El mejor indicador de la falta de autoconfianza de la izquierda -decía Slavoj Žižek- es su miedo a las crisis, pues en lugar de asumir que ese es el terreno en que se deben librar y ganar batallas, pareciera que es cuando más teme perder su cómoda posición como voz crítica integrada. De ahí surge uno de sus grandes pendientes: la incapacidad para generar una coalición ganadora alternativa al statu quo.
Para discutirlo, la lectura de un reciente texto de la profesora Nancy Fraser publicado en la New Left Review (“A triple movement? Parsing the politics of crisis after Polanyi“) resulta imprescindible. Dedico esta columna a sintetizarlo.
La crisis que vivimos actualmente se asemeja mucho a la de los años 30, analizada por Karl Polanyi en una célebre obra, “La gran transformación” (1944). Entonces y ahora existe un intento desenfrenado por convertirlo todo (el trabajo, la naturaleza, el dinero) en la mercancía de un mercado auto regulado, es decir, no regulado.
Sin embargo, entre ambas crisis hay una diferencia fundamental: las respuestas políticas que produjeron. Para Polanyi, en los años 30 existió un “doble movimiento”: una amplia coalición de partidos políticos y movimientos sociales que defendió a la sociedad de las fuerzas de la mercantilización. Esa coalición triunfó y derivó en lo que conocemos como el “consenso de posguerra”: la regulación política de algunos mercados.
Hoy, por el contrario, parece no existir una respuesta semejante: por un lado, nuestras élites son implícita o explícitamente neoliberales, aunque las políticas que implementen dañen a la propia economía capitalista. Por el otro, la oposición (fragmentada y efímera) no logra organizarse en torno a un proyecto contrahegemónico.
¿Por qué no existe hoy ese doble movimiento? Fraser pone a prueba tres hipótesis para explicarlo: la falta de liderazgos progresistas (“Obama no es Roosevelt”); el cambio estructural en el capitalismo, que pasó de un modelo industrial a uno financiero, donde el proceso de acumulación no depende del mundo del trabajo; y el cambio de escala en el que se actúa, que ahora trasciende los estados nacionales.
Aunque interesantes, estas hipótesis no responden a la pregunta esencial: ¿por qué la sociedad no se ha organizado políticamente para protegerse de la economía como antes? Fraser sugiere que quizá nuestro error está en la formulación de la propia pregunta: en lugar de buscar ese “doble movimiento”, ¿no deberíamos estudiar la “gramática de las luchas sociales realmente existentes”?
Para hacerlo, hay que tomar en cuenta a las luchas sociales que surgen desde los años 60 y no encajan en el eje protección social/mercantilización: el ecologismo, el nuevo feminismo, el multiculturalismo, etc. Movimientos que, enfocándose en la idea de la justicia como “reconocimiento” más que como “redistribución”, cuestionaron aspectos de la sustancia ética del consenso de posguerra. Fueron cautelosos con la vieja izquierda, cuyo proyecto de protección social para ellos significaba también dominación (vía colonialismo, inequidad de género, opresión de minorías) pero tampoco abrazaron el neoliberalismo, a sabiendas de que la mercantilización a menudo no elimina la dominación sino que la re-funcionaliza. En ese sentido abanderan un proyecto político nuevo, que Fraser llama “emancipación”.
Con base en lo anterior, podemos hablar de un triple conflicto o de un triple movimiento: entre las fuerzas de la mercantilización, la vieja izquierda, y las fuerzas emancipatorias. Estas tres fuerzas tienen proyectos propios que chocan, pero también poseen un potencial de ambivalencia que posibilita la formación de alianzas entres sí:
Los defensores de la protección social luchan contra la dominación de los mercados sobre las comunidades, pero simultáneamente pueden fortalecer la dominación dentro de las comunidades, o entre las comunidades. Por su parte, la mercantilización tiene claros efectos destructores, pero puede llegar a tener también resultados positivos, al romper “protecciones” que eran opresivas (p. e. cuando el mercado del trabajo se abre permitiendo entrar a quienes se hallaban excluidos). Esta ambivalencia es acaso más notoria en los movimientos emancipatorios, que buscan destruir las relaciones de dominación, aunque sea a costa de disolver las bases éticas de la protección social. Pueden aliarse con la vieja izquierda, pero también con el neoliberalismo. De hecho, Fraser advierte que hoy existe un peligroso decantamiento de las principales corrientes de la lucha emancipatoria hacia la alianza con la mercantilización, dándole a ésta una nueva fachada, popular y seductora.
Este es nuestro complejo campo de batalla, que apenas estamos tanteando. En él, un neoliberalismo reforzado con el carisma prestado de los movimientos emancipatorios se presenta como una nueva rebeldía, calificando a la protección social de obstáculo para la libertad. Mientras, la vieja izquierda apenas se levanta de la lona, desmoralizada y a la defensiva tras ver revelados sus resabios opresivos. El tercer partido, la emancipación, se encuentra en una posición delicada, pasando fácilmente de la crítica válida a los rasgos autoritarios de la protección social al abrazo acrítico del individualismo meritocrático (esa retórica para justificar la desigualdad) y el consumismo privado.
El trabajo de Fraser brinda nuevas herramientas para pensar la crisis. Sobre todo, clarifica los enormes retos políticos que existen para crear una alianza contra la hegemonía neoliberal, que entienda y busque la justicia en sentido amplio, como redistribución y reconocimiento.
También nosotros deberíamos empezar a discutir en esos términos. Me pregunto: ¿cuántos aliados (inconscientes o no) del neoliberalismo habrá entre nuestros inconformistas? ¿Cuánto machismo, xenofobia y racismo hay en el establo de Augías en que está convertida nuestra izquierda? Para empezar a desbrozarlo, la idea del “triple movimiento” me parece clave. Y no sólo hablo de partidos políticos.