Por Jonathan Minila
Acaso todos hemos sido náufragos esperando una frase que nos salve. Todos hemos estado en ese límite donde nuestra vida podría convertirse en una isla de demencia, después de un día en que las palabras, o el amor, se convirtieran en la peor de las tormentas. ¿Habrá mar más salvaje que la esperanza del ser humano? Sin duda todos buscamos que ese mensaje nos llegue en una botella, o en el viento; que nos haga sentir de nuevo niños y protegidos, y salvados del hambre y de la locura de la sed, que es tan parecida a la soledad. Pero no siempre la marea está a nuestro favor. El encuentro con los deseos muchas veces puede ser desastroso. ¿Qué pasa cuando se desdobla la hoja, arrugada, y se encuentra un mensaje de alguien que también está en una isla, esperando ser salvado? Todos sin duda somos niños desesperados, que se han tenido que convertir en adultos, que se aferran a lo primero que creen puede ayudarlos: una fotografía, una imagen, una espalda convertida en arena, una palabra. ¿Cuántas veces lo que creemos nuestra salvación no se vuelve un arma en contra nuestra? En este sentido, ¿de qué modo podrían ayudarse dos náufragos entre sí, separados por una todo un mar, cada uno en su propia isla? Pero a veces, vale más ser engañado, saberse engañado, aceptar la mentira. Eso sucede durante la soledad. Es justo como la noche: esas largas horas, esa isla, ese espacio infinito del tiempo que crea formas, figuras, y todas las amenazas inexistentes. Aunque a veces hasta las sombras resultan buena compañía; vale más al vacío. Es como imaginar que alguien en verdad te escucha, que alguien está ahí del otro lado, hasta que todo explota como una burbuja: Porque la mentira es el único consuelo que te queda. / Porque seguir ciego es más sencillo que saltar. A la verdad, a la razón. Dejar de responder el mensaje en la botella.
Javier Moro Hernández, poeta nacido (aunque muchos no lo saben) en Colombia, presenta en su primer libro de poemas, Mareas, (sumamente esperado, tanto por sus lectores, como por él mismo) una exacta radiografía de la suerte, del equilibrio, de la lucha entre la soledad, el deseo, y la ansiedad por ser “salvado”. Sus páginas son una ruta formada por instantes repletos de asfixia, en los que el lector podrá acompañar al poeta, en ciertos días de su pasado. En esta especie de autobiografía poética, que por momentos uno quiere imaginar que es ficción, nos lleva a explorar lo que podríamos imaginar como una vida emergente, tras momentos en los que toda esperanza estaba perdida: como un náufrago.
Mareas, como el mismo Javier Moro ha expresado, se fue construyendo en los días en los que todo le parecía que estaba perdido, o en lo que quizá, mejor dicho, había algo que aún parecía muy incierto en su vida: el futuro. Sus poemas son una exploración. Un espejo para muchos de nosotros, de esos instantes que todos pasamos, en los que el espejismo del deseo nos hace creer que todo está ganado, sin saber que aquello no es nada más que una ilusión. Así son los días. Como el mar. Van y vienen. Igual que la suerte. Cuando parece que nuestra vida ha quedado vacía, de nuevo surge algo que nos hace llegar muy alto. O por lo menos nos ayuda a ponernos de pie.
bajamar s. f.
1 Nivel más bajo que alcanza el agua del mar durante la marea baja.
2 Tiempo en que el nivel del agua del mar se mantiene en estas condiciones.
“Bajamar”, primera parte de Mareas, que está formado por nueve poemas, explora esta parte de la vida, en que todo parece sumergido en el confort de la pesadumbre. Nos abre al contexto de un amor que, pasado, como una sombra (y que se parece al que muchos hemos tenido), parece sostenerse de forma constante al filo de la muerte. Se descubre en ellos, en los poemas, una mezcla de nostalgia, de angustia, y de deseo por salir, por abandonar la isla personal, que es la propia vida. Pero parece imposible. Así de adictivo puede ser el vértigo. Éramos un par de locos jugando al amor / un par de balas cargadas buscando un destino. ¿Quién ha logrado salir de eso fácilmente? ¿Quién lo ha deseado en verdad? Las palabras de Javier Moro, los versos libres, son un retrato antiguo, lejano, que lee, por momentos, como si fueran una película vieja. Como si todo sucediera en la pantalla de un monitor viejo, o lleno de polvo. El lector, que bien puede leer en el conjunto del libro una novela breve, que se construye con todos los espacios que se forman con su poesía, como si de música se tratara, se adentra identificándose con algunos de los personajes de esta historia, como sucede con los espectadores de cualquier película. La pasión, la dependencia, las adicciones, el miedo: Tu mirada era una nueve milímetros apuntándome a la nuca. Las ganas de escapar, de salir, de abrir los ojos, pero el terror de darse cuenta que en el mundo, afuera, nadie espera. Abrí los ojos para descubrir / que el mundo estaba hecho de incendios inmensos / de rostros desconocidos. ¿Qué mejor compañera entonces que la muerte? A la muerte le gusta besarme en los labios… Todo es falso. Quizá el mayor escape sea éste: escribir. Esperar la noche o una tarde de cruda para auto enviarse un mensaje al futuro, sin saber si puede llegar. Pero más vale intentarlo. Hay que hacer todo el esfuerzo. Escapar de esa realidad que dentro de algunos años parecerá pura ficción. Recorrer tu recuerdo / hasta deslavarlo / hasta que las palabras pierdan sentido.
