Sabíamos que este Gobierno Federal se basaría, por la manera en que fue concebido, en el poder mediático que da por sobre todas las cosas la televisión. Sabíamos que incluso más que un plan de desarrollo, las acciones a seguir, se basarían en una especie de guión en el cual se supondría, sólo por mera ingenuidad, que todos al final viviéramos felices para siempre. Pero nunca me imaginé que todo se convertiría en una televenta.
Y en efecto desde hace un año se gobierna, se decide, se promueve, se da a conocer y se trata de convencer con base en formatos televisivos. “¿Quiere su reforma? Llame ya”.
Desde hace un año, las reformas de toda índole (educativa, laboral, energética, hacendaria) han sido noticia; aparecen a la menor provocación en los medios de comunicación. A todas horas, en cualquier canal. Hoy “las reformas que el país necesita” se venden como productos milagrosos. Ofrecen empleos, declaran la llegada, tras su aprobación, del crecimiento de la economía. Están las que mejorarán la educación o las que de un momento a otro provocarán la disminución en el precio del gas y la energía eléctrica.
Los resultados se ofrecen sin dietas, sin ejercicios, sin dolor, sin esfuerzo. Prácticamente sentado en el sillón se puede esperar la llegada del gran cambio transformador. Las reformas, como todo buen producto milagro, son la medicina que curará a México de sus males, así como por arte de un viento providencial que sacude las cortinas de la ventana y deja una flor en la mesa, al tiempo que un coro celestial anuncia la llegada del cambio a un estado mejor.
Es fácil observar cómo los actores políticos, dícese secretarios del Gobierno Federal, diputados, senadores, presidentes de partidos políticos o cualquier fulano, tratan de convencer con base en clichés, argumentos monótonos e ideas huecas sobre sus reformas. Buscan que los mexicanos terminen aceptando su punto de vista. Hoy es válido utilizar cifras rimbombantes, promesas baratas, declaraciones espectaculares, todo dentro de los tiempos y espacios oficiales.
Hoy más que asesores en imagen y comunicación, parece ser que llegaron a las esferas del poder, publicistas y productores de cuarta, especialistas en televentas. Hablar de las reformas estructurales, es lo mismo que hablar de una faja o una crema, de un shampoo contra la caída del cabello o pastillas para prevenir las hemorroides. Obsérvelo. Un spot de la Reforma ‘X’ lleva la misma estructura que los infomerciales.
Primero hacen un pesimista diagnóstico del problema, en este caso: “¿No está cansado de vivir en un país tercermundista donde los servicios son malos y muy costosos?” “¿A poco no es una molestia que los maestros sean tan flojos y sus hijos no aprendan nada en las escuelas?”, o quizá: “¿Desea de una vez por todas traer dinero en sus bolsillos? ¿Tener un mejor empleo? ¿Quisiera que se acabara la pobreza en México?”.
A continuación viene la promesa: “Nosotros tenemos la solución. No espere más, con esta Reforma todo será mejor”.
Acto seguido aparecen los conductores que nos guían a través del producto y nos narran sus maravillosas experiencias. “Hola, soy Chucho, y quiero decirles que nuestro partido político ha luchado para lograr una reforma con sentido social. Cuando vi la reforma que hoy les muestro, dije ¡oh, Dios!, esto es lo que el país necesita”.
“Soy Pedro y te digo, sobre esta reforma, que yo ya la probé y sí funciona. Yo no quería aprobarla, tenía desconfianza, pero al ver sus resultados, sólo me queda decir, yo sí confío en las reformas y te pido hoy que lo hagas tú también”.
Pero eso no es todo; existe otra estrategia altamente usada, la cual consiste en apoyarse de los “expertos” que hablarán desde un punto de vista conocedor, obvio, para darle mayor peso a nuestro argumento, nada mejor que un tipo que sabe de lo que habla y si va vestido de bata, de maestro con lentes y pizarrón de fondo o de ingeniero con todo y casco, mucho mejor. Entonces se pone a opinar: “Si supiera que esta reforma no sirve de nada, yo no la apoyaría”.
También resulta interesante y muy útil “picar” el orgullo del mexicano ¿Cómo? muy fácil, “Si los demás países pueden y lo hacen ¿Por qué nosotros no?”
Es válido incluso amenazar, por ejemplo: “Si no se aprueban las reformas, el país se volverá peor.” “¿Quieres seguir siendo pobre? Entonces quédate como estás”.
Se han quedado atrás los argumentos, la opción de discutir y analizar lo que mejor conviene. Lo que hoy está in es vender, saturar los espacios y convencer. Las reformas se aprueban fast track, en horas de la madrugada. Y no, no es porque trabajen hasta deshoras en favor de los mexicanos, no, es porque buscan la oscuridad para cometer sus actos de desfachatez, de abuso de poder y de indolencia social.
Los políticos “venden” sus productos chatarra, ofrecen sus pésimos servicios, lástima que no existe esa garantía que nos permita exigir la devolución de lo invertido. Los más cercano a ello es aquel juramento al tomar el mandato que dice: “… y si así no lo hiciere, que la nación me lo demande”.
El problema es que no se puede reclamar sobre publicidad engañosa, porque desde un principio lo sabíamos, de antemano estábamos avisados, este sexenio sería como un producto televisivo en el cual, déjenme decirles, no todos vamos a vivir felices para siempre.