Hace pocos días se llevó a cabo la ceremonia de entrega del Premio de Literatura Juvenil Gran Angular 2013. Este premio es uno de los más importantes, si no el que más, de los que hay para libros dirigidos a jóvenes en nuestro país y es la prueba de que “literatura juvenil” no es un género temático: he leído ganadores del Gran Angular de vampiros (no se pierdan Olfato, de Andrés Acosta), de historias sobre anorexia (36 kilos, de Mónica Brozon), de tema histórico (El almogávar, de Gilberto Rendón) … En fin: que lo único que hay en común en estos libros es que son novelas y que son buenas. Digamos que, en general, el Premio Gran Angular México es garantía de calidad.
En esta ocasión, el premio fue para Frecuencia Júpiter, de Martha Riva Palacio Obón, una novela que no es propiamente ciencia ficción pero tampoco es totalmente realista. No trata exclusivamente de un romance adolescente ni sólo de un tema delicado, como los feminicidios que han asolado nuestro país. Tiene su dosis de música, su pizca de tecnología actual (Twitter), su buena parte de suspenso y sus laberintos mentales; pero no es una novela romántica, de denuncia, de nuevos medios, musical, de misterio o psicológica. O quizá sí, es todo eso, pero es mucho más: uno de esos ejemplos maravillosos donde el todo es mucho más que la suma de sus partes.
La historia puede parecer sencilla: Emilia es una adolescente que vive sola con su papá, quien es director de un periódico. Ella estudia la prepa abierta y pasa mucho tiempo con su única amiga, Irene, y con la novia de ésta, Luisa (sí, dije novia. Y no, la homosexualidad de la pareja no es importante para la trama). Emilia es un poco geek: uno de sus pasatiempos es surfear en internet para leer historias sobre el fin del mundo y escuchar estaciones codificadas, probablemente por agencias de inteligencia gringas y rusas; pero también es una adolescente normal, enamorada de un chavo que vive muy lejos, en Chile (se conocieron mientras él estaba en México, pero han pasado años desde entonces, y ahora sólo lo estolquea en Facebook). Al mismo tiempo, trata de establecer una relación adulta con su padre, lo que tiene cierto grado de dificultad para ambos, sobre todo en lo relacionado con la confianza y la responsabilidad (pero esto va en ambos sentidos: hay momentos en que no queda claro cuál de los dos es más inmaduro y vulnerable). Al mismo tiempo, Emilia recuerda algunos de los peores momentos de su vida y recrea constantemente su fobia: un terror absoluto a las mariposas.
Sería, pues, una historia cotidiana y rutinaria (mariposas incluidas, ya que todos tenemos por ahí alguna fobia guardada) si no fuera porque, además, Emilia está en coma. Y este recuento de su vida se combina con pesadillas, alucinaciones o delirios. Ella sabe que tiene que salir del coma, pero la opción para lograrlo se relaciona con su fobia a las mariposas y, sobre todo, con la necesidad de enfrentar algo que ocurrió y que quizá no quiere recordar…
La novela tiene momentos enternecedores y otros terroríficos; pero creo que lo que más me gusta es que toca temas complicadísimos con una gran naturalidad. No con indiferencia o cinismo, que conste: más bien, sin hacer grandes aspavientos o tratar de dar moralejas al respecto. Por ejemplo: Emilia y su galán están viendo Evangelion en casa de ella (solos, por supuesto) y de pronto pasan a los besos y más allá. Ella le pregunta: “¿Traes condón?”. Él responde que sí. Y siguen besándose. En ningún momento entra el interventor de la Secretaría del Pudor a editorializar. Y eso se agradece. Lo mismo cuando Emilia habla del alcoholismo de su papá: es algo que existe, y punto. Hay libros que prefieren optar por un mundo simplificado para no tocar ni de pasadita los temas que preocupan a los adolescentes (drogas, alcohol, sexo, violencia, etcétera) o que aprovechan cada mención de estos temas para dar un sermón al respecto; pero ninguno de esos es el caso en Frecuencia Júpiter.
Recomiendo ampliamente la lectura de esta novela a cualquier persona que esté en la adolescencia, esté por llegar a esa etapa o la haya dejado atrás pero aún se acuerde de ella (bueno, también a quienes no se acuerdan: les puede servir para refrescar la memoria). Más aún, recomiendo seguirle la pista a Martha Riva Palacio: con ésta, su segunda novela, reafirma lo que ya intuíamos al leer Las sirenas sueñan con trilobites, su primer libro (con el que ganó el premio Barco de Vapor hace unos años): que su delicada sensibilidad, en combinación con su entusiasmo por los temas científicos o geeks, crea una fusión muy particular y disfrutable.
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