La de ocho
A estas alturas del partido, con la muerte anticipada de los medios impresos, vencidos por la inmediatez que ofrecen los avances tecnológicos, muertos vivientes cada vez más lejanos de la posibilidad de alimentarse de la publicidad, pareciera inútil argumentar sobre el valor que tiene la de ocho. Si ya estamos muertos, ¿a quién le puede importar cuál sea la noticia con que decida encabezar su edición un periódico?, ¿qué más da cuál es la nota con que se decide manifestar la línea editorial de quienes elaboran el impreso?
No sólo porque vivimos, penosamente, la muerte anticipada por lo poco atractivos que somos para los publicistas, sume las costumbres recientes de los lectores. Arrastramos que el trabajo se realiza para analfabetas funcionales, que no leen, aunque sepan, sólo ven nuestras primeras planas.
Sí, de acuerdo a datos oficiales más del 92 por ciento de la población sabe leer y escribir, pero aplicando los criterios de la Unesco, al porcentaje de analfabetas habría que sumar a quienes más allá de la capacidad de leer y escribir no han cubierto, al menos, cuatro años de educación básica o bien han abandonado el sistema educativo. En 2011, la directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM, Rosaura Ruiz, y Bruno Velázquez, calculaban la cifra en 33 millones de mexicanos. Mientras que durante la presentación del informe Panorama educativo de México 2012: educación básica y superior, Mario Rueda Beltrán, presidente del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) reconoció que el sistema educativo nacional produce analfabetos funcionales, pues a la par de que existen escuelas en condiciones similares a las de los países más desarrollados del planeta, se convive con centros que es difícil pensar que son una escuela. Se trata de chozas en condiciones precarias de higiene y de luz (La Jornada, abril 25, 2013).
Energía desperdiciada pues el esfuerzo que se realice en elaborar la de ocho para una primera plana… Y sin embargo.
Al día siguiente que Enrique Peña Nieto tuvo que refugiarse en los baños de la Universidad Iberoamericana ante los reclamos de quienes después se transformarían en #YoSoy132, los impresos de la Organización Editorial Mexicana, decidieron que su nota de ocho contara esta realidad: “Éxito de Peña en la Ibero pese a intento orquestado de boicot”. Un lector descuidado, incluso un analfabeta funcional, lo que percibió fue la multiplicación del mensaje en los puestos de periódicos, incluso es posible apostar que no haya pasado del primer renglón del titular, es decir, haya ido donde haya ido el entonces candidato a la presidencia de la República, tuvo éxito.
La clase política sabe del impacto que puede tener ese mensaje, la multiplicación de una visión optimista de la realidad en beneficio de la promoción del candidato, gobernante, servidor público se toma en cuenta a la hora de realizar una estrategia de medios, no le importa ponerle un cartel al zombi, lo que vale es que ese muerto viviente rodará varias calles y será visto, a medias, pero visto.
En la de ocho pues está el último residuo de dignidad que los medios impresos podemos tener; por eso no se deben vender. Y sin embargo…
Una vuelta de twerka
No me apena decir que hasta hace unos días no sabía quién era Miley Cyrus. Sí, con algo de esfuerzo podría relacionarla con algún programa de Disney Channel que nunca he visto o con apariciones fugaces en la serie Two and a half men, pero tendría que haber gastado demasiadas energías para saber de qué me hablaban si me hubieran dicho que la noticia más relevante del día era que gracias a un baile, la tal Miley Cyrus había enterrado para siempre a Hannah Montana. Y, seguramente, después de lograr la conexión, habría llorado triste por esos minutos que dediqué a algo tan irrelevante.
Hoy, tras la presentación de Miley Cyrus en los premios VMA de MTV, será difícil que alguien no sepa quién es, incluso hemos agregado a nuestro vocabulario una palabra: Twerking, el giro rítmico de las carnosas extremidades inferiores, de una manera lasciva y con la intención de provocar la excitación sexual, o la risa, de la audiencia, como define el Urban Dictionary. Aunque no queramos, aunque no importe, es casi imposible encontrar a alguien que no sepa que la ¿cantante?, ¿actriz? hizo lo que hizo.
A eso estamos condenados los medios por la invasión implacable de la banalidad y las “nuevas” formas de leer de los más jóvenes, como señala J. Jesús Esquivel en la revista Proceso en su artículo: Agonía del papel, una generación de analfabetas funcionales que “leen en una pantalla (y) buscan textos de fácil digestión; nada de reportajes amplios y bien documentados, nada de análisis profundo”.
Bullshit
Obstinado, me doy cuenta que las recientes colaboraciones tratan acerca de lo mismo, no lo puedo evitar, ése es el tamaño de mi desconcierto, ése es el producto de no querer rendirme a la explicación de que la mediocridad de los medios en la actualidad es producto de la censura gubernamental (que sí la hay); por eso tuvo mi empatía inmediata un artículo publicado en The Onion por Meredith Artley, editor en jefe de CNN.com: Let Me Explain Why Miley Cyrus’ VMA Performance Was Our Top Story This Morning.
La responsable de los contenidos de uno de los portales de noticias más vistos en el mundo, se vio en la necesidad de explicar por qué la presentación de Cyrus en los MVA se convirtió en la noticia principal en el sitio de la cadena noticiosa, aunque no hubiera nada, absolutamente nada en esa historia que la hiciera merecedora de ocupar el mismo sitio que se otorgó a la cobertura de los ataques terroristas de Septiembre 11… ¿La razón?, intuyeron que les llevaría millones de hits a la página de CNN.com, en verdad, millones.
Meredith Artley se justifica, intenta exponer paso a paso las razones de esa decisión, incluso comenta cómo se le intentó dar “carnita”, sentido noticioso a la presentación de Cyrus, pero al final, no puede evitar mostrar su enojo por sentirse obligada a colocar “eso” como la de ocho, y lo dice con todas sus letras, lo califica de bullshit, mierda en la pantalla.
“No dude en llamar estúpida mierda, porque todos sabemos que eso es: estúpida mierda. Lo sabemos y lo sabes. También sabemos que usted (el lector) es lo suficientemente tonto o aburrido, o ambos, para hacer clic en esa estúpida mierda de todos modos, y que va a seguir haciéndolo, cada vez que lo pongamos delante de sus largas caras tontas”.
Y remata: la culpa, la culpa está en el lector, “Eso está en usted, no en nosotros”.
Coda
Sí, los medios tienen toda la responsabilidad de encontrar su camino hacia los lectores, para no depender de los gobiernos, para no rendir su dignidad ante la oferta de comprar la de ocho o solicitar, de la manera más amable, la inclusión de una imagen del político en la primera plana; pero, ¿qué hacemos ante el regocijo de la estupidez? No hay de otra, ya no estamos, solamente, obligados a informar, si queremos sobrevivir es indispensable formar públicos, educarlos.
@aldan