Es común que en diciembre salgan listas de los mejores libros que se han publicado durante el año. Yo no haré una. No porque esté bien o mal hacerlas, sino porque este año, creo haber leído muy pocas novedades. Todo parece indicar que me es imposible seguirle el paso a las editoriales y envidio a quienes como lectores corren a la par de su oferta. Sin embargo, jamás tengo prisa y no me siento mal al respecto. Creo que el impacto de los libros va más allá de su repercusión comercial al momento de ser publicados. La promoción, el medio, los contactos, muchas cosas influyen para que se hable más de un libro que de otro. Así que prefiero llevármela con calma. Además, siempre se puede esperar a ver cuál de ellos sobrevive al tiempo y a las inclemencias de los lectores. Estoy seguro que hay muy buenos libros por ahí de los que ahora se sabe poco pero que, tal vez, con el tiempo tomen su justo lugar ante la crítica. Espero que así sea. Es lo interesante de la literatura. Los libros viven más allá de ellos mismos y de sus lectores. Por lo tanto es muy difícil definir el camino que tomarán o si desaparecerán para siempre.
Por esto mismo, como un lector común y corriente, puedo hablar sólo de mis encuentros literarios y de mis descubrimientos. Así, en específico, hago esta recomendación de dos libros que me atrajeron especialmente este año y que evidentemente no son novedades, pero que valdrá siempre la pena rescatar y quizá más ahora. Ambos tienen varios ejes que los unen, creo, pero sin duda el más importante es la violencia, la dureza de la vida en la frontera, la perspectiva de lo que ha se ha vivido en un estado específico de México, como es Chihuahua, y esa justa capacidad para reflejar en el lector hechos que de otra manera no podríamos o querríamos ver.
Contrabando, de Víctor Hugo Rascón Banda, llegó de la forma más elegante o casual, como se dice ahora. Planeábamos hacer en Bellas Artes un homenaje de su obra como dramaturgo, dentro del ciclo llamado Dramaturgos Mexicanos, cuando alguien hizo la sugerencia: ¿por qué no hablamos de su faceta como narrador? La idea era (y así se hizo) organizar una mesa en la que se hablara de su incursión en este género, de su carrera en general, y que un grupo de actores leyeran parte de esta obra: Contrabando.
¿Novela? ¿Colección de cuentos? Quizá ambas cosas. La presencia constante del narrador, la aparición de algunos personajes nos pueden hacer pensar en una cierta linealidad, aunque también pueden leerse por separado cada historia, sin perder la esencia de lo que Víctor Hugo Rascón Banda quería mostrar: una perspectiva aguda y descarnada de la violencia atroz que se vive en México en la parte norte, y ese vértigo de terror lleno a veces de miedo, de humor, y hasta ternura.
Fue así que comencé a leer Contrabando y mientras lo hacía venía a mí una pregunta: ¿por qué si ganó en el Premio Juan Rulfo de Novela en 1991, no fue hasta el 2008 que se publicó, y de forma póstuma? Es un libro transparente, que desnuda lo más abyecto de una zona peligrosa que Rascón Banda conocía bastante bien. ¿Sería por eso mismo que nunca la publicó?
En Contrabando, Víctor Hugo, narra la historia de un retorno personal. Su regreso a Santa Rosa donde creció, y donde vivió toda su familia. Vuelve con el fin de escribir el argumento y el guion de una película que le ha encargado Antonio Aguilar. Sin embargo, desde su arribo la violencia se vuelve el personaje principal. El mismo día de su llegada es testigo del asesinato, en el aeropuerto del estado, de dos jóvenes presuntamente narcotraficantes, a manos de policías federales. Esa misma noche, mientras va con su padre y el chofer camino a Santa Rosa atestigua los movimientos que la policía y el ejército ejecutan para contener el narcotráfico y el alcohol. Es por esto que intenta seguir la recomendación de su madre: encerrarse en su casa de Santa Rosa de Lima de Uruáchic, Chihuahua. Es lo mejor. No salir, no ver, no saber, no conocer, no darse cuenta de nada.
Sin embargo, es imposible escapar de ese ambiente que lo envuelve todo. Víctor Hugo se vuelve un observador, un receptor y el proyecto del guion queda en segundo plano. Va de los recuerdos al presente, y hace un recorrido exacto de lo que sucede en aquel lugar de sus memorias ahora pobladas de violencia y muerte. El narcotráfico, su influencia en la vida social de la región, en las aspiraciones y en la mentalidad son el eje de todo lo que acontece. El miedo, la frustración, la negación, hijos indigestos de la ambición, de la deshumanización, del odio. Todo es balas, sangre y venganza.
Una mujer es testigo de unos hechos violentos y es tomada por narcotraficante y encarcelada, pero sobre todo vejada ante la opinión pública. Un presidente municipal es secuestrado, algo que parece imposible, y desaparece sin dejar rastro. La traición que se le imputa a una joven que supuestamente mató a su novio, cediendo antes las tentaciones del narco.
