El querer ser, el wannabe en términos más coloquiales, es sin lugar a dudas una necesidad humana; aspirar a algo más, tener más, saber más, es natural en nuestra raza. Pero, como todo, necesita de esfuerzos significativos… a menos que encuentres algún atajo para llegar a la meta. Y aquí aparecen los vivales, los pícaros ladrones que en su mente maquinan recursos, sendas, estrategias que les permitan obtener logros sin sufrir las inclemencias, los sudores, las horas sin sueño, en general los esfuerzos que cualquier mortal necesitaría para lograr algún premio, canonjía, salario, estímulo o cualquier otra clase de beneficio.
Tal vez buen ejemplo de ello sea Pícaros Ladrones (Small time crooks, 2000) donde Woody Allen es un ladrón de poca monta que planea hacer un gran asalto a un banco, para ello renta un negocio que servirá para que su pandilla cabe un túnel directo a la bóveda del banco. Como coartada, su esposa Frenchy (excelente actuación de Tracey Ullman) comienza a vender galletitas con tanto éxito que la pandilla (un cúmulo de fracasados que en el colmo de los colmos cavan el túnel para el lado contrario al de la institución financiera) se transforma en una transnacional vendedora de galletas que los hace millonarios. El director nuevamente arremete en su crítica ácida a la sociedad burguesa neoyorquina y su fetichismo ligado a la cultura y las artes, y cuando los nuevos ricos hacen una reunión con la crema y nata, Frenchy se descubre no sólo con mal gusto sino que es una verdadera inculta. A partir de ahí no escatimará dinero con tal de ser parte de ese mundo intelectual, olvidando que para ello no basta el poder económico, es necesario además el estudio. Obvio vemos un desfile de parodias a la élite cultural verdaderamente deliciosas visual e intelectualmente: desde visitas aburridas a museos, conciertos de música contemporánea difícilmente comprensible, adquisición carísima de obras de artistas de dudosa valía, comida contemporánea de pírricas porciones y un divertidísimo mar de ejemplos. En su odisea del quiero ser, Frenchy es defraudada por sus contadores y su fortuna y aparente cultura se van a pique.
De igual forma el prestigio académico de un investigador de la UNAM se vuelve a ir a pique: el caso emblemático en estos días es el de Boris Berenzon, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México que en su tesis doctoral titulada Retratos de la re/vuelta: el discurso del humor en los gobiernos revolucionarios plagió al menos 18 párrafos del trabajo de Aurrecochea, más aún, este último detectó en la obra de Berenzon el uso descarado de párrafos completos de Carlos Monsiváis, y así, poco a poco se descubrió que este doctor ha plagiado a muchos más autores.
El martes 13 de agosto, el Consejo Técnico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM determinó la expulsión del académico. Tarde, demasiado tarde, porque además de este caso hace algunos meses en esa misma casa de estudios conocimos a Sealtiel Alatriste otro académico que olvidó abrir las elementales comillas que cualquier principiante de investigación sabe deben ser usadas cuando se cita íntegramente un texto. El problema es que si en académicos de renombre, como los casos señalados, se presenta el plagio, lo más lógico de pensar es que no estemos en presencia de algo aislado, sino frente a un grave problema de nuestra mejor universidad del país y por ende del resto de nuestras casas de estudio en el país, para muestra recordemos el caso del ex rector de la UAA que plagió un discurso.
Además de la deseada y necesaria consecuencia de su expulsión, surge una arista que no ha sido aún tratada a fondo, aquélla que surge del poema de Juvenal ¿Quis custodiet ipsos custodes? ¿Quién castiga al que nos castiga? En este entramado académico pareciera querer detenerse el escándalo con la simple separación de Berenzon, pero además de él decenas de autoridades son cómplices –en mayor o menor medida- del gran fraude de este profesor: consejos académicos, correctores de estilo, sínodos, directores de facultad, comités editoriales, dictaminadores del Sistema Nacional de Investigadores y un largo etcétera. Tal como dice el blog yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.mx hay una grave omisión de las autoridades que una vez que apareció la primera denuncia guardaron silencio.
En la misma tesitura que Frenchy, los académicos mencionados no quieren ser excluidos de la élite intelectual, por ello buscan obtener mayores méritos académicos –y por ende económicos- con base en fraudes y el trabajo de otros, como para no tener que cantar la melodía que cierra los créditos en Pícaros Ladrones With plenty of money and you.