Vaya, vaya, vaya. Muy guardadita estaba la sorpresa.
Antes de concluir el último periodo ordinario de la LXI Legislatura al Congreso del Estado, cuatro diputados decidieron organizar en el salón de plenos, el jueves 25 de este mes, la anticipada fiesta de fin de cursos, con nostálgicos apapachos, fotos del recuerdo y saladas lágrimas de por medio, al acercarse el final, siempre doloroso, del jugoso salario.
Entre las diversas alternativas planteadas, los chamaqueados optaron por organizar una carnita asada con frijoles charros, quesadillas, cebollitas cambray, chiles toreados, tortillas de nopal y ensalada verde; el disidente que nunca falta insistió en la carne tártara —molida y cruda, pues—, pero la mayoría se impuso.
Los sagrados alimentos fueron humedecidos con vino rojo sin consagrar, muy propicio para la ocasión.
Uno asumió el papel de parrillero al pasar la media cebolla en la rejilla. Otro colocó el carbón. El tercero le prendió fuego. Y la dama acercó a la mesa las guarniciones. Entre todos destazaron al cordero. Hundieron el filoso cuchillo en la indefensa carne. Pero antes, le quitaron la sotana y el alzacuello.
“Desde la máxima tribuna del estado”, escribiría el cursi redactor de boletines, inició el festín de los tripulados por dos Comecuras de Closet, de ésos que tiran la piedra y esconden la mano, según trascendió en Radio Vaticano, perdón, en Radio Congreso del Estado.
Edith Citlalli Rodríguez González hizo un llamado a la Secretaría de Gobernación para que aplicara la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, pues “no hay reforma que justifique una campaña de linchamiento en contra del Poder Legislativo”.
“El trabajo legislativo ha sido vituperado y se tienen que poner las cosas en su lugar”, demandó Netzahualcóyotl Álvarez Cardona, quien transitó del lagrimeo al enojo.
Mario Guevara Palomino, presidente de la Mesa Directiva, expresó su “vergüenza por la ignorancia” de una persona que supuso “tenía capacidad de análisis, paciencia; creí que había en esa figura la voluntad de construir acuerdos en el camino de la paz y la civilidad”, y “lamentó que el obispo José María de la Torre no esté a la altura de sus antecesores en el cargo, a quienes se extraña por su cordura y respeto que exhibían”, según el boletín 793 del Congreso.
Y el perredista Gilberto Carlos Ornelas se sumó al monocromático reclamo de los priístas, al señalar “que no se pueden avalar, ni aceptar las ofensas [que emitió el obispo]…”
Los arrogantes legisladores hicieron a un lado sus condecorados posgrados en técnicas de investigación, seguramente cursados en la universidad de la vida, al dejarse llevar por la ligereza, irresponsabilidad, frivolidad y ternura que genera la ignorancia supina, al acreditarle a Don Chema una rijosidad que jamás existió: tengo la fundada sospecha de que no se tomaron la molestia de consultar los documentos originales de la información.
Me opongo al despotismo iletrado desde que Pancho Reatas, mi querido profesor en la Prepa de Petróleos (1970-72), solía repetir a los estudiantes burros —antes no existía el bullying— el sabio aforismo de su propiedad: “Mire jovencito, es malo no saber, pero es peor inventar”.
La paciente maestra de preprimaria (no recuerdo la lejanísima fecha) me enseñó el supremo valor de utilizar la fuente original de la información para transitar por los frondosos vergeles de la certeza y la sabiduría: después de revisar el documento obispal de 97 líneas guardadas en dos cuartillas, escuchar el audio (20 minutos con 50 segundos) de la conferencia de prensa ofrecida por el prelado el lunes 22 de este mes y leer la jornalera nota del siempre periodista Javier Rodríguez Lozano, llegué a la maciza conclusión de que Don Chema no mancilló el honor del Poder Legislativo, tampoco denostó a sus integrantes y nunca profirió adjetivos humillantes que ameritaran las soberbias fumarolas salidas del volcán legislativo; es más, en buena onda hasta se dio el lujo de proponer “unas lentejas en la concordia, que comer carne de buey en la discordia”, por aquello del colesterol malo y la hermandad en Cristo.
El obispo supuso tolerancia. Le entró al debate. Defendió su punto de vista. Se quejó. Y descubrió que el dictamen de la iniciativa lleva en sí “un gusano de inequidad”.
Si por la invitación a sentarse a la mesa, la sana receta culinaria y la severa proclama, se les saltaron las venas a la diputada y los tres diputados locales señalados en este Vale al Paraíso, entonces quiere decir que la añoranza de poder empieza a brotarles en su suave epidermis, y sólo me resta citar una de las siete frases que Jesús pronunció durante su crucifixión —como la padecida por Don Chemita—: “Padre, perdónalos porque no hacen lo que hacen”.
Porque alguien tiene que escribirlo: Les comento a las lenguas de doble filo que el obispo no me obsequió algún ramillete espiritual, confeccionado con misas, rosarios, jaculatorias, comuniones, padrenuestros, avemarías y el sacrificio a que fue sometido, aunque me sería de buena utilidad, sin que la aclaración suponga mi ubicación futura en el fondo del averno, donde hace un calor endemoniado, supongo.