Laura Burney (Julia Roberts) vive a la orilla del mar en una casa preciosa. Camina temprano por la playa y recoge almejas para prepararlas al vapor para la cena. Su esposo, Martin (Patrick Bergin), un elegante y exitoso asesor financiero, se acerca para saludar y ponerse de acuerdo sobre lo que harán por la noche. Ella lo abraza y deja un poco de arena en el traje de él: Mira lo que he hecho, No hay problema, todavía tengo tiempo para cambiarme. Por la noche, de regreso en casa, después de haber asistido a una fiesta, él deja de resistirse, desea a su mujer, la toma ahí, en la sala. Al día siguiente, Laura desayuna. Martin llega hasta ella, le tiende la mano y le pide que lo acompañe. Entran al baño y él pregunta: ¿Está todo como debería estar? Por supuesto, preguntas como ésa han sido contestadas antes de ser formuladas: las tres toallas colgadas a un lado del lavamanos están desalineadas, su orden es imperfecto. Laura pide disculpas por haber olvidado acomodarlas, Todos olvidamos algo, para eso están los recordatorios, contesta él tranquilamente, Gracias, dice ella. Más tarde, él conoce al nuevo vecino, un neurólogo amante del mar, que repara un bote. Mientras conversan, el doctor felicita a Martin por su casa y comenta haber visto a Laura asomarse por la ventana. De vuelta en la casa, Martin acusa a Laura de coquetear con el vecino, la abofetea, la patea. Después se agacha, le pide perdón, la acaricia.
Laura recibe información contradictoria constantemente. Por cariño ella abraza a su marido: error, lo ha ensuciado -afortunadamente él es comprensivo-. En la noche, él, enamorado, hace el amor a su mujer, desaforadamente. Al otro día le muestra cómo se ha equivocado. Después la golpea, después la acaricia. Esta serie de mensajes encontrados provocan que Laura se justifique una y otra vez; nunca hace las cosas bien.
La teoría del doble vínculo, desarrollada inicialmente por Gregory Bateson, permite entender la complejidad de la comunicación en pacientes esquizofrénicos. El doble vínculo es un dilema del que la víctima no puede escapar. El victimario lanza instrucciones opuestas y promete castigos en caso de que la víctima no haga bien las cosas. Por supuesto, no hay manera de salir bien librado del asunto; al cumplir una instrucción se incumple otra, de manera que siempre hay un castigo. La contradicción no es el único elemento que posibilita el doble vínculo, además la relación entre victimario y víctima debe ser vertical y muy fuerte, lo que impide a la víctima cuestionar la situación, retirarse o, en última instancia, rebelarse.
El problema es, dijeron, la eficiencia terminal. México tiene un rezago importante en cuanto a número de egresados de primaria, secundaria y subsecuentes. La solución que se nos recetó parece propuesta por el doctor Nick Riviera: pues facilitemos las cosas, debilitemos las evaluaciones, dieces para todos, aquí nadie reprueba. Si la ficha negra del Maratón, la ignorancia, siempre gana, saquémosla de las nuevas ediciones. Felices números, el nivel de reprobación desciende, cada vez más bachilleres, cada vez más licenciados. Miles de ellos, cientos de miles. El problema es, dijeron después, la calidad de la educación. México ostenta el extraño logro de educar durante años a sus ciudadanos sin enseñarles prácticamente nada. Horas, meses y semestres de escuela se acumulan, y egresados de Ingeniería Electrónica son incapaces de responder qué es un transistor, nóveles abogados nunca han leído la Constitución; en fin, profesionistas de todas las áreas producen textos deslumbrantes por incomprensibles, emiten opiniones asombrosas por infundadas, tropiezan con puntos y comas pues no saben leer. Como terapia: exijamos más, modernicemos todo, impidamos el avance de la ignorancia, llenémoslos de materias, que aprendan dos idiomas, que sepan guardar archivos en Word o poner negritas, que hagan el doble de trabajos, contesten el triple de exámenes. Regresemos la ficha negra al tablero, démosle diez o doce casillas de ventaja, persigámosla como locos.
Si no cumples la cuota de egreso, hay tabla. Si tus alumnos no aprenden, hay tabla. Si salen pocos, no te certifico. Si no son genios, no te certifico. Y aquí nos verá, profesores de todos los niveles, obligados a dejar que todos avancen y obligados a reprobar a los que no saben, que son casi todos; estresados por terminar los programas y concentrados en un tema que merece semanas en lugar de horas.
Laura Burney escapó de Martin, se dio cuenta de lo insostenible de su vida en pareja y decidió salir de ella. Las paradojas a las que la empujaban y la obligación de cumplir terminarían por enloquecerla, y se percató de ello. Laura decidió tomar las riendas de su vida. Seguramente, cuando nos sentemos a pensar por qué la cosa no mejora, por qué México no es líder en tecnología o ciencia, por qué siempre estamos tensos, al filo del regaño, preocupados por los adjetivos y no por los sustantivos, entenderemos que debemos quitarle la tabla a Gaspar y propinarles a él y a la ignorancia una tremenda zurra.
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