He abrigado el ideal de una sociedad libre y democrática en que todas las personas vivan unidas en armonía y con las mismas oportunidades. Es un ideal para el que espero vivir y que espero conseguir. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy preparado para morir
Nelson Mandela
“Lo peor que le pueden hacer a un artista es ponerlo en la calle”. Así comenzó la descripción gráfica de los petateros en el marco del 5to aniversario de este diario, La Jornada Aguascalientes, para quien reitero mis felicitaciones.
El diablo -personaje que dictaba las leyendas en tal evento celebrado el sábado pasado- se refería a esa costumbre de llamar a las calles por los nombres de las figuras públicas. Supongo que a Nelson Mandela, el líder y ex presidente de Sudáfrica, lo han aventado a la calle en forma de estatuas, escuelas, colonias y por supuesto calles. Sin embargo, en este caso, el primer presidente de color que tuvo aquel país, no es que pierda tesitura por estar en las esquinas con los letreros llevando su nombre. E incluso a pesar de que los americanos tomaron su historia, y como le pasa a todas las que son cooptadas por Hollywood, la llenaron de grandiosidad (palabras del kung fu panda) exacerbando algunos detalles, es evidente que este hombre trascenderá las generaciones, por sus ideas convertidas en acciones.
Desde la cárcel escribió también Hitler, y muchos otros incluyendo Chucho el Roto. Pero en su caso, esos 27 años en el presidio de Robben Island, sirvieron para equilibrar la forma en que habría de darse una lucha por la justicia y la igualdad entre los hombres de color y los blancos. No olvidemos que Mandela fue acusado de complot y sabotaje contra el estado. Pero si quisiéramos seguir comparando a ambos personajes, es claro que el recuerdo de Mandela sería uno que sí pondríamos de ejemplo para promover la paz y la conciliación.
Suponemos que desde niño se sabía que iba a ser un hombre inquieto, puesto que su nombre, su apelativo intermedio fue “Rolihlalha” (el que dio problemas, en el dialecto xhosa).
Proveniente de un clan real del sureste de aquel país, Mandela pertenece a una generación de luchadores sociales como Oliver Tambo y Walter Sisulu, que durante años fueron escalando en los procesos políticos y legislativos, para culminar siendo el primer presidente negro el 10 de mayo de 1994, terminando con toda una historia del negro capítulo de la humanidad conocido como el Apartheid.
En 1993 fue nombrado Premio Nobel de la Paz por su labor conciliadora en la que desde que libró la cárcel, tuvo esa catarsis para buscar un país en que negros y blancos pudieran vivir en armonía.
La herencia que le otorga a la humanidad es la incansable búsqueda de la paz, mediante el diálogo, y como si esto se tratara de una profecía, su muerte es el mensaje más reciente de que esta humanidad ha perdido esa cualidad: comunicarse para resolver sus problemas.
No podemos olvidar su última aparición en la inauguración del mundial sudafricano en 2010, su rostro de un niño contento nos deja la enseñanza de que la vida, a final de cuentas, es una escuela donde las lecciones a veces son muy duras y dejan cicatrices muy profundas, pero se aprende de todos modos.
Hoy que en nuestro país y nuestro estado, muchos estamos hablando de derechos humanos, no hay que dejar pasar el testimonio de un hombre que cambió el continente africano y el mundo, para que no volvieran a repetirse errores básicos que impedían la convivencia humana.
Lo irónico de la historia es que muchas veces no aprendemos nada y que ciertos casos, como éste, que en 95 años le enseñó al mundo moderno que siempre el camino para encontrar los medios adecuados, para poder solucionar las diferencias, será el diálogo, los argumentos, la búsqueda de las inercias comunes, pero nunca la violencia, nunca la indiferencia, nunca la ignorancia.
Si pudiéramos resumir en esta humilde opinión la vida de este personaje, diríamos que fue un líder que nació dispuesto a morir, pero sus convicciones evolucionaron hasta hacerse más eficaces: primero la lucha haciendo la guerra, luego la lucha haciendo la política y luego el testimonio de que a final de cuentas, el mejor ejemplo, la mejor arma para transformar al mundo, es la educación.
“La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré para la eternidad”.
Descanse en paz Nelson Mandela.