Letras ciudadanas / Del Consenso de Washington al Pacto por México - LJA Aguascalientes
22/11/2024

El desarrollo es imposible sin un “acuerdo en lo fundamental”, como lo llamaba Mariano Otero. La necesidad imperiosa de un consenso nacional para el desarrollo, parte del reconocimiento de una realidad social, y política. En las elecciones recientes los resultados electorales favorecieron (con ciertas argucias y la ayuda de los árbitros electorales) al PRI; pero aún así, es innegable que existe una incontrovertible e irreversible vasta pluralidad real; sin esta pluralidad no podríamos hablar de consenso. Quedó demostrado, en la pasada jornada electoral, que nuestra pluralidad real no es eficaz, productiva y eficiente para construir un proyecto de desarrollo con estos atributos. Los modos de llamar a las cosas cambian con el tiempo. Esta formulación, que tiene el mérito de la brevedad y el perfil de un apotegma, es un claro ejemplo: “el desarrollo consiste en la transformación de la sociedad”.

El Pacto por México, no representa un proyecto de desarrollo, consiste más bien en una serie de Reformas Estructurales de sesgo neoliberal pactadas por las tres fuerzas políticas más importantes, acordes con el “Consenso de Washington”; “Pactaron” respetar (y aprobar) las reformas que el gobierno del PRI ha ido decretando: la Reforma Laboral, la Reforma Educativa, la Reforma Hacendaria, la Reforma Energética; sin incluir para su formulación a la gran mayoría de la sociedad; señaladamente, las organizaciones de productores agropecuarios, la de los trabajadores asalariados, la de los estudiantes, la de los académicos y la de los maestros disidentes y maestros del SNTE.

Construir un consenso incluyente en una sociedad del tamaño y complejidad de la mexicana es extraordinariamente difícil, pero es preciso que el sistema de partidos asuma que sin un proyecto nacional no habrá desarrollo y que, por lo tanto, el proyecto de desarrollo que expuso AMLO era concreto, directo y sin ataduras de ninguna índole, era un proyecto anti neoliberal y pro keynesiano, era un proyecto de desarrollo que demandaba justamente, vocación de cambio y de consenso. Consenso no significa necesariamente unanimidad. En ninguna sociedad democrática existe un consenso total sobre el desarrollo, pero si es impostergable un consenso básico, un acuerdo en lo fundamental, capaz de conferir dirección real y amplios objetivos de bienestar, compartidos por la mayoría.

Pretender acatar el “Consenso de Washington”  que no es un proyecto de desarrollo; es más bien una serie de dictados macroeconómicos para las naciones de América Latina consensuado en la década de los noventa por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Reserva Federal con sede en Washington D.C. consistente en una serie de medida tales como la disciplina presupuestaria, cambios en las prioridades del gasto público, reforma fiscal, liberalización comercial, privatizaciones; dicho de otro modo: es asumir completamente los preceptos de la doctrina neoliberal.

De tal manera, pues, que la base, el cimiento de nuestro consenso nacional para el desarrollo, estriba en una reforma política que redistribuya el poder, a modo de crear las tensiones necesarias que se conviertan en estímulos para la innovación y la creatividad, sin olvidar, desde luego, que el corazón y el cerebro de este proceso radica esencialmente en una revolución educativa.


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