Cada vez más a menudo nos encontramos con historias dirigidas a preadolescentes y adolescentes en las que el rol femenino es diferente al clásico de los cuentos de hadas (esos donde la princesa pasiva espera a que el príncipe activo la rescate, mientras ella duerme o, a lo mucho, canta una canción). Cada vez es más frecuente que nos topemos con princesas que toman su destino en sus manos, que se niegan a esperar sentadas a que sea alguien más quien les decida la vida o que no están dispuestas a que su rol sea simplemente el de trofeo (ya saben, tipo “el que mate el dragón se casa con mi hija”). De hecho, ha aumentado también el número de personajas de cuento que ni siquiera son de la realeza: como que ya nos va cayendo el veinte de que no sólo las princesas tienen derecho a la felicidad.
A mí esto me parece muy bien: desde niña, encontraba muy injusto que los personajes que realmente se divertían fueran hombres (piratas, astronautas, asesinos de dragones, qué se yo) mientras que sus contrapartes femeninas se dedicaban a puras cosas que a mí ni me gustaban: cortar flores, zurcir, cocinar, dormir y cantar. Tampoco me gustaba la idea sutil, pero siempre presente, de que había que ser gentil 24/7 para conseguir el premio y que el premio siempre iba a ser un matrimonio. A ver -pensaba yo-: ¿qué no se puede ser buena si se tiene el genio un poquitito fuerte y no se pone una en papel de alfombra para que todo mundo le pase encima? Y todavía más: ¿qué no podrían darle a la princesa, por una vez, un viaje todo pagado a París o una beca para estudiar en Inglaterra, o un auto último modelo? Entiendo, claro, que en otros tiempos la única opción femenina para una vida digna fuera el matrimonio; pero para cuando yo tenía seis años ya no era así la cosa; mucho menos ahora. Por eso agradezco los libros que nos presentan otro tipo de protagonistas. Libros como Loba, de Verónica Murguía (del que ya hablé por aquí en alguna ocasión); pero también otros como la serie de Los juegos del hambre, de Suzanne Collins. Ojo: a mí no me parece para nada mal que a estas protagonistas se les nuble el razonamiento por culpa de la hormona, que sean vulnerables o que tengan que cuestionarse el rol que se les ha impuesto. Al contrario, creo que eso las hace más verosímiles, más humanas: las acerca más a la realidad de sus lectores, digamos. Sin embargo, también creo que hay que tener cuidado, porque hay otras personajillas que yo llamaría falsas poderosas: la más famosa debe ser Bella, la de Crepúsculo, de Stephanie Meyer. Sí, es protagonista, pero a fin de cuentas refleja las creencias de su autora: abstinencia sexual obligatoria antes del matrimonio (cuando debería ser una decisión razonada, no un dogma); rol femenino pasivo, en el que mujeres-trofeo deben esperar a ver quién gana “su amor” en lugar de decidirlo ellas; actitudes sumisas ante la violencia o dominación masculina… Desde mi punto de vista, está pésimo como modelo a seguir. Y todavía me gustó mucho menos la protagonista de La piel de Juliette, de Tahere Mafi. Y es una pena, porque el libro empieza bien: mundo semi post apocalíptico, protagonista femenina torturada, introspectiva y ¡mutante!, al principio, narración original (Juliette se dice cosas de las que inmediatamente se arrepiente y la autora opta por tacharlas antes de poner el nuevo pensamiento; también lleva un pequeño diario en el que lo hace también)… pero luego, todo se descompone: aparece un hombre, casualmente es guapísimo y sexy y le gustaba a Juliette desde la secundaria (casualmente, de nuevo, es su compañero de celda en una especie de institución psiquiátrica ahora que el resto del mundo se ha caído a pedazos) y, casualmente de nuevo, él es el único que la puede tocar sin morir (recordemos que ella es mutante). Más aún: siempre casualmente, Juliette se convierte en el objeto del deseo del hijo del dictador del mundo mundial, quien se da a la tarea de sacarla del loquero, bañarla y vestirla y descubrir, claro, que es guapísima. Y todo se va al drenaje, porque Juliette se olvida de su introspección para convertirse en un manojo de hormonas hambriento de besos (aunque el destino del mundo está en sus manos) y la autora se olvida del diario secreto y la historia de mutantes se convierte en una novela de Corín Tellado donde, una vez más, lo único que puede esperar una chava es que un hombre, de preferencia muy guapo, la rescate. Me dicen que es una trilogía. Habrá que ver si Juliette se descosifica en los siguientes tomos. En todo caso, con lo que yo me quedo (y les comparto) es que no se trata del escenario (país de nunca jamás vs mundo post apocalíptico) ni del vestuario (traje de astronauta vs cota de malla) ni de la condición de la chava (guerrera vs princesa vs mutante): se trata de encontrar libros que nos muestren chavas realmente poderosas: que tengan a partes iguales vulnerabilidad y valor, hormona y neurona. O al menos ésos son los que yo disfruto más.
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