Adiós a la infancia pero no a la lectura / País de Maravillas - LJA Aguascalientes
15/11/2024

 

 

Mi primera crisis de la edad no fue cuando dejé de ser joven según el Conaculta (a los 35) ni cuando dejé de ser joven según la iglesia a la que va mi familia (a los 28). Más bien, fue cuando dejé de ser niña a los 12, según vayan a saber ustedes quién. A la fecha no sé quién decidió que a los 12 uno ya no puede pedir menú infantil en los restaurantes o pagar medio boleto en los aviones o subir a ciertos juegos mecánicos. No creo que tenga que ver ni con la estatura ni con el peso, porque me ha tocado ver gigantones de diez años y espinas de quince; y tampoco creo que tenga que ver con el desarrollo emocional, porque hay chavillos muy maduros a los nueve y gente que, a los 14, sigue esperando a Santaclós o al Príncipe Azul (¿A los 14, dije? Conozco unas de 40 que siguen en eso…). Alguna vez me dijeron que era cuando uno termina la primaria pero mi tía Luisa la acabó a los 19 y mi sobrina Aura a los 10, así que tampoco les compro esa idea. En cualquier caso, de pronto uno cumple 12 años y deja de ser niño, según.

Y como si no fuera suficiente con los privilegios que se pierden en automático, en muchos casos se espera que, además, al cumplir los 12 se deje de leer literatura infantil (ay, con frecuencia del tipo El conejito que no quería lavarse los dientes, me temo) para saltar a… ¿a qué? ¿A la llamada literatura seria? ¿A los clásicos del Siglo de Oro? ¿A Irving Wallace? ¿A no leer? Sé de gente que tuvo que leer en primero de secundaria El Quijote (pongo el nombre abreviado porque estamos en confianza) o La Iliada. A mí me recetaron La navidad en las montañas (¡para leer en vacaciones! ¡Injusticia!) y a gente de las generaciones más recientes le imponen cosas como Juventud en éxtasis, que será todo lo formativo que ustedes quieran (discrepo, pero no salgamos de tema) pero que literatura, eso sí lo digo con énfasis, no es.

Ah… ¿y qué pasa si el o la adolescente quiere seguir leyendo libros etiquetados como “para niños”? ¡Inmadurez! ¡Horror! ¿Y si se mete a leer 50 sombras de Grey? ¡Espanto! ¡Faltas a la moral! ¿Y Crepúsculo o Los juegos del hambre? Demasiado comercial, dicen los censores con desprecio. Total, que pareciera que las únicas opciones son dejar los libros a un lado y mejor ir a la fiesta o sólo leer cosas de la escuela. Muy tristes las dos.

Claro que hay otras alternativas. De hecho, se me ocurren dos: una, que los dejemos leer lo que se les dé la gana y dos, que los acerquemos a lo que ahora se ha dado en etiquetar como literatura juvenil, y luego los dejemos leer lo que se les dé la gana.

Dentro de lo que actualmente está etiquetado como literatura juvenil hay inquietantes novelas de terror y ciencia ficción, colecciones de cuentos divertidísimas, historias de subgénero realista sobre injusticias sociales, recreaciones históricas, romances apasionados, tragedias, crímenes, dragones, anticonceptivos, rock, vals, drogas, dictadores, enfermedades mentales, vampiros; hay libros gordísimos, textos breves, álbumes ilustrados y novelas gráficas; y no sólo hay libros de narrativa, también hay poesía, ensayo, teatro… Dicho de otro modo, y esto es muy importante, “literatura juvenil” no es un género narrativo ni una descripción temática.

Creo que lo que hay en común en los buenos textos que caen en esta categoría es que tienen algo que puede conectar con las inquietudes de los adolescentes, sin importar si fue escrito pensando en ellos o no, pero eso sí: hablándoles desde la igualdad y no desde el púlpito sangrón de “Lo entenderás cuando seas grande”. Lo mejor de estos libros es que, además, logran conectar con el adolescente que fuimos los que ya pasamos por ahí y, desde esa empatía, nos permiten tender puentes que crucen las brechas generacionales: que vayan del adolescente que fue alguno de mis tíos en 1960 al adolescente que fue mi hermano en 1990 al adolescente que es hoy alguno de mis sobrinos: al leerlos nos damos cuenta de que, en el fondo, los tiempos no han cambiado tanto y las inquietudes que se suscitan cuando le decimos adiós a la infancia suelen ser muy parecidas.

En otro tema: este fin de semana estuve en Aguascalientes presentando mi novela Ojos llenos de sombra.. Una de las mejores partes de mi viaje fue una sorpresa: Paloma Mora, la escritora que me acompañó en la mesa, me obsequió un ejemplar de aquel libro ruso del que les platicaba aquí hace algunas semanas, La casita bonita. Qué bueno que se me acabó aquí el espacio, porque la emoción me deja sin palabras para agradecer el regalo.  


Encuentras a Raquel en twitter: @raxxie_ y en su sitio web: www.raxxie.com –También contesta preguntas en su chismógrafo, http://ask.fm/raxxie

 


Show Full Content
Previous De Víctor y El Chato / Cocina política
Next La mitad mayor / Ciudadanía económica
Close

NEXT STORY

Close

Orozco Sandoval se reunió con alumnos de la Universidad El Retoño de Aguascalientes

24/01/2019
Close