Despertamos, nos levantamos sobre las patas, o nos encajan en una silla. Orinamos o nos cambian el pañal. Tragamos, nos meten la cuchara o la intravenosa. Oímos, o no. Olemos o no. Vemos o no. Hablamos, gritamos o no. Sin darnos cuenta cada segundo negamos nuestra decadencia, deseamos carne imputrescible, piel curtida.
Algo de lo que tanto hablamos, y tan común que poco cuestionamos a profundidad, es el cuerpo, el que se pone en conflicto cuando nos enfrentemos a otros deformes, sucios o feos; es entonces cuando nos posicionamos con más o menos genética o experiencias afortunadas. Pensamos de nuestra carne como un patrón predispuesto, que al tener una fisura, simplemente está rota.
Débiles visuales, con capacidades especiales, niños con síndrome: todos eufemismos que en las ciencias y la economía se han usado para señalar lo distante e incompleto. Aunque pasamos de la anormalidad, monstruosidad y deformidad a lo “especial”, gracias a la compasión mediática asistencialista, es necesario repensar nuestros prejuicios y evitar privilegios que asumimos inconscientemente.
Si bien es necesario reconocer la situación de las y los inválidos, ciegos, personas con Down, estos últimos llamados eternos niños, la acción social y las políticas gubernamentales no deben enfrascarse en la condición, sino en los elementos que establecen dicha periferia. Calificativos como el pobrecitos o el sentimiento de tristeza/pena ajena no significan una empatía, mucho menos una solidaridad; un ejemplo más sencillo es el describir a otros u otras como morenitos o chaparritos, diminutivos ante un racismo que negamos vivir en la cotidianeidad, moreno o chaparro suenan muy agrestes pues nos aterra aceptar que sabemos que existe una jerarquía: mejores y peores.
Reconocernos frente a otros como diferentes no debe ser considerado un pensamiento puramente malévolo, pues también necesitamos reconocernos en un grupo, para así aceptar las reglas de un juego real y ácido. Para subsistir se requiere de una vivienda: dinero y quién acceda a construirla, el albañil y el patrón. El clasismo no radica en esta división del trabajo, sino en la posibilidad de elección y la diferenciación de valores entre las labores.
La Fageda es una empresa española de productos lácteos, en la que sus empleados y empleadas son personas con discapacidad, una reestructura a la delegación de oficios tradicional, un reconocimiento a las posibilidades en una nueva forma de trabajo, sin otorgarles lo extraordinario. La discriminación implica tanto negar como aceptar una situación.
El malestar o bienestar va más allá de lo que podríamos llamar enfermedad, pues a pesar de discursos médicos, existen cuerpo sanos aunque, pensamos, insuficientes. Una realidad a la que como materia estamos cercanos, pues cifras nacionales e internacionales indican que cerca del 10 por ciento de la población tiene alguna discapacidad, de nacimiento o por algún accidente; esto tal vez sea un pensamiento autoincisivo que nos salvaría de tomarnos una cucharada de nuestra propia compasión, un brete al que todos abonamos.
Algo peculiar es cómo madres o padres se enfrentan a un hijo o hija con discapacidad, en principio aparecen los sentimientos de culpa, en especial de la madre pues la sociedad se encarga de hacerla la única responsable por tener un útero reproductor, es así que el fallar como “mujer”, que educa perfectamente, la pone en el precipicio. Si logra superar esto, existirá la preocupación de cómo vivirá el manco, cojo, etc., cómo encontrará empleo, cómo conseguirá una pareja. Por suerte estos conflictos intrapersonales se superan al reconocer que las limitantes se encuentran en cada uno y una de las que conformamos la comunidad.
En especial, podemos observar este tipo de problemáticas con las personas con Síndrome de Down y algo de lo que poco se discute en público es su vida sexual, algo que no es de sorprender al adjudicarles la inocencia infantil de por vida. Sin embargo, poco a poco surgen nuevas estrategias de la organización civil para pugnar por derechos sexuales y reproductivos más incluyentes, como el adecuar espacios en algunas escuelas europeas especializadas: si surge algún flirteo entre los estudiantes y el momento sube de tono, se les lleva a un cuarto higiénico dotado con cama y preservativos, aunque la mayoría de las mujeres con Down son esterilizadas desde la adolescencia (aquí también se muestra un gran trabajo para la academia y el activismo feminista).
La invitación finalmente es a cuestionar nuestros actos, no para cambiarlos de forma radical, pero al menos para identificar que la compasión no es la mejor vía para la inclusión, que lo importante no es usar palabras más dulces sino un trato igualitario considerando lo equitativo; pues aunque deseamos una vida imputrescible, por el momento es difícil tener un cuerpo excelente en plenitud: una piel curtida.
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