Lo del caballero de Quito es lamentable, triste y para reflexionar. No sólo en estos días el número 11, tan caprichoso y peleado por Benítez ha pasado por nuestra cabeza y nuestros ojos, sino que muchos recordamos sus goles, su manera tan peculiar de acechar a la presa, detrás de los defensas, con piernas cortas sin ligamento pero robotizadas a una velocidad más alta que la de cualquier defensa, con un cuerpo pequeño pero como un muro impenetrable, no se movía, después la recepción con la pierna izquierda conducida para que la parte interna de la derecha, con el cuerpo inclinado hacia el lado contrario nos regalaran una obra de arte con el arquero vencido y la pelota en el ángulo. Un delantero de época, cuatro veces campeón de goleo y un tipo entregado a su profesión.
Un pintor no es disciplinado en cuanto que la hora de despertar y de comenzar a trabajar es cualquier hora, en la mañana, en la tarde o en la noche. Benítez era así, siempre tarde en los entrenamientos, preparaba la mezcla de sus colores, en sus taquetes y alistaba sus pinceles en las piernas, y cada día en Coapa, en Torreón, en Quito y hasta en Inglaterra, regañaba pinceladas que hipnotizaban a los críticos más duros del arte, y cualquiera lo deseaba en su museo. Quizá como las historias más dramáticas de los artistas y pintores, ésta no podía tener un final feliz, las pasiones y errores humanos invaden a cualquier talentoso. La ambición y el deseo de un futuro próspero y seguro, lo llevaron a pintar lienzos desconocidos, oscuros y millonarios. Su sistema digestivo y cardiaco le jugaron una mala pasada, la muerte no llegó con su talento, ni con sus piernas, ni con su cabeza, llegó en el estómago y en el corazón, inteligente como siempre, mutilando las entrañas de donde sale toda la energía de un guerrero como el ecuatoriano, y en el corazón después donde estaban su mujer y sus hijos, y su Ecuador y su familia, y sus sueños, ahí donde más duele, la vida de un pintor terminaba, ni todos los goles dedicados al cielo, nos devolverán sus pinceladas, el recuerdo será eterno. El pintor Chucho nunca dejará de convertir un lienzo, en una obra de arte.