Estas ruinas que ves
En la reunión de evaluación más reciente del gobierno federal, miércoles 25 de septiembre, se realizó un conteo de los daños provocados por el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel: 146 muertos; 35 heridos; 53 desaparecidos; 58 mil personas evacuadas; 29 mil en albergues; se ha declarado en emergencia a 312 municipios; más de 600 mil hectáreas de cultivo tienen pérdida total; 43 mil escuelas han suspendido clases; 2,150 escuelas han sufrido daños…
El riesgo de enlistar estos daños es minimizarlos; me queda claro que apuntar que más de 830 mil personas se quedaron sin servicio de luz eléctrica no siempre ayuda a dimensionar los niveles de la catástrofe; ni siquiera mencionar que por la magnitud de la tragedia se instaló el Comité Nacional de Emergencias (que agrupa a todas las dependencias federales para coordinar su trabajo en este tipo de emergencias), lo que no se había hecho en más de 25 años. ¿Cómo lograr transmitir las proporciones de la tragedia para impulsar la solidaridad entre la ciudadanía?, porque al final de eso se trata, ¿no?, cuantificar para informar y saber qué están haciendo los gobiernos federal, estatales y municipales. Entonces, ¿cómo?, no a través de cifras, la televisión sabe mejor las fibras que al público le gusta que le toquen: el morbo y la cursilería.
Agárrense de las manos
Las televisoras pueden difundir la información sobre la catástrofe, pero saben que a nadie le interesa, lo que su público requiere es la transmisión en vivo y en directo de la tragedia, nada tiene más raiting que alguien con el agua hasta la cintura; la entrevista con algún damnificado incapaz de articular palabra alguna por el llanto; al amparo de la frase que dicta que una imagen dice más que mil palabras, la televisión hace su negocio.
A ese tipo de televidente, que es la mayoría, lo atrapa a través de la explotación del morbo, y para hacer que intervenga, participe, se solidarice, adorna la tragedia con cursilería, golpes y fondos musicales “dramáticos”, entonaciones engoladas, escenas que se repiten una y mil veces en las que se difunden las bondades de la participación, la alegría infantil al recibir una despensa, la sonrisa blanquísima de una estrellita de telenovela que carga una caja… por supuesto, se elabora un tema musical, bajo el esquema de We are the world, we are the children, para poder tararear mientras se depositan dos o tres pesitos en la cuenta bancaria en ayuda de nuestros hermanos y, sí, en el fondo es eso, sentir que hemos lavado nuestra conciencia. ¿Está mal? No lo sé, no importa, mientras llegue la ayuda, mientras se impulse ese espíritu solidario, considero, el empleo de esos métodos es lo de menos. Si la masa requiere que le canten “agárrense de las manos, unos a otros conmigo, si ya encontraron su amigo, juntos podemos llegar donde jamás hemos ido” para ver al otro y ayudar, sea pues.
El riesgo de la explotación del morbo y la cursilería para estos propósitos (eso también lo saben la televisión y los gobiernos) es que reducir a la buena vibra y el buenpedismo las acciones de solidaridad impiden ver más allá de la transmisión en vivo y directo de la tragedia; básicamente te obligan a no pensar, al urgir a la acción, desplazan para un después que nunca llega la necesaria reflexión sobre por qué pasan las cosas.
¿Y Yo por qué?
