que la mente del ser humano tiene amplias posibilidades, pues el dolor corporal puede ser expresado en un goce social y superado por la construcción cultural de aspiraciones, tal vez sea una de las causas por las que los índices de maternidad se mantienen sin altas variaciones. Según la más reciente publicación de la revista mexicana “Coyuntura demográfica”, a pesar de un mayor uso de métodos anticonceptivos, una mayor cantidad de uniones libres antes de los 25 años (49.8%) y el incremento en la edad de salida de la escuela por las mujeres; las generaciones urbanas de las décadas de los 60, 70 y 80 mantuvieron un promedio de dos hijos y una edad fecunda entre los 20 y 30 años de edad; a diferencia de otros países donde a mayor estadía escolar se posterga la edad de entrada a la maternidad, como en Francia y Gran Bretaña.

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Twitter: @m_acevez



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