“Interludio”, la parte media del libro, está formado por once poemas. Entre sus versos puede verse claramente la aparición y desaparición de un fantasma, o de varios. Memoria, olvido, pasado, recuerdos, fotografías. ¿Cuántas cosas ha inventado el hombre para aferrarse al tiempo? Sin embargo, es imposible evitar lo que deja todo tiempo futuro: un desierto. Como pasa a veces en las tantas noches de nostalgia, esos espejos que solo reflejan un pasado perdido. Es la misma isla. La memoria nos hace volver una y otra vez a lo que ya se ha ido. ¿Para qué? ¿Para qué aferrarse? La noche se te pega a la piel / te enseña lo que queda de ti… La noche es el infierno / ese cuerpo que ya no está. Se recuerda, inevitablemente, aunque se sufra. Después de eso, el ver la realidad, es enfrentarse a la nada. Porque afuera todo es vacío, se quiera o no. La vida de los demás parece tan lejana. Las risas son algo amorfo. Nada es real. Afuera de mí el vacío que se abre ante mis pies. Sin embargo es imposible escapar. No hay donde ir y la muerte no es una opción; esa ya estaba ahí, desde antes, cada día. Es el derrumbe. Es la nostalgia, es la angustia de no ver una botella vacía, sin alcohol, sin mensaje, sin nada. Afuera no hay islas, la gente vive su vida normalmente y camina y ríe y se acompaña, mientras uno está allá, en algún lugar aceptando la derrota. De las bocas salen pájaros muertos. El desierto es un silencio que lo condensa todo. Ese, justo ese Un silencio espeso aferrado entre los dedos.
Todo lo demás es falso. El andar, el recorrer las calles, el mirar los rostros, el mantener una conversación. Se mantiene uno a flote, en el mar de la realidad, que está del otro lado del muro que es la mirada, y uno finge entonces vivir, pero sólo es una forma más de alejarse de ahí. Me aíslo, me escondo detrás de las palabras, detrás de una sonrisa gris, que nada dice. Es la memoria; son los recuerdos: la arena del tiempo.
pleamar s. f.
1 Nivel más alto que alcanza el agua del mar durante la marea alta.
2 Tiempo en que el nivel del agua del mar se mantiene en estas condiciones.
“Pleamar”, es la tercera parte del libro, construido con siete poemas que podrían simbolizar el camino de regreso. Ese resurgimiento que, aunque se haya alcanzado el nivel más alto de las emociones, se logra casi de forma milagrosa; como si se tratara del amanecer. En las noches, como sucede con el mar, que llega a su nivel más alto gracias a la luna, la “enfermedad” se siente más, la nostalgia alcanza su grado más agudo. Pero al día siguiente todo vuelve a la normalidad, y entonces se pueden ver los vestigios que han quedado de uno mismo. Se inicia la cuenta para atrás. Se explota. Todo ha pasado ya: …pof, / se ha ido… El mar se queda quieto entonces. Amanece. Alguien te mira, te toca al hombro, sabe que estás ahí, y te ayudará a resurgir. Es ella. La realidad. A quien esperabas: Oscuridad rota solo por el enigma de las caricias.
Estás vivo y te das cuenta, lo sabes, la vida sigue y también es posible que sigas tú. Puede entonces escribir sobre la luz tenue del amanecer. Sobre la memoria real. Puede despertar. Saber que la isla eras tú, pero que alguien más la ha descubierto, así como tú has descubierto a alguien más. Ahora puede ver. Todo se vuelve hoy. Todo se vuelve presente: Hoy soy el silencio que cuida tus pasos.
Con este primer libro, Javier Moro Hernández recupera no sólo alguno de los poemas que escribió hace algunos años, sino que nos regala el comienzo de la carrera de un poeta. Conocido ya por la promoción que hace de la poesía mexicana contemporánea, era justo ya tener un libro suyo y prestar atención a la historia de este autor que nos trajo el destino hace ya algunos años, desde su natal Colombia.
Mareas, de Javier Moro Hernández (Casa Editorial Abismos, colección de Poesía) se presentará el martes 1 de octubre en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, por la poeta y editora Rocío Cerón, por la poeta y periodista Mónica Maristain Melussi y por el editor y escritor Edilberto Aldán. La mesa será moderada por la editora Sidharta Ochoa.