Saber leer, a un mismo tiempo, es cuestionar, reflexionar, interpretar y dialogar. Es decir: una de las manifestaciones intelectuales de la belleza. Quienes leen como ven tienen una vida estética incompleta.
Un estudiante de letras se debería de caracterizar por ser un excelente lector. ¿Cómo? Siendo un preguntón: tal personaje dijo esto, ¿en qué ayuda al texto?; tal situación se presentó, ¿cómo se justifica?; tal palabra fue utilizada, ¿qué quiere decir? Estos interrogantes contribuyen a la comprensión tanto de los elementos propiamente literarios, como de todo aquello extraliterario (el mundo, pues).
En septiembre tuve la oportunidad de participar en una sesión del diplomado “Al encuentro del Quijote” organizado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Compartí la mesa con Efrén González Cuéllar (abogado y ex-rector de la UAA), Ricardo Orozco (maestro de literatura), Andrés Reyes Rodríguez (historiador y profesor de la UAA) y Eudoro Fonseca Yerena (escritor y director del CIDCEA). Los capítulos que discutimos: XLII y LXXIV de la segunda parte de la obra de Cervantes (nos permitimos, sin embargo, hablar de otros asuntos). La charla tuvo un comportamiento pendular: en medio el Quijote, en un extremo la política y en el otro el arte.
En una de mis intervenciones, cuando los panelistas entramos en confianza, comenté que en la carrera de Letras Hispánicas varios estudiantes entran queriendo ser escritores. Expliqué cuál sería la situación deseable: entrar aspirando a ser un buen lector aunque el precio sea, según un fragmento del “Discurso de armas y letras”, la pérdida del equilibrio mental: “Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a éstas adherentes…”. Después de una risa por allí, una carcajada por allá, mis compañeros de la mesa continuaron la reflexión sobre la lectura.
Fonseca Yerena, a manera de anécdota, cuando llegó su turno, contó que en Facebook un egresado de letras le había dado a entender que continuar leyendo al Quijote no tenía sentido: ¿para qué hablar del Quijote si nadie lo lee? A Fonseca, como a todos, le pareció un escandaloso e impropio interrogante de un “eminente en letras”. Ese pretexto nos motivó a preguntarnos: ¿para qué leer 1400 páginas en tiempos de los 140 caracteres? Uno de los panelistas echó de menos que en México se leyera tan poco. Otro dijo que se leía demasiado. Yo dije que se leía mucho y que no me incomodaba que pocos leyeran literatura (cosa por lo demás normal: el arte no es para cualquiera). Dejo atrás el diplomado y continúo con el último apunte: ¿de verdad el problema es que no se lee?
Todo el tiempo estamos leyendo: películas, series, comportamientos, ciudades. Se lee mucho sin saberlo: nos han enseñado, falsamente, que la lectura se encuentra solamente en los libros. La cuestión no es entrar en estadísticas y hacer pucheros porque en nuestro país se leen pocas obras literarias. La pregunta más interesante -acaso incontestable- es: ¿qué tan bien se lee? Más aún (menos complejo): ¿qué significa ser un buen lector? Regreso a lo anterior: ser un preguntón. Va un ejemplo que estimo ilustre mi preocupación:
Martín Orozco, senador por el PAN, el 7 de julio de 2013, invitó a votar a los ciudadanos a través de las redes sociales. Su mensaje: ‘“La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”, (Charles Bukowsk)’ [sic]. Una lectura naif nos diría que Orozco lanzó un noble llamado a los ciudadanos. Aquí entra el preguntón del que hablo: ¿por qué ese escritor?, ¿en dónde aparece esa frase?, ¿dictadura y democracia se diferencia en que el pueblo puede votar y, fuera de ello, es lo mismo? Nadie de sus seguidores se molestó en cuestionarlo. Por el contrario, le aplaudieron como focas. Veamos el caso en abstracto: Orozco leyó mal unas palabras (lector ingenuo); sus fans leyeron mal lo que Orozco leyó mal (lectores gerber): la lectura sin atributos y colocada en un plano, si se me permite la expresión, desestetizado.
Debemos a Carlos Fuentes la sabrosa categoría “lector gerber”. Esa clase de lectores, a pesar de ingerir lecturas, flaquean. Ironía: adelgazan mientras comen. No sabría decir qué alimento o bebida, siguiendo a Fuentes, asignaría a un lector profesional (tal vez “lector whisky” aunque la categoría correría con mala fortuna y peor recepción), pero tendría que definirse como un inquisidor.
@jorge_terrones