Sé amable con todos, pues cada persona con la que te cruzas está librando su propia batalla
Platón
Hace una semana tuve la oportunidad de asistir a la presentación de proyectos de un grupo de trabajadores de ADO que cursan el bachillerato semipresencial. La fundación de esta empresa promueve la superación de sus empleados, pagando un porcentaje de sus estudios y permitiédoles que utilicen en estos menesteres una parte del tiempo de trabajo.
El grupo lo conforman personas que tienen actividades muy diversas: empleados de tiendas de conveniencia, afanadoras, operadores, vendedores de boletos y muchas otras actividades que se realizan cotidianamente en una central de autobuses; personas con las que nos cruzamos cuando tenemos que viajar y en las que casi nunca nos fijamos; personas que ofrecen sus servicios y a las que ni siquiera miramos a la cara, son gente invisible que quiere salir adelante y buscan ser felices, como todos y en este caso, son gente que aprovecha la oportunidad que les brinda la empresa para poder estudiar.
Este grupo heterogéneo de estudiantes se dividió en dos equipos para presentar sus proyectos. El primer equipo propuso que hubiera una oficina de atención al viajero y para ello expusieron los lugares más emblemáticos de Puebla, sus costumbres, comidas típicas, rutas de autobuses para desplazarse, pueblos mágicos y un sinfín de sugerencias a cual más atractiva. Mi fascinación iba en aumento porque todos y cada uno de ellos se había esmerado al máximo, sabiendo que su exposición sería observada y evaluada por gente ajena al grupo. Fue un equipo que ofreció datos interesantes con su respectivo presupuesto para llevarlo a cabo.
El otro equipo en cambio dejó a un lado la parte informativa y presentó un proyecto que se dirigía directamente al corazón y a las emociones. Su propuesta nos permitió mirar, ver y conocer a esa gente con la que nos cruzamos todos los días pero a los que ni siquiera vemos, la gente invisible. Fue una presentación de la que salimos transformados y en el recorrido empecé a ver con otros ojos a los que iban y venían apresurados por la central y a los que trabajaban en ella.
Este equipo consideraba que en la central de autobuses debiera existir un “cabina antiestrés” en la que los viajeros o empleados pudieran gritar, fumar, llorar o pensar y, para demostrarnos su funcionamiento, diseñaron con cajas de cartón algo que diera una idea de cómo sería dicha cabina. Le agregaron además un foco con luz verde que le daba un aire de recogimiento y misticismo, y la demostración de su funcionamiento no pudo ser más impactante.
Todos y cada uno de los integrantes del equipo entraron en la cabina y leyeron o expresaron en voz alta lo que sentían, lo que los lastimaba y lo que les dolía de su vida. El primero de ellos leyó unas reflexiones filosóficas como una manera de evadirse de su rutinario estrés. Otro expresó, sin ningún guión de por medio, el sufrimiento por el que había pasado cuando tuvieron que cortarle un brazo a raíz de un cáncer; nos relató, conteniendo las ganas de llorar, su recuperación física y emocional y la tarea dura y agotadora de buscar un trabajo, agradeciendo de paso que la empresa le hubiera dado la oportunidad de trabajar a pesar de su discapacidad, agradeció también a su familia, a una serie de asociaciones que lo habían apoyado y sobre todo al hecho de estar estudiando el bachillerato, porque con esta actividad había recuperado la ilusión de vivir y el deseo de superarse día con día. Otra compañera contó la tristeza por la que estaba pasando por la reciente muerte de su madre, otra más se quejaba de que el autobús de su casa al trabajo hacía como media hora pero, pero que por culpa de las manifestaciones de inconformidad de los maestros, el recorrido llegaba a tardar hasta dos horas. Otra más expresaba toda la ansiedad que le ocasionaba ser madre soltera y combinar su maternidad con el trabajo en momentos en los que sus hijos estaban enfermos o la necesitaban por cualquier otra razón.
La cabina rudimentaria con su luz verde y los relatos emotivos de los integrantes del equipo nos tenían completamente absortos. Para ellos fue una gran oportunidad de expresarse desde el corazón y con un admirable control de sus emociones y para nosotros fue un ejercicio de reflexión muy importante. De repente, la gente que vende los boletos, que nos da el cambio en la tienda o que limpia los baños dejaba su invisibilidad y nos recordaba su existencia.
Pero esta invisibilidad no la tienen sólo los viajeros o empleados de una central de autobuses, la tienen también alumnos de una institución educativa; la sufren algunos miembros de la familia, en especial los de la tercera edad; la tienen compañeros del trabajo o aquellos que cuentan con alguna discapacidad. La gente invisible parece haberse multiplicado cada vez más. Hoy todos están demasiado ocupados con sus teléfonos inteligentes o simplemente escuchando música con audífonos, mientras leen o trabajan ignorando al resto de los mortales, a los que ya de por sí no veían. Nadie parece tener tiempo de ver o escuchar al otro, seguramente porque al hacerlo tendría también que mirar y escucharse a sí mismo. Decía Henry Miller: “Nadie es lo suficientemente pequeño como para ser ignorado”
Twitter: @petrallamas