Provincia
En el prólogo a la antología A ustedes les consta, Carlos Monsiváis dedica un apartado al periodismo que se hace en provincia, en unos cuantos párrafos delinea las razones de su inexistencia: “¿Quién le manda a informar en territorios de los caciques, los obispos, los juegos florales, los empresarios feudales, la doble moral, la cursilería? En provincia, los periódicos transmiten zalamerías y homenajes incesantes a la vanidad y los deseosos de informarse deben de esperar la llegada de la ‘prensa nacional’. A la prensa de provincia se le exige: a] tener presente que su función es siempre dispensable al ya existir la prensa nacional; b] hacerse cargo de las ordenanzas: que no se filtren en las primeras páginas las matanzas de campesinos, las protestas civiles, las heterodoxias, los informes sobre la corrupción de los funcionarios o sobre los fraudes electorales: c] multiplicar halagos y complacencias, frases de funcionarios ofrecidas como apotegmas, giras apoteósicas, bienvenida a los notables de la capital, avisos del Acontecimiento de la Semana, todo lo que distraiga a los parroquianos de los cafés y bares de esta bella ciudad”.
¿Radical?, ¿exagerado?, el prólogo a esa antología de la crónica en México publicado por Era ediciones está firmado en 2006, si acaso lo que le ha sucedido a esas líneas es que la provincia ya no tiene el pretexto de la dependencia de la prensa de “circulación nacional”, los adelantos tecnológicos, la posibilidad de comunicar algo desde el lugar y en el mismo momento en que ocurre ha logrado que se amplíe la percepción que del país (y del mundo, obvio) se tiene; cada vez son más los hechos que ocurren en provincia los que ocupan los lugares preponderantes tanto de los medios electrónicos como impresos.
Si bien el centro político, cultural, etcétera, sigue siendo el DF, lo que ocurre al sur y al norte, por sus consecuencias en la historia del país, tiende a ocupar más y mejores espacios. Si en 1985 la prensa internacional podía decir que en todo México sólo quedaba en pie la Torre Latinoamericana tras el terremoto, hoy una visión de lo que ocurre en el país no está completa si no se informa sobre el fenómeno migratorio en las fronteras, las consecuencias del narco en Tamaulipas o Michoacán, cómo la corrupción pudre los paraísos en el sureste, los millones de muertos de hambre que en contra de cualquier pronóstico se arrastran hasta las oficinas del Servicio Nacional de Empleo, ensucian el piso de las oficinas de Desarrollo Social con su miseria o extienden la mano en las audiencias públicas de las presidencias municipales, por supuesto, la crónica de los caciques estatales, los gobernadores, que una vez que el PAN sacó al PRI de Los Pinos, han ganado un poder absoluto sobre su territorio.
Nos ajusta el saco
Y sin embargo, el retrato que hace Monsiváis, ese saco estrecho, nos sigue ajustando. Seguimos teniendo en nuestras páginas cuartos de plana dedicados a la primerísima y emocionante ocasión en que Juanito recibe el cuerpo de Cristo; registros a todo color de la asistencia del jet set local a la exposición de una señora que pinta bodegones; se tiene designado un día para la declaración ineludible por decisiva del obispo o el dirigente sindical, incluso nos quejamos cuando los declarantes suelen empalmar sus desayunos-conferencias, oh, demonios, ¿a qué le daremos prioridad, a la consecutiva violación del Estado laico o a la necesidad de figurar del líder charro? Agradecemos también que esas fuentes de información no se encimen con las del gobernador.
¿Investigación?, ni por asomo, al menos no en Aguascalientes, incluso la oportunidad de dar seguimiento a la corrupción de los gobernantes, en general se basa en el rumor, nuestros periodistas suelen sólo atender el rumor que les regalan, el reportero se acostumbra a que le llegue el mensaje de que ya hay una orden de aprehensión o de que se fugó o… Solemos replicar el chisme.
Los culpables
¿Quién tiene la culpa de que los medios de provincia seamos así?, ¿a quién acusamos por el deplorable estado de los medios impresos en Aguascalientes? Por supuesto, al gobierno, así de hipócritas somos, ante la incapacidad de los medios de ser empresas, de entenderse como una empresa, regalamos nuestra existencia al sostenimiento del convenio publicitario gubernamental. Escribo hipócrita porque de vez en cuando publicamos las cantidades que los gobiernos destinan a su imagen, pero no dejamos de recibir (y buscar) la firma de ese acuerdo económico, pero cuando lo hacemos, jamás cuestionamos la existencia de esa dependencia; es mejor así, nos engañamos, si se señala al gobierno como culpable, se desliza la idea de que la censura es resultado de una instrucción desde palacio y no producto del miedo de perder los fondos que fluyen desde las dependencias públicas.
Además, así pueden existir periodistas que presumen su independencia, cuando en el fondo, lo único que están diciendo es que no han logrado unirse al erario, no han logrado convencer al funcionario público que abre la llave; por supuesto, no solemos decirlo, “perro no come perro” recordamos; pero el lector, el lector debería saber que, a pesar de las llamaradas de petate de quienes gritan su independencia, tras leer las notas que difunden, sus noticias gozan de la misma enfermedad de todos los medios, la autocensura y la falta de profesionalismo. No hemos desarrollado una ética que permita a los reporteros encontrar en sus medios el espacio para sus notas críticas.
No formamos reporteros, deformamos estudiantes de comunicación. Sin espacio para el ejercicio de la crítica, ¿para qué investigar?, cualquier traspié, provocar el enojo de la clase política lo condena a perder la oportunidad de encontrar chamba en el futuro, ¿para qué denunciar, qué tal que pierde el chance de formar parte de su gabinete?
La necedad, el error, el pecado, la tacañería
Se pueden llenar párrafos y párrafos de los motivos que provocan la deleznable calidad de periodismo que tenemos, pero “tú conoces, lector, este monstruo delicado” y si lo permites, es porque en ti está la responsabilidad mayor. No es necesario citar investigaciones recientes, encuestas o análisis que demuestren que la juventud está empeñada en perder su tiempo ante una telenovela pero no ante un libro o un periódico. Está de más restregar los resultados del estudio sobre el tiempo que dedicamos al ocio improductivo y cómo ese gusto por el espectáculo banal incide en la decisión de qué usamos para informarnos.
Sí, los medios no sabemos ser empresas, no damos aún con la clave para llegar al lector y hacerle sentir que dependemos de él. Eso justifica nuestra rendición. Al lector, al lector no lo justifica nada.
Coda
¿Qué les queda a los periodistas?, ¿qué cuando no se cuenta con la brújula del lector? Descubrir territorios nuevos a pesar de que nadie crea en ellos, es decir, dar la noticia, contar, sólo eso. Arriesgarse a contar. Tom Wolfe, novelista y padre del “Nuevo Periodismo” publicó en 1989 en la revista Harpers un manifiesto literario titulado “Cazando a la Bestia de un Mil Millón de Pies” y señalaba que en ese momento débil, pálido y desgastado de la historia de la literatura norteamericana, lo que se necesitaba era un batallón de Zolas, que contaran lo que estaba sucediendo, que reclamaran la realidad como propiedad literaria, que los escritores se arrojaran a (d)escribir ese país salvaje, barroco y desopilante. Nosotros, ahí estamos, somos también ese tipo de país, requerimos reporteros que quieran contar, a pesar de que al lector no le interese.
@aldan