Burros y mulas / Guía para adoptar un mexicano - LJA Aguascalientes
16/04/2025

Contrario a la venganza, la testarudez se sirve en caliente, y así sabe mejor. Como una comida rápida, sus ingredientes son sabrosones, es rica en elementos innecesarios que pueden alterar la bioquímica corporal de manera instantánea, como una hamburguesa, un taco, un hot dog o una torta, entrega ipso facto una sobredosis de euforia que corre a trompicones. Pasada la exaltación, la receta también incluye fatiga, decaimiento, culpa, arrepentimiento. Como su apetito sin fondo, la testarudez del mexicano no tiene techo, por lo que siempre, inevitablemente, se pisa un terreno de negociaciones ríspidas que obliga a blandir las mejores armas verbales y literales para lograr entablar un diálogo mínimo con un mexicano. No importa si se trata de hojarasca o fenomenología trascendental, si no se es ducho en las viejas artes de la argumentación y la persuasión, pronto se verá acorralado y no le quedará otra alternativa más que desembolsar una retórica de baldones y bastonazos.

Hay varios tipos de cabezones. Cuando se tope con uno y usted exponga sus sesudos piensos, basta con ver la dirección de la mirada del mexicano para averiguar qué tipo de cabezón es. Si voltea hacia arriba, se trata de un cabezón involuntario, se ha perdido desde la primera oración y está tratando, sin buenos resultados, de hallarle forma y contenido a la cascada de palabras que le acaban de soltar. No ha entendido nada o, más bien, no ha escuchado casi nada, salvo el saludo inicial, pero saca fuerzas de flaquezas y por pura dignidad está determinado a llevarle la contraria. Si voltea hacia abajo, se trata de un cabezón impermeable, así es, a éste no le hacen mella ni los análisis más filosos ni las razones más contundentes, es de hule, oye pero no escucha, sólo espera su turno para hablar, para llevar la contraria. Pero cuidado, no se deje engañar, este tipo de cabezón siempre comienza sus intervenciones dándole la razón al otro con una afirmación sonriente o con un gesto de comprensión fingida, pero acto seguido vendrá un “pero” larguísimo o un “no” cortante, ambos igual de inauditos para los oídos de una mente sana. Si voltea hacia los lados, se trata de un cabezón impaciente, aguantará callado por unos segundos, en los que sólo se atreverá a intercalar en el diálogo de su interlocutor gestos de desaprobación y muecas de disgusto, hasta que llegue el momento en que los tics nerviosos de su cuerpo lo desborden y lo lleven a romper a gritos y a embarcarse ciegamente en un tren que bien podríamos llamar el súper expreso del manoteo grandilocuente.

Seguro usted, amable lector y próximo adoptante, estará pensando que es una buena oportunidad para sacar a relucir sus dotes argumentativas y negociadoras para lidiar con semejantes palurdos de ancha testuz. Podría pensar que poseer la mayor cantidad de información posible de su contraparte cabezona (contexto, educación, profesión, preferencias, repulsiones, etcétera) le ayudará a diseñar una mejor estrategia de negociación y estar en mejor posición cuando la controversia asome la cabeza, o que mostrar un ánimo cooperativo, abierto y dispuesto logrará que se den más coincidencias que diferencias, o que, por el contrario, hacer énfasis en las discrepancias las encapsulará y así podrá encauzar el camino hacia los acuerdos, o que hacer una alianza artificial y efímera los llevará a buscar un posible enemigo a la redonda nomás para joder en equipo. Pero no, ninguna de estas estrategias de negociación sirve con un cabezón mexicano. Por lo que, si entre su planes próximos está adoptar un mexicano, se recomienda seguir los siguientes pasos.

Primer paso: si le toca en suerte un cabezón involuntario, la mejor estrategia es regatear. No tendrá ningún problema en sacar todas las ventajas que desee, su distracción es crónica, le será fácil conseguir los descuentos que usted quiera. Inclusive, podrá sembrar los pensamientos y palabras que quiera, a pesar de su talante reaccionario, como no sabe con precisión qué dijo y qué no, es muy sencillo hacerle pensar y decir lo que uno guste.

Segundo paso: si le toca un cabezón impermeable, la mejor estrategia es regatear. Si usted ya tiene cierta experiencia en el arte del regateo, no tendrá ningún problema para llevar a este tipo de cabezón a sus terrenos, si no, le recomendamos visitar varias veces alguno de los muchos mercadillos mexicanos, son la mejor escuela para esos menesteres y otros más.

Tercer paso: si le toca un cabezón impaciente, la mejor estrategia es regatear. A este cabezón le hierve la sangre, por lo que lo mejor será echar a andar una retahíla veloz de ofertas y contraofertas, los contenidos de la charla o disputa pasarán a segundo plano, no importa, usted tire balazos en todas direcciones, la puntería es lo de menos, dispare ya, apunte después, al final algo quedará, con suerte, un dividendo para usted.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es terco? Sí. ¿El mexicano es tenaz? Sí. ¿El mexicano es tozudo? Sí.

 

jcarlos_ags@yahoo.com



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