La estrella de televisión atraviesa el pasillo del palacio presidencial, el acaudalado político, el poderoso, no magnate sólo poderoso, envuelto en su traje de cantante de pop, zapatos brillosos, pelo engomado y sonrisa Colgate. Los brazos entrelazados, la pareja estelar se asoma por el palco presidencial, él y ella, amor de telenovela, las armas lustradas de los cadetes les abren paso antes de que saluden a la multitud, les acompaña la familia feliz, al lado aquella joven desorientada, Paulina se llama, hoy sonríe y saluda con un poco más de educación a quienes meses atrás calificara de prole, de pendejos, por haber criticado y evidenciado la ignorancia de su padre, hoy presidente de la República; ella sonríe y saluda a la misma prole venida de los rincones más inhóspitos del Estado de México, los que no conocen agua limpia, que no tienen calles, donde no hay transporte urbano cerca, donde manda la ley del revólver. Pero ya todo está perdonado, el pacto por México pudo con eso y más. En un primer plano la pareja estelar es feliz, al menos por este sexenio, en segundo plano los senadores y diputados tienen onerosos futuros, las reformas para acabar con lo que queda de país se logran aunque sigamos en la podredumbre por los siglos de los siglos. Fin de telenovela. ¡Corte! ¿Y el pueblo? Bueno, la vida no siempre tiene un final feliz.
Una vieja caja de sueños artificiales habla, un cuento de pesadilla, él en el poder asomándose por la ventana del palacio presidencial como un domingo de reality show; ¿y la multitud? Ésa nunca llegó. Pero lograron llevar para las primeras filas a un montón de acarreados de varios municipios mexiquenses, los camiones repletos, tortas, refrescos, una pequeña cena y un distintivo para lograr pasar al área VIP de la gritonería popular.
Como siempre detrás de cámaras hay otra realidad, otras y otros tantos que abuchearon a la pareja presidencial, quienes le gritaron: fuera, fuera, fuera Peña, mientras recibían empujones de esos cinturones humanos vestidos de civiles encargados de no dejar que lleguen debajo del balcón presidencial. Como artista que hace esperar a sus fans se despide, una cena de lujo que apenas probó cuando de pronto se va. “Hay que atender la alerta que hay en varios estados” donde parece haber llegado el diluvio. ¿Atender personalmente? Pensé que de eso se encargaban sus secretarios. Como siempre, tras bambalinas las versiones fueron otras, él no soportaría más desplantes, y lo que ocurrió esa noche había sido un desplante, convocó a una fiesta en el patio de su casa y la muchedumbre lo dejo colgado. ¿Fue la lluvia? Pero en el zócalo siempre llueve el 15 de septiembre.
Una plaza que dos días antes estaba llena de pueblo, de otra parte del pueblo que fue desalojada, es decir, primero despojada de sus derechos laborales, pero también pisoteada en su dignidad, y luego fue desalojada con violencia, al viejo modo, al rancio modo, a eso que dijeron ya habíamos superado. Pero el remedio para el conflicto, para la disidencia fue el mismo, a puro toletazo.
El fracaso del diálogo y la incapacidad del debate de ideas quedó descubierto nuevamente, como en aquel octubre de 1968, y no es una exageración, son las mismas viejas formas, el desalojo sin ton ni son, primero infiltran con provocadores los movimientos, las protestas y luego viene el golpe y casualmente algunos detenidos vestidos de negro, encapuchados que ante la detención se identifican con la policía y quedan libres, si ya nomás les falta el guante blanco.
El desalojo se vio por tantos medios independientes, no sólo la crónica escrita o el audio, también las imágenes, los medios electrónicos, la mayoría repletos de estas denuncias de abuso de la fuerza, del exceso de la violencia. Y como en aquel 68 un silencio absoluto de los medios oficialistas de comunicación, de los masivos que hacen leña al movimiento magisterial, que enardecen para justificar la violencia y luego salen a decir: los maestros se retiraron esta tarde, pacíficamente.
Insisto, las tormentas que azotan al país son más que cambios meteorológicos, se han armonizado con un clima que flota en todo el territorio; qué 15 de septiembre tan desangelado, silencio por la independencia. Hubo muchos estados donde las campanas no repicaron, un zócalo expectante, sí, pero a la actuación del divo de linares, Juan Gabriel, luego lleno de gente acarreada en autobuses, qué pena, qué tristeza que siendo el presidente, con todo el aparato de telenovela, con todo el poder mediático logre llenar el corazón político del país, porque si de algo no hay duda es que el zócalo es el símbolo político más importante que tenemos.
Pero la realidad es otra distinta a su fábrica de estrellas; 26 estados con protesta social por la reforma educativa, venganza entre Caín y Abel (el PRI y el SNTE), y por aparte, separado un movimiento magisterial que lucha porque se rompa la oligarquía, la risa y el cinismo con el que han firmado la venta de lo que queda de este país.
Lo no visto, del otro lado en el monumento a la Revolución se grita por la independencia, la Plaza de la República repleta, la lluvia tupida. Un pueblo fuera de cámara, que se organiza.
Y que viva el Estado de México, al fin y al cabo fueron los únicos que llegaron.