No es mi intención hablar, aunque se pueda suponer lo contrario, de aquel éxito de los argentinos de Soda Stereo, sino de lo que realmente es la música ligera, es decir, música comercial, vendible, desechable, con fecha de caducidad, úsela y tírela, de esas canciones que han sido fabricadas exclusivamente para la mercadotecnia, su utilidad la determinan las casas disqueras, los representantes de los intérpretes o los programadores de las estaciones de radio y televisión, pero nunca, en ningún caso, la calidad de las canciones en cuestión, si fuera así, simplemente no tendrían vida útil, son tan insulsas y vacías que su caducidad sería inmediata irremediablemente, pero el aparato de publicidad funciona a las mil maravillas y logra que lo que no tiene sentido y ningún asomo de creatividad, sea lo que finalmente domine las listas de éxitos, para al poco tiempo caer en el más cruel de los olvidos y ser sustituida por otra tonadilla igualmente vacía.
Estas canciones tienen como finalidad vender sueños baratos y provocar suspiros a quinceañeras que acaban de conocer la minifalda y que son blancos indefensos, y esta indefensión los hace perfectos, para los avispados vendedores de ilusiones.
La música ligera se fabrica, se produce por individuos que igualmente podrían vender cosméticos o joyería, son empresarios que no tienen olfato ni la más remota ambición musical y, por supuesto, no tienen ni la más tímida de las ideas de lo que es la música, su majestad la música. La música ligera no es más que mercancía y el valor de un disco depende de la cantidad de copias que venda, no de la propuesta musical, ¿propuesta? Resulta ridículo, aquí no hay propuesta.
La idea es que el consumidor de este producto perecedero se pierda en una ilusión que a lo mucho dura tres minutos, así es de fugaz. Estos compradores de música ligera están dispuestos a aceptar, sin la menor objeción, la nueva canción, el nuevo éxito que se transmite en las estaciones de radio comerciales con locutores que alegre y dócilmente, siguen el juego a los vendedores de ilusiones evaporables.
La industria del disco, busca, evidentemente, con la complicidad de los programadores de estaciones de radio que transmiten música ligera que son, lamentablemente, la gran mayoría, formar ídolos que se adapten a las necesidades de la adolescencia, o incluso de la edad adulta, claro, son necesidades creadas por esos mismos fabricantes de sueños efímeros, logrando un negocio redondo, y así, con un producto paupérrimo, satisfacen necesidades innecesarias, si me permites la expresión, amigo lector. La verdad, qué triste es que te hagan creer que necesitas algo totalmente innecesario.
La cosa es que los fabricantes de ídolos buscan estereotipos, una imagen perfectamente vendible. Les piden a sus artistas de moda que se paren con las piernas abiertas en compás, calzando unas botas horribles, pero bueno, eso es lo que vende, ¿o no? El estilo lo terminan por definir unos pantalones ajustados, con los brazos cruzados que dan la impresión de bíceps bien trabajados en el gimnasio, o quizás deba decir, “gym”, digo, para no desentonar. La mirada la mantienen fija en la cámara, como queriendo seducirla y un ridículo mechón sobre la frente. Su repertorio se compone de canciones que ellos nunca escribieron, de hecho este cantante de música ligera no compone nunca, son canciones con las que definitivamente no tienen la más mínima identidad, sólo las interpretan, exactamente en la forma en la que han sido instruidos. Estos cantantes no tienen personalidad, en las entrevistas manejan frases prefabricadas, son sólo proveedores, nunca creadores. Evidentemente no tienen una opinión propia, qué terrible debe ser esto. Son obedientes a las reglas que marca el negocio del disco. A estos intérpretes de música ligera no se les permite que corten su frondosa y bien cuidada cabellera, a menos, claro, que su representante lo autorice con el estudiado objetivo de cambiarle el look. No faltará el rumor, porque siempre será un buen gancho publicitario, del matrimonio, o de un hijo que de repente le achacan, o recientemente el asunto del homosexualismo, las grandes mayorías consumen esta basura hasta el hartazgo y se regodean gustosamente en el fango del chisme que gentilmente provee el periodismo barato. Este tipo de estrategias suelen ser más frecuentes cuando su carrera va en franco declive, es como “la crónica de una muerte anunciada”.
En lo personal, me da tristeza ver cómo los grandes sellos discográficos manejan sin misericordia el gusto de las mayorías en complicidad con los programadores de las estaciones de radio. Por ejemplo, de una producción musical que se compone, digamos, de 12 canciones, sólo una o dos se lanzan como sencillos, es decir, son las que tienen el único fin de vender, todas las demás son desperdicio, y evidentemente, no cabe la posibilidad de pensar en una propuesta musical interesante, nada de eso. El radioescucha que sintoniza las frecuencias comerciales, que insisto, es la gran mayoría, queda completamente a merced de esta perversa carta de programación, prácticamente está obligado a escuchar la misma canción no sé cuántas veces en una hora, y digo obligado, porque su miopía cultural y consecuentemente su chaparro criterio, no le permiten ver que más allá de las mismas estaciones de radio que siempre escucha, hay un mundo enorme de posibilidades que su enajenación no le permite conocer.
¿Sabes qué pienso? Que el showbusiness trata mal al público, pero es muy cierto que es porque el auditorio se deja tratar mal. Es verdad que el radioescucha común es reacio a aceptar todo aquello que no escuchó en su estación favorita, y conocedores de esta fidelidad de parte de las grandes masas, los fabricantes de ídolos hacen su agosto.
Bien, este tema es en verdad inagotable, así que si me lo permites, y abusando de la confianza de La Jornada Aguascalientes, en el banquete de la próxima semana nos seguiremos ocupando del tema.