Para hablar de la-palabra-con-m / País de Maravillas - LJA Aguascalientes
14/04/2025

Raquel Castro

 

¿Por dónde empieza uno a hablar de la muerte? ¿Cómo decirle a un niño o una niña que su mascota murió? La cosa se complica todavía más si quien murió es la abuela, el hermano, la mamá. ¿De qué forma explicamos la ausencia?

Cuando yo tenía tres años me dijeron que Fererica, mi gatita, se había ido de vacaciones con sus papás y que regresaría “más adelante”. Pasé años esperando su regreso, sin entender muy bien por qué un gato necesitaba vacaciones y por qué tenían que ser tan largas. Me imagino que no se esperaba que lo recordara tanto tiempo. Supongo que por eso, cuando cumplí ocho años, mi mamá me dio una carta que decía Para Kiquel cuando cumpla doce años. (Kiquel era yo: así me decían cuando niña.) Mi mamá me explicó que había decidido adelantar la entrega de la carta porque yo seguía extrañando a Fererica y porque le parecía que ya podía entenderlo. ¡Cómo lamento no conservar la carta! Escrita por mi mamá al día siguiente de la muerte de Fererica, me lo contaba todo: la gatita se había preñado y le llegó la hora del parto pero era muy chiquita, muy débil, y el veterinario no pudo hacer nada por ella. También me contaba que la habían enterrado, a escondidas, a los pies de la tumba de mi abuelo en el Panteón Jardín. Ahora mismo no sé por qué no conservé la carta, en dónde habrá quedado. Me gustaría releerla porque era muy triste pero, al mismo tiempo, muy tierna, llena de cariño, y realmente me sentí bien luego de llorar un rato: al fin sabía dónde estaba Fererica y que no iba a regresar.

Al terminar de leer la carta le pedí a mi mamá que me contara completa la historia de Fererica: desde que me la regalaron hasta que murió. Y luego le pedí que me la contara de nuevo y que me diera detalles: ¿Le rascaste la barbilla en lo que se quedaba dormida? ¿Alcanzaron a sacarle los gatitos? ¿Sobrevivió alguno? Creo que no lo pregunté con morbo, que realmente me ayudaba de algún modo saberlo. Ese fin de semana fuimos al panteón y dejé flores en la tumba de mi abuelo, pero también en una piedra que había cerca y que, a mis ojos, tenía toda la apariencia de tumba de gato.

Sinceramente, no sé si la manera en que manejó mi mamá la muerte de Fererica fue la mejor pero todavía ahora agradezco que me lo haya dicho. Sé que hay gente que considera que es preferible no mencionar para nada la muerte y que se horrorizan de los libros que la abordan (por qué de los libros y no de las películas es un misterio para mí: ¿será que creen que lo escrito se fija más que las imágenes animadas?).

Por eso me sorprendió tan gratamente encontrarme con El pato y la muerte, de Wolf Erlbuch. Sabía de la existencia de este libro y sabía que es muy bueno, pero por razones presupuestales no había podido ponerle la mano encima: la edición disponible en México era importada y costaba bastante más de lo que yo podía pagar. Así que confié en que un día pasara un milagro y… pasaron dos. Uno: que ya hay una edición impresa en México, gracias al trabajo conjunto de Barbara Fiore y Colofón; y dos: que mi esposo se encontró esta edición y se le hizo buen detalle regalarme un ejemplar. Je.

El libro –un álbum de pasta dura e ilustraciones exquisitas– resultó muchísimo más hermoso de lo que yo imaginaba y me conmovió profundamente. La historia comienza de forma muy sencilla: un pato lleva algún tiempo notando algo raro y de pronto se da cuenta: lo está siguiendo alguien, que resulta ser la muerte. “¿Ya vienes a buscarme?”, le pregunta el pato. “He estado cerca de ti desde el día en que naciste… por si acaso”, le responde ella.

Sería un flaco favor contarles el libro completo: se perderían de su estilo mesurado pero sensible y de las ilustraciones, que son simplemente geniales. Hay una en la que la muerte y el pato platican animadamente y dan ganas de llorar tan sólo por la actitud cálida y amistosa del personaje que solemos imaginar sombrío y lúgubre. Y el final… bueno, podríamos decir que es a la vez esperado y sorprendente. Creo que no hay que esperar a que alguien fallezca o esté muy enfermo para leer este libro, o a que hayan pasado cuatro o cinco años de su partida. Tampoco me parece que haya que esperar a que el posible lector tenga una edad determinada o a que llegue un “momento ideal”. ¿Y si mejor construimos ese momento ideal? ¿Y si nos sentamos con calma a leer juntos algo tan bonito como El pato y la muerte y al terminar platicamos de lo que sentimos? Para mí, lo más valioso de El pato y la muerte, es precisamente eso: que puede abrir un canal de comunicación. Mencionar la palabra-con-m que tanto pavor nos causa y compartir, niños y adultos, nuestros miedos y creencias al respecto.


 

Encuentras a Raquel en twitter: @raxxie_ y en su sitio web: www.raxxie.com


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