Prácticamente no hay placer que los mexicanos experimenten que no vaya acompañado del adjetivo “culposo”. Con esto no quiero decir que sean remilgosos, no, los mexicanos prueban lo que les pongan en frente, aunque sea una vez. Solamente, cuando alguno de sus sentidos les reporta un cosquilleo que sube hasta el cerebro, los mexicanos prestos buscan el tapete verbal para esconder lo que sienten, el rincón oscuro de la casa para autocastigarse hasta que el dolor se vuelva placentero y se encuentren nuevamente ante el mismo problema, solamente un poco más complejo. Uno de esos placeres culposos es la lectura de algunas publicaciones que los ojos ajenos, censores y moralinos, obligan a esconder detrás de la fachada de algún periódico respetable o alguna revista erudita. Se trata de impresos de frecuencia semanal o mensual con tirajes mínimos, sorprendentes y envidiables de alrededor de 500 mil ejemplares. Se trata de los verdaderos bestseller de la industria editorial mexicana, que no cuentan a la hora de medir los índices de lectura del país, pero que se les puede encontrar en toda casa, oficina, revistero, mesita de café, estante, etcétera. Basta mirar de reojo al de al lado para descubrirlo absorto en una de estas lecturas y algo enconchado por inseguridad, por protección de su identidad, por privacidad, por culpa, por placer. Haga la prueba, lo invito.
Si usted se encuentra en la parada del camión, seguramente podrá ver a más de uno con un periódico en formato tabloide con colores chillantes en la portada y con interiores a una sola tinta: sangre. Sí, eso que ve son cuerpos mutilados –con los senos censurados, claro está–, decapitados, partidos por el tren, calcinados, ahogados. El morbo es una fuerza más poderosa que la gravedad, se sentirá atraído y sentirá repugnancia en idénticas dosis. Si voltea al otro lado, quizá vea a alguien con un periódico que también cuenta con el morbo de sus lectores, pero que en vez de sangre y cuerpos muestra nombres y apellidos y rostros. Verá mug shots de borrachines meones, viejas argüenderas, machines golpeadores, narcotraficantes peligrosísimos con un puño de marihuana, gays de clóset que les gusta el sexo oral al cobijo de la sombra de un parque público, uno que otro funcionario público corrupto y de poca monta sorprendido in fraganti –con dinero público, con la amante–, empresarios parranderos abrazados felizotes de la secretaria, juniors de rancia cepa que presumen dudosas influencias. En ambos tipos de periódicos, la redacción se acopla perfectamente a sus imágenes: socarrona, chistoreta, facilona, banalizante, dicharachera, arranca risas, claro, genera culpas.
Si usted va en el transporte público, el panorama con el que se encontrará es formidable. De un solo vistazo, descubrirá la fuente de la educación sentimental y sexual de los mexicanos. Insondables e indescifrables para los ámbitos académicos ciegos y eunucos, ahí, en el autobús o en el metro que toma a diario, podrá atestiguar dónde nacen y toman forma los corazones chantajistas y la sexualidad coercitiva.
Algunas traerán un librillo que es fácil de ocultar tras la tradicional bolsa mexicana para el mercado –ahora un accesorio más de las chicas hipster–. Sus páginas muestran vaqueros y damiselas, en sepia o a todo color, situados en el viejo oeste. Cowboys, indios y mujeres voluptuosas –el bueno, el malo y la sexy– protagonizan las historias donde –oh, sorpresa–, a pesar de los senos descomunales de la mayoría de los personajes femeninos, el protagonista es el amor y no el sexo, la sexualidad está presente pero siempre contenida, siempre sugerida, y quizá por ello más intensa. Son westerns donde, de hecho, el hombre y sus interminables batallas y ajustes de cuentas no son los protagonistas, ahí están, pero de telón de fondo, el foco está en la mujer, en su pasión y su romanticismo empalagoso y sentimentaloide. Tiene más de tres décadas en el mercado, lo que la hace la historieta mexicana más longeva, en sus mejores épocas tiraban millón y medio de ejemplares semanalmente, hoy sólo ponen en circulación 400 mil. Ni la poderosa industria del cómic norteamericano puede presumir esas cifras, una excepción: el número 583 de Amazing Spiderman incluyó a Barak Obama y esto disparó sus ventas hasta rebasar los 500 mil ejemplares. El Libro Vaquero logra lo mismo cada semana desde hace 30 años, nada más. Entretiene a quien lo lee, quien se entretiene, lee.
Algunos también traerán entre sus manos un librillo colorido y de bolsillo. Sólo que los hombres que lo leen no lo esconden, al contrario, parece que fanfarronean al respecto, parece que quieren que los demás nos demos cuenta, o las demás, más bien. Leen a sus anchas, a pierna suelta, como en casa, ocupando dos lugares. No es para menos, tienen ante sí dibujos de mujeres con senos, cinturas y caderas inverosímiles, la ropa diminuta apenas contiene la voluptuosidad que parece que en cualquier momento rebasará los lindes de las páginas. Ellas son ninfómanas insaciables, ni el barrio o el mercado enteros les dan batalla, ellos, pobrecitos, deben satisfacerlas y a un mismo tiempo cuidarse de semejantes devoradoras. Es el mundo calenturiento ideal en la mente del mexicano, ellas siempre quieren tener sexo, ellos también, ya, donde sea, ahí, como perros en la esquina. Es el mundo machista ideal, se puede someter a la mujeres, al final, por los placeres recibidos y por apaciguar sus ganas, ellas siempre estarán agradecidas. Es el mundo feminista ideal, casi, ellas tienen el poder, a través del sexo. El retrato de la sociedad mexicana es real: puritanismo y desenfreno, placer y pecado, doble moral, el sexo como catarsis y como medio para obtener lo que sea. Con un lenguaje alburero y campechano, los Sensacionales son el divertimento de miles de lectores y el espanto de sociólogos y otras buenas conciencias.
Continuará…