Hemos levantado la estatua de la libertad sin haber construido primero la de la responsabilidad
Viktor Frankl
En esta semana, el senador mexicano, Javier Lozano, anunció que ganó una demanda contra el también senador, Manuel Bartlett por daño moral. Las declaraciones de este último realmente fueron muy graves, ya que iban desde el insulto y la descalificación hasta el hecho de llamarlo asesino. Según palabras de Lozano: “Para mí lo más importante no era la cantidad de dinero… para mí el escarmiento público y político es más que suficiente”. Creo que este triunfo en los tribunales y su respectiva difusión es un poco el triunfo de todos los que de una u otra forma han sido expuestos con total impunidad en los medios de comunicación.
Estas acusaciones pueden dejar indiferentes al resto de los mortales que empiezan a acostumbrarse a hechos similares con todos los personajes que son públicos, pero para el afectado y su familia se trata de algo muy grave puesto que pone en entredicho su honor y su buen nombre. Todo el que ha sufrido estas vejaciones conoce la impotencia y el malestar que provoca la impunidad con la que se publican, sin que nadie pueda hacer nada porque se interpone, entre sus derechos y el derecho del que dice tener “libertad de expresión” confundiéndola en la mayor parte de las veces con el insulto y la blasfemia.
Este logro en los tribunales, estoy segura, ha sido motivo de alegría para muchos ya que sienta un precedente que tal vez frene en algo el desbordamiento de palabras agresivas e imprudentes. Es una bocanada de aire fresco que puede empezar a limpiar la suciedad de expresiones similares que se dicen en todos los medios de comunicación y que se han enquistado con total impunidad en las redes sociales, en donde los temas favoritos son la homofobia y el racismo y cuyos los individuos meta son los políticos, gobernantes o cualquier personaje famoso, sin olvidar a las grandes empresas. El objetivo es claro, desprestigiar.
Los medios de comunicación tienen mucho que trabajar al respecto para realmente ejercer esa libertad de expresión con la responsabilidad que lleva aparejada la labor del buen periodista. Sin embargo, aunque en los medios se publican hechos y conductas con calificativos y opiniones que no siempre responden a pruebas reales, lo cierto es que se puede saber quién es el autor y por tanto también se puede iniciar una demanda en contra del difamador, cosa que no ocurre en las redes sociales.
En las redes sociales, el anonimato envalentona a los que no lo son en la vida real y escudados en el mismo, se dedican a agredir sin freno a cuanto famoso se atraviesa en su camino. Si nos asomamos al twitter o a cualquier red social de un personaje público, el común denominador serán los mensajes llenos de agresividad y violencia, a grado tal que muchos han optado por cerrar sus cuentas para no sufrir más ataques verbales. Según los expertos, esa función de señalamiento ofensivo es propia de lo que en el argot de internet se conoce como el troll, unos actuando motu propio y otros contratados para tal fin, en especial durante la temporada de elecciones.
“Troll es un término noruego que menciona a una criatura mitológica. En nuestra lengua, la escritura correcta de la palabra es trol, con una única L” Real Academia Española (RAE). El troll es una criatura malvada y violenta de la mitología escandinava y que vive en el bosque. Hace algunos años los muñecos troll se pusieron de moda y se caracterizaban por tener pelos de colores llamativos y caritas especiales.
Actualmente, el troll es la persona que, escondida en el anonimato que proporcionan las redes sociales, emite mensajes, que van desde chistes que para algunos resultan graciosos, hasta palabras obscenas e insultos con una gran carga de provocación y con la única finalidad de dañar el prestigio de alguien famoso, de una empresa o del cualquier otro usuario. Nunca como antes se habían tenido tan cerca a personas importantes que anteriormente eran inaccesibles y lo aprovechan para transmitirles sus propias frustraciones y coraje.
En la famosa era de la comunicación, donde las palabras debieran utilizarse para construir hermosos diálogos, para expresar bellos contenidos, para describir obras de arte o para razonar y argumentar, estos personajes molestos utilizan las palabras para fastidiar y herir, destruyendo también el lenguaje al utilizarlo a propósito de manera incorrecta.
En esta época, donde la educación le apuesta todo al uso de las nuevas tecnologías, deberíamos poner atención en cómo ayudar a los hijos a gestionarlas correctamente; enseñarles el valor del diálogo y la asertividad; educarlos para que sean personas valientes y buenas; aclararles la gran diferencia entre la libertad de expresión y la ofensa, y en especial mostrarles el respeto a la dignidad y el honor de las personas junto al derecho que los asiste y esa conductas deberían ser la mismas, tanto en la vida real como en la virtual.
Hay una frase de Carlos Siller que circula por las redes sociales precisamente y que dice: “La palabra tiene mucho de aritmética: divide cuando se utiliza como navaja, para lesionar; resta cuando se usa con ligereza para censurar; suma cuando se emplea para dialogar, y multiplica cuando se da con generosidad para servir”.
Twitter: @petrallamas