Antes de que nos olviden,
haremos historia,
no andaremos de rodillas,
el alma no tiene la culpa.
S. Hernández
Pasó el 2 de octubre. Lo sucedido en Tlatelolco en 1968 dejó grandes responsabilidades aún no atendidas. Será muy difícil que las autoridades vuelvan a organizarse tan bien como lo hicieron para cometer ese crimen. Los jóvenes contemporáneos y parte del conflicto explotaron la tragedia y, tal como lo señaló Ignacio Ruelas Olvera en su columna de la semana pasada, lograron externar un mensaje intelectual, que a mi particular punto de vista desafortunadamente no inspiró y mucho menos transformó las cosas.
Ahora, no sólo se ha deteriorado la capacidad de querer transformar la realidad. De forma demás curiosa, los jóvenes reclaman su lugar en la agenda conformes con no pertenecer a ella. Esto es grave, riesgoso. Poco a poco se van formando generaciones exitosas, pero siempre cómplices. La tragedia del 68 no ha reflejado su legado. Seguimos en deuda. Antes de continuar, pido no tomar esto como un mensaje revolucionario (tengo la hipótesis de que la palabra revolución ha vendido más que la Coca-Cola).
Las decisiones las toman unos pocos, y si bien nos va, los jóvenes salen a la calle, pero siempre sin lograr apoderarse del espacio público. Hoy estamos en deuda intelectual y política. En algún momento lo tenemos que asumir. La frustración nos invade, nos agobia.
Un sistema nos ha abrazado y nos impide enfrentar nuestra realidad. No logramos entender que la realidad se construye con el otro. La interacción entre nuestras soledades respaldará el argumento político que nos dará entrada y hará parte de la agenda; tenemos que dejar de ser el “obligado espacio”. Entendamos por obligado espacio a todos los movimientos juveniles de los partidos políticos que nunca influyen en las decisiones. Entendamos por obligado espacio todas las “políticas públicas” de inclusión juvenil. Lo ideal sería asumir que la juventud, que no tiene nada que ver con la edad, es un sector parte del conflicto, nunca una opinión obligada, simulada. Nuestra deuda generacional es esa: llegar y apoderarse del espacio público.
Es verdad, con la innovación y el progreso tecnológico cada vez tenemos mayor capacidad de sostener discusiones técnicas, pero aún seguimos subordinados a lo político. También es verdad que actualmente existen más oportunidades para prepararse, existe movilidad social. Hijos de padres sin estudios superiores, ahora pueden acceder a ellos. Lo triste es que esto no se refleja en la discusión pública. La política nos rebasa. No podemos con ella. En términos de Michel Foucault, todos nosotros, como empresarios de nosotros mismos, padecemos de miopía generacional.
Cada dos de octubre nos recuerda una deuda. Una deuda que no se resuelve sólo en la calle. Es una deuda intelectual, crítica, de mensaje. Una deuda política. Los mensajes deben darse en colectivo, en grupos de afinidades secretas. Esta fecha nos recuerda la urgencia de generaciones (como antes lo señaló Xavier Villaurrutia respecto a los Contemporáneos) con el deseo tácito de no hacer trampa, de apresurarse lentamente, de no caer en el éxito fácil, de no cambiar las inquietudes por las comodidades, de falsa autoridad, de auténtica fortuna.
El 68 no es para recordar y lamentar, es para ocuparnos… antes de que pase lo que regularmente pasa, antes de que nos olviden.
Twitter: @ruelas_ignacio