- Carlos Lozano de la Torre entregó obras a la gente que luego le da la espalda
“Me piden que no los olvide… pero son ustedes los que me olvidan a mí… después de las elecciones me dijeron: reconocieron tu obra, perdimos”, lamentó Carlos Lozano de la Torre la indiferencia de quienes se niegan a ver su trabajo.
Se consolaría cantando a capela, con mariachi, entonaría la canción ranchera que tanto le gusta: “Por una mujer ladina”, del compositor tapatío Juan José Espinoza Guevara: “Por una mujer ladina / perdí la tranquilidad / ella me clavó una espina / que no la puedo arrancar / como no tenía concencia / y era una mala mujer… / se piró con su querencia / para nunca jamás volver. / A la orillita del río / a la sombra de un pirul… / su querer fue todo mío / una mañanita azul…”
Le caló hondo a Lozano volver a terruños tan familiares, a grado tal que en el último evento, allá en Los Alamitos, hasta arriba de la Sierra Fría, se acordó de los viejos amigos de la adolescencia, con los que vivió algunas páginas complicadas de su vida; rememoró El lobo estepario, de Herman Hesse, que plantea una duda existencial acerca del qué hacer después de los 50 años de edad… se le quebró la voz, le traicionaron dos furtivas lágrimas… “Ya llegué a los 60 y sigo pateando el bote”.
Tal vez pensaba: “Qué ingratitud, yo trayendo el agua aquí donde no la hubo en los últimos 84 años, donde me piden que no los olvide, y son ellos los que me olvidan a mí cuando más los necesito”.
El Carlos Lozano de la Torre que sale de gira por el interior del estado, es otro distinto al gobernador de la ciudad; como si el entrar en contacto con una naturaleza que este año ha sido tan pródiga –27% de agua en la presa Calles, “tenemos para las próximas cosechas”– le impactara en un mayor humanismo, tanto que no le arredró plantarse a cantar frente al mariachi y, además, con sentimiento. “Esa canción cala”, le dijo un anciano a su vecino de asiento que había querido pegar un grito al estilo de Silvestre Vargas, quien le respondió: “A mí también, ¿dónde dejaste el tequila?”.
Ahí estaban, en su comitiva, el presidente del Tribunal Superior de Justicia, Fernando González de Luna; el presidente de la Diputación Permanente del Congreso del Estado, José de Jesús Ríos Alba; los diputados Alfredo Robles Aguilar y Mario Guevara Palomino; los secretarios de Infraestructura y Comunicaciones, Miguel Ángel Romero Navarro; de Bienestar y Desarrollo Social, Alberto Solís Farías; y el de Medio Ambiente, Jorge Durán Romo; además de los presidentes del Consejo Coordinador Empresarial, Miguel Ángel Godínez Antillón y el de la Canacintra, Heberto Vara Oropeza.
El primer chascarrillo estuvo a cargo de Romero Navarro, leyó: “Se ofrecerá una mujer… (perdón) … se ofrecerá una mejor vialidad”. Desde luego, muchos se apuntaron.
Luego, a la vecina Yolanda Medina al micrófono, le tocó de frente Alberto Viveros y dijo: “Buenos días señor gobernador, buenos días mis vecinos…” Y se escuchó a un espontáneo: “Buenos Días Aguascalientes”.
Eso le costó que el siguiente orador fuera él, dijo: “Buenos días amigos, buenos días panaderos…” Y en cuanto le tocó su turno al gobernador, lo corrigió: “Buenos días sí, pero menos a los panaderos… todavía andamos en su territorio”.
En La Congoja, la maestra Itzia Beatriz Estrada Avalos, “armó” a sus alumnos (siete) con pancartas, pidiéndole al gobernador visitara su telesecundaria y que les apoyara con tecnologías. Lozano visitó la escuela y les autorizó para la próxima semana 15 computadoras… Otra vecina consiguió de Alberto Solís Farías una computadora más para su hijo de secundaria.
“Me dicen que no los olvide… pero son ustedes los que me olvidan a mí”, les diría el gobernador al retirarse de ahí… En el Centro Ecológico, para festejar la visita del gobernador, soltaron de regreso a la vida silvestre a cuatro aves: una lechuza, dos búhos y un águila. Ésta última vino a ser “el águila que cae”, porque se negó a volar.
Foto: Gilberto Barrón.