Por la banalización de la tragedia y el reemplazo del análisis por la urgencia de la acción es que se multiplican los casos como el del alcalde de Acapulco, Luis Walton, que mientras Manuel azotaba al puerto, él veía tranquilamente una pelea de box, para días después levantarse de hombros y decir “nunca pensamos que el fenómeno fuera de esta magnitud”. Por eso mismo Andrés Manuel López Obrador puede hacer la siguiente repartición de culpas: “No fue negligencia del gobernador (Ángel Aguirre) ni del presidente municipal, (Luis Walton), vamos a ver de arriba hacia abajo. Primero Televisa y Milenio y Peña. Hay un sistema nacional para evitar desastres”; peor todavía, se cobija en un paranoico descubrimiento del boicot: “No voy a contrariar a los que llevan víveres para los damnificados. Pero pueden usarlo de pretexto para que no lleguemos (al Zócalo de la Ciudad de México), ojalá y para entonces, aunque falta mucho, ya todo lo que está enviando Soriana llegue”. Y sí, sí es posible que sea todavía peor, al final, el secretario de Gobernación ante la pregunta directa de si se abrirá una investigación para determinar la responsabilidad de los diferentes niveles de gobierno sobre la omisión de las alertas o si no fueron emitidas a tiempo, Miguel Ángel Osorio Chong, reduce el asunto a que se trata de demostrar cómo cada quien cumplió con lo que tenía que cumplir, ¿cómo?, “el procedimiento es que cada quien dé la cara”. Sí, otra vez la responsabilidad de la rendición de cuentas y la transparencia reducida a una hombrada, a que sean hombrecitos y asuman su responsabilidad.
Naco es chido
No puede obviarse en el recuento de la banalización de la tragedia, que el televidente prefiera lo cursi y alimentar su morbo, la reyerta entre Laura Bozzo y Carmen Artistegui. La periodista, de la mano de periodistas de Proceso, evidenció cómo la conductora de Televisa monta el show caritativo y cómo emplea recursos públicos para fingir su solidaridad; eso es todo, algo que ya sabemos, pero que despertó la ira de los abajofirmantes de siempre, que de forma innecesaria han salido a defender a Carmen Aristegui en contra del furor con que la señorita Laura le gritoneó:
“¿Sabe cuál es la diferencia entre usted y yo? Es que yo me embarro hasta acá de lodo, que yo arriesgo mi vida por este país que es mío, porque yo me siento más mexicana que cualquiera, amo este país, le debo la vida y daría mi vida por este país. Usted en su escritorio”, fue la línea principal de “argumentación” de Laura Bozzo, que remató con un reto ramplón: “Yo soy de pueblo, como usted dice bien naca, bien de pueblo pero amo a esta gente, soy la voz de esta gente y no voy a permitir que me insulte y se lo voy a probar porque acá tengo las imágenes donde grabé las toneladas de cajas que bajamos”. Otra vez, el asunto se vuelve una cosa de machitos, de a ver quién la tiene más grande, a quién quieren más, quién las puede. No cabe duda que la señorita Laura sabe su negocio, hace saltar las fibras del televidente común al buscar el amparo de la virgencita, al señalar que ella si se enloda.
Lo que no deja de llamar la atención, es la reacción de los fans de Carmen Aristegui, ¿necesitaban que la periodista revelara los montajes de Laura Bozzo?, por supuesto que no, pero se sorprenden como si esa no fuera una constante en la televisión mexicana y, lo peor, es que su rechazo se queda en muestras de xenofobia.
La indignación de los fans de Carmen Aristegui, por el método y las palabras que eligen para cuestionar a Laura Bozzo, se encuentran en el mismo lado que el morbo y la cursilería, sólo que con tintes de odio e irracionalidad; otra vez, se pasa por alto el quid del asunto, ya no se trata de clarificar el uso de recursos públicos, de lamentar la forma en que se juega con la tragedia de miles, de lo que se trata es de expulsar del país a la conductora de teledramas porque es tonta, fea, peor aún, peruana. Sin argumentos, se pasa al ataque personal y en ese nivel, no hay nada ya qué hacer.
Coda
Obnubilados por la necesidad de ser buena onda y estar en sintonía con la buena vibra, se subraya el aspecto más terrible de la tolerancia, más que el respeto a las ideas o actitudes del otro, las reacciones se basan en remarcar la diferencia con el otro. Para el diálogo necesario no basta proclamarse tolerante, es indispensable pensar en la integración. Dejar en respeto a la diferencia nuestra actitud, básicamente es lo mismo que pintar una raya para que el otro no pase, para que el otro no nos toque, no nos mezclemos, por tanto, no se le reconoce como interlocutor.
@aldan