El pasado miércoles 23 de octubre de 2013, el diario El País, publicó un artículo intitulado: “Dignidad al morir, con fe en la vida”, por Juan Masiá Clavel. Nota cuyo contenido versa sobre el anuncio hecho por el teólogo Hans Küng, al constatar el avance de su enfermedad a nivel terminal. Respecto de asumir de manera personal el cómo y el cuándo que determina su última opción, para finalizar su vida terrenal con absoluta libertad de conciencia mediante una muerte asistida. Su testimonio está suscitando reacciones ambivalentes desde posturas a favor y en contra del ordenamiento jurídico despenalizador de la eutanasia.
En efecto, su difusión mediática fomenta en la opinión pública la impresión generalizada que identifica el rechazo de la eutanasia, como si fuera una señal de identidad religiosa, y su aceptación, como si coincidiese necesariamente con la actitud no religiosa o, incluso, antirreligiosa. Es decir, como si el rechazo o la aceptación fuesen cuestión de fe o increencia. El teólogo Hans Küng plantea, en el tercer volumen de sus memorias, la opción de asumir la muerte solicitando la aceleración médicamente asistida del fallecimiento.
Contra la opción planteada por el teólogo se ha argumentado: 1) desde algunas instancias religiosas, diciendo que no tenemos derecho a adueñarnos de la propia vida violando una ley divina; 2) desde algunas posturas humanistas no religiosas, diciendo que la autonomía personal no justifica que renunciemos voluntariamente a la vida con una elección que implicaría la destrucción de esa misma autonomía.
La opinión final del articulista Masiá se expresa así: “He de atestiguar que mi propia opción personal (…) se aviene con el sentir de “la persona que se siente llamada o invitada (pero no obligada, ni por ley divina ni eclesiástica) a confiar en el misterio último que da sentido a su vida, dejar la determinación del cuándo y el cómo de su final en manos de quien se la dio, y encomendar su espíritu confiadamente para morir hacia la Vida de la vida”. Y a sabiendas de que esto significa la asunción de un criterio de conciencia individual, afirma que: “No me opongo a la despenalización de la eutanasia” y, compartiendo la declaración, científica y teológicamente respaldada, del Instituto Borja de Bioética (Hacia una posible despenalización de la eutanasia, Barcelona, 2005), pienso que “lucidez y responsabilidad en el último acto de la vida pueden significar una firme decisión de anticipar la muerte ante su irremediable proximidad y la pérdida extrema y significativa de calidad de vida. En estas situaciones se debe plantear la posibilidad de prestar ayuda sanitaria para el bien morir, especialmente si ello significa apoyar una actitud madura que concierne al sentido global de la vida y de la muerte”.
Postura que es ratificada por el mismo Hans Küng, para morir con dignidad. Entender una posición tan polémica es sólo posible si revisamos brevemente la excepcional carrera de vida que ha conducido a lo largo de su existencia.
Hans Küng, nacido en Sursee, Cantón de Lucerna, el lunes 19 de marzo de 1928, tiene 85 años. Desde 1995 es Presidente de la Fundación por una Ética Mundial (Stiftung Weltethos). Küng es “un sacerdote católico en activo”, según su testimonio: “En 1979 tuve una experiencia personal de la Inquisición bajo otro Papa. Mi permiso para enseñar fue sustraído por la iglesia, sin embargo yo retuve mi cátedra y mi instituto (que fue separado de la facultad Católica). Durante las siguientes dos décadas yo me mantuve invariablemente fiel a mi iglesia bajo una lealtad crítica, y hasta el día presente he permanecido como profesor de Teología Ecuménica y un sacerdote católico de pleno estado, yo afirmo el papado para la Iglesia Católica, pero al mismo tiempo infatigablemente clamo por su reforma radical, de acuerdo con el criterio del Evangelio” (Küng, The Catholic Church: A Short History -2002-, Introduction, p. xviii).
Es por ello que permanece en la Universidad de Tübingen como profesor de Teología Ecuménica, donde imparte clases como profesor emérito desde 1996. A pesar de no tener permiso para enseñar teología católica, ni su obispo ni la Santa Sede han revocado sus facultades sacerdotales.
La postura bioética de Küng se polarizó fuertemente respecto de la enseñanza que el Papa Juan Pablo II emitió mediante su Encíclica “Evangelium Vitae” (El Evangelio de la Vida,) tocante a la moral sexual, a la anticoncepción y el aborto; el teólogo declaró que Juan Pablo II mostraba su carácter autoritario y su negativa al diálogo con el mundo moderno.
En los últimos años de su prodigiosa y polémica carrera, Küng es el fundador presidente de la Fundación Ética Mundial que tiene su sede central en Alemania. Publicó Ética Mundial en América Latina. Trotta, Madrid, 2008. Esta organización además existe en muchos otros países y promueve básicamente el diálogo interreligioso como base para iniciar los procesos que conlleven a la paz mundial. Su lema es: “No habrá paz mundial sin paz entre las religiones, no habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones”.
En el año de 1993, Hans Küng promueve y se adhiere a la Declaración del II Parlamento de las Religiones del Mundo, celebrado en Chicago en 1993. En que se promulgó: “Hacia una ética mundial. Una Declaración Inicial (1993)”. Cuyo fundamento descansa en un diagnóstico inequívoco: “Nuestro mundo atraviesa una crisis de alcance radical; una crisis de la economía mundial, de la ecología mundial, de la política mundial. Por doquier se lamenta la ausencia de una visión global, una alarmante acumulación de problemas sin resolver, una parálisis política, la mediocridad de los dirigentes políticos, tan carentes de perspicacia como de visión de futuro y, en general, faltos de interés por el bien común. Demasiadas respuestas anticuadas para nuevos retos. Cientos de millones de personas, cada día más, padecen en nuestro planeta el desempleo, la destrucción de las familias, la pobreza y el hambre. La esperanza de una paz duradera entre los pueblos se desvanece progresivamente. Las tensiones entre los sexos y las generaciones han alcanzado dimensiones inquietantes. Los niños mueren, asesinan y son asesinados. Cada vez se ven más Estados sacudidos por casos de corrupción política y económica. La convivencia pacífica en nuestras ciudades se hace más y más difícil por los conflictos sociales, raciales y étnicos, por el abuso de la droga, por el crimen organizado, incluso por la anarquía. Hasta los vecinos viven a menudo angustiados. Nuestro planeta sigue siendo saqueado sin miramientos. Nos amenaza la quiebra de los ecosistemas”. Tenor por demás apremiante y desolador.
Ante lo cual se vuelve a lo esencial: Queremos dar fe de que ya existe un consenso entre esas religiones que puede constituir el fundamento de una ética mundial. Se trata de un consenso básico mínimo relativo a valores vinculantes, criterios inalterables y actitudes morales fundamentales. No es posible un nuevo orden mundial sin una ética mundial. Todos somos responsables en la búsqueda de un orden mundial mejor. Estamos convencidos de la unidad fundamental de la familia humana que puebla nuestro planeta Tierra.
Ante tanta inhumanidad, nuestras convicciones éticas y religiosas nos mueven a gritar que ¡todo ser humano debe recibir un trato humano! Esto significa que todo ser humano, sin distinción de sexo, edad, raza, clase, color de piel, capacidad intelectual o física, lengua, religión, ideas políticas, nacionalidad o extracción social, posee una dignidad inviolable e inalienable. Esta convicción de fondo es la que inspira al hombre y teólogo Hans Küng, en su última opción.