Si quieres hacer la paz con tu enemigo tienes que trabajar con él. Entonces se convierte en tu compañero.
Nelson Mandela
Una vez que ha muerto, todos hablamos de Nelson Rolihlahla Mandela, conocido entre los suyos cariñosamente como “Madiba” (nombre de un antiguo jefe del clan Thembu, al que pertenecía Mandela en su lengua natal, el Xhosa). Mandela fue un miembro prominente de su clan, pero más allá de eso, hoy no habrá líder social o dirigente político que no le haya alabado como un ejemplo a seguir. Sin embargo, pocos saben o desean recordar que el mismo Mandela, hoy convertido en icono político, quien fue abogado de profesión, algo muy poco común para un líder negro en su país y su época juvenil, era en origen más bien de corte radical, nada menos que el primer dirigente del Umkhonto We Size, brazo armado del National African Congress (ANC), cuyo propósito era la lucha armada para derrocar al gobierno racista de Pretoria. Ferviente admirador de la Revolución cubana y de los barbudos que la encabezaron, y orgulloso comunista confeso, que sólo salió de las listas de los peores terroristas del mundo confeccionadas arbitrariamente por Estados Unidos en el muy reciente 1988, después de abandonar la cárcel. Mandela transformó su lucha social en una no violenta durante y después de su larga estancia de 27 años en la cárcel como preso de conciencia del régimen racista de la minoría blanca en Sudáfrica.
Muchos son los logros de la larga vida pública de Mandela, aún cuando son notorias también las zonas de sombra. Se dice al respecto, y con razón, que no fue capaz de cortar con el régimen de segregación económica de su país, o que no pudo terminar con los amplios privilegios históricos de los blancos, mismos que convierten hoy a la sociedad sudafricana en una de las más desiguales y polarizadas del mundo (razón por la que se le suele comparar con la mexicana); y que su posición conciliadora con los blancos pasó por alto muchas atrocidades del régimen del Apartheid. También que permitió la corrupción y el enriquecimiento de sus allegados dentro del ANC ya siendo presidente, o que fue un grave error político no haber optado por la reelección a la presidencia de su país pudiendo haberla ganado con facilidad. Pero lejos de empequeñecer su figura, su estatura moral demostrada en los hechos engrandece su legado en el imaginario del mundo progresista.
Nadie podrá objetar su relevante papel como icono de la lucha constante contra el racismo y la exclusión, de su enorme carisma personal y político, o del valor de su trabajo permanente, incluso desde la cárcel, por mejorar las condiciones de su pueblo; como ejemplo donde los haya del activismo político que moviliza conciencias; lo mismo que de su acreditado pragmatismo como dirigente y negociador político, lejos del encono y del revanchismo, que por lo demás habría estado plenamente justificado después de un régimen de opresión tan brutal como el que sufrieron los negros sudafricanos.
Se dice a raíz de su muerte que hacen mucha falta en otros países líderes sociales que emulen el legado de Nelson Mandela. Muy difícil de emular, pero inevitable preguntarse si podremos ver por lo menos su ejemplo de estadista con mayúsculas reproducido en otras latitudes. Aspirar a émulos de Lázaro Cárdenas, de Azaña, de Allende o tan siquiera de un Carter, ¿sería mucho pedir?
Por cierto, penoso el discurso de Barack Hussein Obama en el funeral de Mandela. Habló de pobreza cuando en su país hay casi 50 millones de pobres. Habló de paz mientras mantiene ocupados Afganistán e Irak, y bajo amenaza de guerra a Siria e Irán, mientras todos los días sus aviones a control remoto o “drones” asesinan a civiles inocentes en Pakistán. También habló Obama de cárceles, mientras los Estados Unidos mantienen a la población carcelaria más grande del mundo, de la cual la mayoría son justamente afroamericanos; o cuando su gobierno es justamente el que más personas sin papeles ha deportado en la historia, separando familias de manera dramática, o mientras mantiene una cárcel de la vergüenza en el territorio cubano de Guantánamo o un ominoso triple muro de separación de cientos de kilómetros en su frontera con México.
Así que tal vez la palabra hipocresía defina muy bien los discursos de los políticos más influyentes de hoy. Ya se ve entonces que también otras sociedades están urgidas, y mucho, de líderes a la altura de los retos sociales, o por lo menos un poco inspirados en Mandela y su enorme legado.
@efpasillas