Desmitificando la pobreza / Nomás por llevar la contra - LJA Aguascalientes
24/04/2025

 

Hace más o menos 20 años que Pedro Aspe, perspicaz economista y a la sazón Secretario de Hacienda, autodestruyó su carrera política al mencionar durante una conferencia que la “pobreza era uno de los mitos geniales que habían creado los mexicanos” aduciendo que alrededor del mito magnificado se había creado una narrativa irrefutable que dominaba la escena política y social. Como consecuencia de sus dichos, en los días siguientes el “círculo rojo” salió a refutarlo, tildándolo de “insensible tecnócrata” y condenándolo a la muerte política, con lo que de paso se abrió el camino a Luis Donaldo Colosio, quien sí se preocupaba y quería mucho a los pobres.

El alzamiento en Chiapas un año después terminó de cerrar la pinza: desde entonces la pobreza es el gran referente y monomanía para el Estado Mexicano, midiéndose su éxito o fracaso en relación con la evolución de ésta. Lo peor fue que, fieles a la tradición sospechosista nacional, cada vez que se anunciaba una disminución en las cifras de pobreza, la descalificación ante el dato se hacía norma y se describían complots destinados a encubrir el fenómeno. Intentando introducir objetividad al proceso, la Ley de Desarrollo Social crea al Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) como órgano autónomo, responsable entre otras cosas de definir conceptualmente “pobreza” y hacer las mediciones consecuentes. Con esto alrededor del mito se constituye una iglesia como celosa encargada de su conservación y ampliación.

Los consejeros de Coneval, todos distinguidos académicos, aprenden pronto que la mejor forma de conservar su cómoda posición, sobre todo salarialmente, consistirá en echarle imaginación para que la pobreza nunca se acabe e incluso se amplíe, incorporando retruécanos teóricos que van haciendo más compleja la definición de forma tal que prácticamente todos los mexicanos caigamos en alguna de sus múltiples acepciones; a esto se le llamó “medición multidimensional de la pobreza” y sus últimos resultados han dado pie al derramamiento inútil de tinta de parte de todo analista que encuentra indignante el avance de la pobreza y, por ende, condena al modelo económico y al gobierno que lo sustenta, aunque ni siquiera entienda los fenómenos y conceptos subyacentes.

Si bien todos sabemos qué es la pobreza: no tener lo que se necesita, definirla “operativamente” va del minimalismo del Banco Mundial y sus dos dólares diarios por persona, al barroco del llamado método “multidimensional” mexicano, donde se han ido incorporando aspectos y nociones con el fin de “aprehender” el fenómeno en toda su complejidad. Lo malo es que el Coneval ha ido agregando conceptos relacionados pero no estrictamente pertinentes al tema central, en otras palabras: describen carencias pero no pobreza. Uno de éstos, por ejemplo, es la incorporación a la seguridad social de los trabajadores, sin considerar que ésta depende de las características estructurales de la economía y de la ubicación del individuo dentro de la misma; no es lo mismo su carencia si se es un gran productor agrícola o un asalariado urbano, empero para el Coneval ambos califican un punto hacia la pobreza ante su ausencia.

Ahora, con ese método la intensidad de la pobreza va en relación directa con el número de déficits alcanzados: tres strikes y eres pobre; de esta manera, en esta nueva medición aparecieron hogares pobres en pleno Campestre de Aguascalientes, pues los “rentistas” no tienen seguridad social, si además no tienen contratado un seguro de salud juntan dos, completando los tres puntos pa pobre si además no cursaron preparatoria.

La hipertrofia de la cifra trasciende el mero dato estadístico, pues por una parte sirve para sustentar el otro gran mito nacional: el Estado paternal u “Ogro filantrópico”; de esta forma todos los que de una forma u otra caen en estado carencial consideran único responsable al Estado Mexicano y se aprestan a exigir su plena satisfacción. No hay ningún análisis causal y sí un responsable último, como si en un viejo estado socialista todos fuéramos asalariados de un patrón gubernamental, que aparte controla todas las variables económicas. Con esta perspectiva política donde todos somos titulares de derechos pero de pocas responsabilidades, se fortalece el populismo latinoamericano, donde la ciudadanía es sustituida por el corporativismo clientelar, y la “redistribución de la riqueza” implica sólo el organizar las colas para su reparto; aparte, dificulta el despliegue de una economía moderna, donde la productividad y capacidades sean las claves para la remuneración. Más grave aún, es que con la proliferación de pobres homologados, se pierden de vista los pobres auténticos, aquéllos que no logran ni la satisfacción de sus necesidades alimentarias y por ende tienen su propia sobrevida cuestionada; éstos, objetivo de todos los programas contra la pobreza, incluso desde la óptica liberal que reconoce que al “no beneficiarse del mercado ni beneficiar a éste”, deben ser apoyados hasta su superación, ven los recursos diluirse en una gama de programas que lo mismo benefician a clasemedieros urbanos como la leche Diconsa, que tiene a clientelas políticas remuneradas con despensas por sus servicios.

Como sea, el mito persiste y se amplía, el no compartirlo convierte en hereje al descreído y bien se pueden sospechar hasta vínculos salinistas; por el contrario el culto a los pobres aka “pueblo bueno”, convierte en mesías al demagogo y en “política pública de Estado” a simples lugares comunes… y en ésas andamos.



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