Cuando yo era estudiante, la Economía era, por definición, la ciencia que se encargaba del estudio, producción, manejo y administración de los recursos escasos. Ahora es la ciencia que estudia la producción y administración de bienes y servicios, llanamente, y ha quedado desechada la referencia a los recursos escasos. La idea básica de la alusión a “recursos escasos” era que aquellos bienes que se tienen en abundancia no necesitan de ser administrados, por ejemplo, el aire que respiramos. Pero también se incluía en esta abundancia a otros recursos como el agua. Ahora el agua ha dejado de ser un recurso abundante para muchas partes del planeta, y por tanto es necesaria su administración, y se ha vuelto un bien de consumo. Antes el agua era prácticamente gratuita, y resultaba impensable que alguien llegara a venderla embotellada. Hace cuarenta y cinco años esto era una idea absurda, descabellada, y sin embargo ahora existe una poderosa industria que gira alrededor de la venta de agua procesada y embotellada. Es claro que por vivir en el planeta, todos los recursos naturales son limitados, contados y se restringen a la cantidad que de ellos tenemos en la Tierra. El aumento en la población mundial hace que cada día que pasa los recursos naturales sean menos abundantes, pues el consumo de ellos está delimitado por la producción posible de nuestro mundo. En otras palabras, los recursos son limitados, restringidos, porque nuestro hábitat es finito y no se puede producir más de lo que tenemos disponible. Nuestro entorno es el planeta, y como un sistema cerrado natural, todos y cada uno de los recursos existen en cierta cantidad: no hay nada infinito en la Tierra, ni siquiera el aire que respiramos.
La naturaleza y la vida en nuestro planeta están acomodadas a estas limitaciones. De hecho el ciclo de la vida (nacimiento, reproducción y muerte) responde directamente a las circunstancias propias de lo escaso, de la limitación de alimento y de los recursos. El hecho de que la vida esté marcada por el ciclo de nacimiento, reproducción y muerte, encarna un fundamento lógico y práctico. Si los seres que habitamos en este planeta viviéramos eternamente, más temprano que tarde terminaríamos con los recursos y los alimentos. Los grandes depredadores consumirían por completo a sus presas y sus alimentos hasta el momento en que no quedara nada sino devorarse a ellos mismos, produciendo la extinción de la vida. La naturaleza sostiene la continuidad de la vida en el planeta con esta fórmula de reciclaje, donde la muerte de los seres es también parte del proceso de alimentación de otros seres: La famosa cadena alimenticia. Pero el humano ha alterado este orden de las cosas naturales para cubrir sus necesidades y su modo de vida. Hemos transformado nuestro medio ambiente, nuestro hábitat, y hemos tomado en propia mano los medios de producción y distribución de los alimentos para abastecer a una humanidad sobrepoblada. Llegará el tiempo, inevitable, en que los recursos naturales no serán suficientes para mantenernos vivos a todos, para alimentarnos. Por eso es necesaria una administración de los alimentos, un cuidado de no agotar las fuentes limitadas que tenemos para subsistir.
Se trata de una carrera técnica contra el tiempo, para buscar alargar lo más posible el momento en que lo escaso nos rija. Los movimientos ecológicos me parecen adecuados para llamar la atención de un problema que se nos avecina, y para optimizar los recursos de la mejor forma posible y durante el mayor tiempo permitido, el mayor tiempo posible. Lo que no se puede tolerar es que estos grupos ecologistas, en nombre de una causa justa, actúen como terroristas saboteando actividades que podrían llegar a ser nocivas a la postre. El más reciente de los ejemplos lo dieron treinta activistas de Greenpeace que trataron de abordar una plataforma petrolera rusa en el Ártico, el Gazprom. Por lo que algunos de sus miembros fueron condenados a pasar dos meses en la cárcel. Pero no es un hecho aislado, pues activistas ecologistas alrededor del mundo han intentado sabotear a barcos balleneros, a agricultores que usan el maíz transgénico, etc. Quizá sea válida su causa y genuina la preocupación de conservar el planeta lo mejor posible en vistas de obtener de nuestro mundo el mayor beneficio durante el más tiempo potencial, pero la manera de concientizar a los demás no puede hacerse mediante actos vandálicos. El camino de los ecologistas extremos tiene que cambiar hacia la legalidad, a promover y lograr la aprobación de leyes que dictaminen el uso adecuado de los recursos naturales, de su explotación y su distribución. Y también a promocionar y a financiar búsquedas alternativas de producción de alimentos, de bienes y servicios que sean sostenibles a largo plazo. El cambio se tiene que hacer de manera concertada, legal, con consenso, y no con el uso de la violencia ni del terrorismo ecológico. No se pueden volver vándalos en nombre del bien común ni afectar intereses particulares a su parecer. Si todo el esfuerzo y los recursos que usan los grupos ecológicos alrededor del planeta se concentraran en las vías del cambio legislado, los frutos de esta causa serían más duraderos y más prácticos. De cualquier manera, con estos actos aislados, con estos intentos arbitrarios de detener tal o cual actividad, no logran nada en firme, ni hay avance en un problema que nos involucra a todos.
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