El pasado 14 de enero, desde “México Kafkiano”, el profesor Jorge Terrones remató su repaso de algunas actividades culturales del año pasado con un comentario en el que se refiere al CIELA como “un centro que vende algo que no tiene (…) una broma. Una tomadura de pelo”. Alude a la falta de investigación y estudios literarios en un lugar cuyo nombre hace esperar justamente lo contrario. Sarcástico, conjetura: “Las autoridades han de pensar que con organizar charlas con escritores hacen investigación literaria”, pues para él eso equipara la investigación con una visita al zoológico, añadiendo que “exhiben a los escritores en una mesa, los hacen leer, les agradecen”.
Cualquiera a quien la simple curiosidad haya detenido un momento en la casa de Allende 238 corroboraría la verdad de Terrones. Ahí no se realizan investigaciones literarias. Ciertamente, debe tratarse de una curiosidad ilustrada, que sepa qué buscar metiendo sus narices en ciertos sitios, y capaz de reconocer lo que ahí encuentre, aunque no coincida con su búsqueda. O qué: ¿decir que en Aguascalientes no hay elefantes o renos equivale a decir que está despoblado? Se trata de un centro cultural con una década de historia. Por lo tanto, esta curiosidad también debe tener memoria para contrastar el presente con el estado inicial, añadiendo los imprevistos cambios del viento institucional sin el cual este navío permanecería varado en la desierta planicie oceánica o zozobraría. La remembranza puede sazonarse con las contingencias como el desastre en la Casa Terán, que obligó a dar asilo a la Dirección Editorial del ICA y a reasignar espacios. Finalmente, el espíritu curioso también debe asociarse con la imaginación, para superar la decepción que sin duda sale al encuentro de quien busca por cuenta propia, con un deseo legítimo pero primario de autoafirmación que se ve frustrado cuando lo hallado no coincide con lo esperado.
En el CIELA se promueve la literatura mediante talleres y cursos literarios, presentaciones editoriales, conferencias, charlas y lecturas públicas y ya funciona la biblioteca donada por Víctor Sandoval. El profesor Terrones tiene razón: falta promover a los investigadores y estudiosos de nuestras letras. Pero tomar las charlas con escritores como sinónimo de investigación para señalar su desigualdad equivale a demostrar lo obvio. Al parecer, nuestro profesor olvida las actividades que sí se realizan en este centro por su interés en cuestionar el acartonado modelo de presentación en el que el escritor enfrenta a la concurrencia desde atrás de una mesa o un atril. Su truco consiste en tomar el predominio de este modelo como sinónimo de lo que ahí falta. Como resultado tenemos la caricatura de una crítica. En semejante espejo, el curioso lector podría leer: “Este profesor ha de pensar que con trazar caricaturas hace crítica literaria”. Si podemos ver el CIELA como una broma, no lo debemos al ánimo festivo de sus autoridades, sino al de sus críticos, que ya pueden entonar “I started a joke…” y aguantar varilla.
Que la verdad se asome entre bromas no significa que podamos reemplazarla por una verdad a medias. Si el CIELA vende algo que no coincide con lo que algunos queremos, eso no significa que al comprador se le tome el pelo. Para quien busca más la audiencia que un verdadero debate, el asunto no puede merecer más que su condenación. También puede significar que tal vez no hemos hecho lo suficiente para que las cosas se acomoden a nuestros deseos. Sin duda indica que hay personas interesadas en algunos de los servicios que ahí se ofrecen. Sin necesidad de una mente brillante, cualquiera puede encontrar en esto una oportunidad y elementos para investigar los intereses de los aguascalentenses con respecto a la literatura. Y aunque siempre existe la posibilidad de que aparezcan personas con conceptos equivocados de las cosas o de sí mismas, la experiencia enseña que sólo quienes gozan de buen oído pueden corregirlos preguntando a las personas correctas.
La falta de investigación tiene otras causas, además de las inercias institucionales. Entre nosotros hay jóvenes ensayistas e investigadores con inquietudes y talento que han publicado en medios electrónicos y algunos impresos. Los vimos en octubre pasado, durante el Encuentro de ensayistas de Tierra Adentro, donde participaron Aldo García Ávila y Adán Brand, habitantes del México Kafkiano; Roberto Bolaños Godoy, autor de La Escribanía (http://laescribania.wordpress.com/), Alina Ramírez, quien ha elaborado trabajos como “Fundamentos de la teoría del cuerpo en el arte” (http://prezi.com/lby3snftkyp7/fundamentos-de-la-teoria-del-cuerpo-en-el-arte/) y Sandra Reyes Carrillo, quien ha publicado en el suplemento guardagujas, de este diario. Y no son los únicos.
El asunto se inscribe en el contexto del poco espacio que nuestra sociedad reserva para la investigación y la innovación. Si quienes nos dedicamos a esto no abrimos campo, nadie lo hará. Más que descalificaciones, necesitamos propuestas para superar el aislamiento y unirnos contra los enemigos comunes: silencio, resentimiento, soberbia.