Mi amistad con Edilberto Aldán es producto de la catálisis y se basa en una mutua sospecha. La primera conversación que sostuvimos, cuando apenas nos conocíamos o por lo menos sabíamos de la existencia del otro, se debió a un tercero cuyo rol fue únicamente propiciar una reacción y diluirse, desaparecer. En el primer texto que leí de Edilberto, el narrador hace que una mujer que salta de un puente luzca como “un fuego”. Le comenté a un amigo, el ya mencionado tercero, que eso me parecía espantoso; éste, ni tardo ni perezoso, me denunció ante el autor. Mi primera discusión con Aldán versó pues sobre el papel que la frase sustantiva “un fuego” desempeñaba en su cuento; él estaba encantado con su propuesta, yo aseguraba que toda la narración se desplomaba como, a falta de mejor metáfora, “un fuego que se desploma”. Por supuesto yo tenía la razón —él dirá otra cosa, no le crean—.
En otro momento, solicité al tal Aldán, en ese entonces “tal” era todo lo que sabía de él, un texto para publicarlo en la revista Parteaguas. Él le prometió al tal Joel —vamos, él tampoco sabía mucho de mí— que escribiría algo sobre Elias Canetti. El texto nunca llegó. Él jura que lo envió; yo respondo que mandó mangos. Yo aseguro que el artículo no existe, él dice que no quise publicarlo. Nunca hemos solucionado el problema pues a mí me resulta imposible probar que su texto no apareció en mi bandeja de entrada y él nunca ha demostrado que lo envió o siquiera que lo escribió. Nuestra amistad está así, desde un inicio, teñida de sospecha.
Esto, es decir, la suspicacia mutua y el debate acerca de insignificancias, me ha regalado algunas de las charlas más memorables, divertidas e inteligentes de mi dialógica vida. Edilberto visita con frecuencia y gozo los temas; elabora una teoría sobre el arte, los tacos o los imbéciles y la suelta en el café para que haga destrozos. Brillante y sin censura, la teoría golpea nuestras creencias, se empareja con ellas y se mofa de sus fundamentos. Nosotros, los amigos de Aldán, debemos revirar con opiniones y chistes igualmente desenfadados y furiosos. La tertulia es siempre un combate de pokemones que se hacen pedazos al lado del azúcar y las crepas. Si bien las batallas parecen tener como origen el arte de la disputa, la reyerta por la reyerta misma; no son sino la expresión de un cariño compartido.
Edilberto Aldán, Luis Cortés y Sofía Ramírez aman sin medida la literatura, son insalvables adictos a la palabra. Asisto al café como un participante más, como otro aficionado del lenguaje. Cada sesión, cada jueves —o miércoles, o lunes— que nos reunimos, satisface con creces mi obsesión por los detalles semánticos, los giros retóricos y el pensamiento serio. A ellos, a los tres, no les basta. Sofía, Luis y Edilberto, además, escriben.
Leí Viejos fantasmas con nombre. Leí Rápidas variaciones de naturaleza desconocida. Leí Fulgores breves de largo insomnio. Los tres son libros premiados. De los primeros dos no me toca hablar hoy; simplemente diré que han sido premiados, que deben leerlos —antes de que Edilberto los cambie por completo para una nueva edición, porque eso hace, limpia y da esplendor con constancia, pero no fija— y que por un dinero les consigo la edición pirata Rápidas variaciones —que hice con gusto y clandestinidad, y cuya existencia negaré públicamente—.
Fulgores breves de largo insomnio es, sin aspavientos, el producto de un joyero. Cada frase de cada pequeñísimo relato es una pieza cuidada. El mundo completo aparece en un volumen infinito de apenas ochenta y ocho páginas. El libro es una fotografía del universo y una historia de la humanidad. Y es la exploración de él y su relación con ella. “Dios existe y se ocupa de cosas importantes”, así comienza todo. El mundo es una sucesión de esferas. Acuden relatos como fragmentos, como bloques fundacionales. Al placer mundano, en soledad, lo sigue el cigarrillo que no es tal, sino metáfora del amor, o por lo menos su pariente cercano. El encuentro asusta, los hace retractarse, la proximidad de la felicidad genera escape.
Termino ya. Si alguna vez han sentido la necesidad de ser deslumbrados, este libro es lo único que necesitan.
Foto: Gilberto Barrón