Rascón Banda ve claramente en este eje el impulso y el latido. Lo describe y se sumerge en ese mundo al grado de también él mismo, como cualquier ahí, corre peligro. Negar todo aquello habría sido imposible. Vuelvo entonces a la pregunta: ¿por qué si ganó en el Premio Juan Rulfo de Novela en 1991, no fue hasta el 2008 que se publicó, y de forma póstuma? Felipe Garrido lo dijo claramente durante la mesa que compartió con Eduardo Casar, Leonor Azcárate, y Braulio Peralta, en la Sala Manuel M. Ponce, el 6 de agosto del año que termina: “Yo entiendo bien que Víctor Hugo no haya querido publicar el libro en 1991. Era demasiado transparente y el riesgo en que ponía a su familia, y a él mismo, era muy grande”.
Cartucho de Nellie Campobello, que quizá ya muchos conocen al igual que Contrabando, es sin duda una las lecturas más lúcidas, concretas y necesarias que he hecho durante este año. Sin duda hay un peso muy personal con este libro, habiendo nacido mi padre en Parral, Chihuahua -tierra también de Carlos Montemayor, quien fue, y es en la memoria, sin duda el escritor más comprometido con la denuncia social y la revalorización de las lenguas indígenas-, lo cual me ha permitido descubrir la imagen de un lugar que he escuchado mencionar desde niño y que no entiendo por qué aún, hasta ahora, no conozco; pero que lejos de eso logra como lectores hacernos viajar en el tiempo de forma precisa para ilustrar aquellos sucesos de la revolución como si no estuvieran tan lejanos. Un túnel. Un espejo.
Nellie, hace en este libro, publicado por primera vez en 1931 (con apenas treinta y tres relatos, entonces), un repaso histórico de alto valor testimonial, a través de una mirada autobiográfica del movimiento Villista en Parral, Chihuahua durante la revolución mexicana. Su familia, su madre, y una niña, que podría ser ella misma, son testigo de los hechos más atroces. Violencia, persecuciones, ejecuciones… pero sobre todo la reacción de la gente ante estos hechos y su influencia en la sociedad Chihuahuense entre 1916 y 1920.
La narradora es una niña que nos hace mirar, como si fuera ella misma la representación del propio horror de la revolución mexicana, a través de sus ojos enternecidos y minuciosos, su visión sobre los sucesos más sangrientos que cualquiera de nosotros podría soportar.
Así dice en el cuento Desde una ventana:
“El oficial, junto a ellos, va dando las señales con la espada; cuando la elevó como para picar el cielo, salieron de los treintas diez fogonazos que se incrustaron en su cuerpo hinchado de alcohol y cobardía. Un salto terrible al recibir los balazos; luego cayó manándole sangre por muchos agujeros. Sus manos se le quedaron pegadas en la boca. Allí estuvo tirado tres días; se lo llevaron una tarde quién sabe quién.
“Como estuvo tres noches tirado, ya me había acostumbrado a ver el garabato de su cuerpo, caído hacia su izquierda con las manos en la cara, durmiendo allí, junto de mí. Me parecía mío aquel muerto.”
No parece haber tanta diferencia ahora. La muerte parece nuestra, o es nuestra, o creemos que nos pertenece o que la merecemos.
En 1940 aparece la segunda edición de Cartucho con un añadido de 25 textos más. Sin embargo, no es lo único que cambia. Se suprimió también la primera parte llamada “Villa” y el prólogo que la misma Nellie había escrito. Algunos cuentos sufrieron también importantes cambios y algunos hasta cambiaron de nombre: “Él” que antes se llamaba “Cartucho”, “El Coronel Bustillos” que se llamaba “Bustillos”, “José Antonio tenía trece años” que se llamaba “José Antonio y Othón” y “Sus cartucheras” antes “Las cartucheras de El Siete”, etc.
Es esta la versión que también reedita Ediciones Era en el año 2000, que lleva ya varias reimpresiones y que incluye un fabuloso ensayo de Jorge Aguilar Mora, “El silencio de Nellie Campobello”, en donde hace un recorrido por los hechos que han hecho de esta obra algo destacado y trascedente, pero que al mismo tiempo ha debido ser (hablando justamente de eso) rescatada por la crítica a través de los años, pero que sin duda durante mucho tiempo fue menospreciada. ¿Por qué? ¿Por ser mujer? ¿Por ser un libro villista? Quizá porque abre los ojos ante esos muertos que, como dice Aguilar Mora, no son comunes: “Debemos recordar que ningún muerto de la niña Campobello era un muerto cualquiera. Como ella lo señalaba al final de su prólogo, eran sobre todo fusilados o muertos en combate. Y estos fusilados o muertos en combate no eran tampoco muy comunes, en todos ellos había un rasgo único: asumían íntegramente su destino. Eran personajes anónimos, eran rancheros del Norte, y eran personajes trágicos”.
Tanto Contrabando como Cartucho nos llevan de mano al horror más íntimo de la realidad, que hemos asumido como nuestro. Obras clásicas, vigentes, y que nos hace saber que el olvido no es una opción para los que viven el dolor de la vida en la muerte de otros. Denuncia, testimonio, memoria, que nos hacen saber que la literatura también puede ser un arma contra la resignación al sufrimiento.
Foto: Conaculta