Vale al Paraíso recordar lo escrito el pasado miércoles 17 de abril, para confirmar que los políticos no leen, ni siquiera, las recetas obsequiadas: Poner las campañas en manos de especialistas inteligentes, experimentados, serios y profesionales, es indispensable para alcanzar el apretado triunfo.
Paco Chávez puede llevarse una desagradable sorpresa; ahí permanece la derrota de Francisco Labastida Ochoa, como el mejor ejemplo de lo que hay que hacer para malograr una buena candidatura, empezando por el brote de la soberbia de sus consultores y súper asesores en materia de comunicación política; el secuestro del candidato por el primer círculo de amigos y coordinadores; y la lucha fratricida de éstos para quedarse con la gran rebanada del pastel de zanahoria.
La alta jerarquía priísta sigue sumando derrotas: en 2012 perdió las senadurías y dos de tres diputaciones federales por culpa del “voto confuso”, dijeron a manera de risible justificación; este año gana tres de 11 alcaldías, por cierto, de escasa cuantía poblacional y presupuestal, y pierde la mayoría en el Congreso del Estado al bajar de 14 a 12 diputaciones, de 27 disponibles; y en 2015 la mata de la derrota priísta seguirá dando, porque los perdedores profesionales, los de siempre, son inamovibles y continuarán prestando sus servicios en la siguiente elección federal, donde el primer distrito estará gobernado en su mayoría por el PAN, PT y PANAL y MORENA hará su aparición con la aguerrida Nora Ruvalcaba Gámez, en calidad de líder estatal del partido político en formación y combativa adelita de AMLO .
Me parece ociosa la epidérmica revisión para encontrar las razones de la multifactorial derrota 2013: existen las cajas negras de los aviones priístas derribados en las dos últimas elecciones, abrirlas para conocer sus contenidos, analizar las causas técnicas de las tragedias, señalar responsables y corregir errores humanos, es un asunto mayor para ser tratado por profesionales, por cierto, de escasa presencia en la NASA tricolor; Boeing, la compañía aeroespacial líder mundial y el mayor fabricante en conjunto de aviones comerciales y militares, así procede en cada lamentable accidente.
Pero por lo pronto, para Otto Granados las elecciones del pasado 7 de julio dejaron lecciones que conviene anotar:
La primera es el extraño tema de la llamada movilización. Los partidos siguen pensando que el votante es carne de cañón y que todo se resume en levantar una lista de simpatizantes, ofrecerles algo y llevarlos a votar. Ya no es así. Las modestas tasas de participación registradas (sobre el 40 o 45 por ciento del padrón) revelan que, más allá de exhortos, la gente sólo sale a votar si quiere y que lo hace por quien quiere.
El segundo dato es que las marcas partidistas siguen pesando, para bien y para mal. En muchas ocasiones puede haber candidatos pésimos pero el cobijo en unas siglas de cierta tradición puede hacerlos ganar aun en contra de sí mismos, y el rechazo a otras mal afamadas puede derrotar a buenos candidatos.
En tercer lugar: las campañas negras funcionan pero muy poco. Nunca como ahora ha habido tal acceso a información sobre las personas ni tal posibilidad de diseminarla masivamente a través de los medios y de las redes sociales.
Aun así, parece haber un efecto de inmunización en el votante que suele rechazar incluso afirmaciones que son verdaderas. La moraleja es simple: no uses medias verdades ni las uses a medias. Si hay algo bien documentado en contra de alguien, hay que probarlo, exhibirlo, ser categórico e ir hasta el final.
En cuarto lugar: el dinero no es suficiente. En las campañas de ahora la plata corre sin rubor ni pudor. Pero no basta porque, por un lado, no hay una correlación clara entre el volumen de gasto y la preferencia del votante, y, por otro, es más que probable que buena parte de ese dinero se quede entre los denominados operadores partidistas que ahora constituyen una verdadera industria.
Y quinto: las encuestas son tan creíbles como los milagros. Ya desde las elecciones federales de 2012 la credibilidad y la competencia metodológica de varias casas encuestadoras había quedado seriamente en entredicho, pero, como la humedad, resurgen y engañan sin recato. Este domingo, todavía minutos antes de que empezara a fluir la información oficial, una de ellas, con un largo récord de errores, le estaba dando a un candidato cifras que le hacían ganador. La realidad fue otra: terminó perdiendo por más del doble de lo que su pollster le dijo (La Razón, “El tedio electoral”, 10/7/13).
Porque alguien tiene que escribirlo: Helen Thomas, ícono del periodismo estadounidense por haber pedido cuentas a nueve presidentes gringos, acostumbraba sulfurar a éstos con cuestionamientos severos, que merecían como respuesta inmediata el arqueo de la ceja o la arruga del ceño del aludido.
La legendaria corresponsal de la United Press —fallecida el sábado reciente a los 92 años— contraatacaba esos desplantes corporales con un dorado aforismo, que bien vale recordar a todos los políticos: “Si deseas que te quieran dedícate a otra profesión”.
El presidente Obama, con esa magia que le caracteriza para manejar sus asuntos de comunicación política y relaciones públicas, ingresó sin anunciarse a la sala de prensa de la Casa Blanca, y dirigió el coro de los periodistas para cantarle el famoso Happy Birthday y entregarle un pastel a la dama que cumplía 89 años en aquel agosto de 2009; cualquier parecido con los sensibles gobernantes, no es la mera realidad.