A pesar de lo dulcificado de las películas norteamericanas para niños, principalmente en las maniqueas cintas de Disney, la nueva corriente que es encabezada por el cine de animación plantea muchos escenarios basados en la diferencia y la pluriculturalidad: villanos que se hacen buenos, monstruos que deciden no asustar sino divertir, pueblos de juguetes que tienen población de todos los sabores y colores, lo mismo señores cara de papa que kenes y barbies. Tal vez la naturaleza propia de la gran emigración del vecino país del norte y su prácticamente población universal propicien que el nuevo cine enfocado a los niños propugne por esta clase de situaciones.
En su nueva entrega Pierre Coffin y Chris Renaud regresan con Gru y esos seres que en la simpleza de su homogeneidad-heterogeneidad son el alma de la película y la diversión garantizada a lo largo de la trama, los minions. Homogéneos por sus prácticamente dos versiones y sus gustos alimentarios (¡quién no gritó baaaaaaanaaaaaanaaa cuando aparece esta fruta al inicio de la película!) son totalmente diferentes por su nombre personalizado (que Gru conoce a la perfección en todos y cada uno de ellos) y pequeñas características o vestimenta. Tal vez en esa enorme masificación de su sistema fordiano de trabajo, radica precisamente la diferencia (pues cada uno de los minions tiene su propia individualidad) y la tolerancia (hacia el final de la película se hacen guiños sobre unos minions gays).
Las críticas sobre Mi villano favorito 2 son casi unánimes sobre lo entretenido de la trama, en el doblaje al español es célebre, inconfundible y maravillosa la interpretación de Andrés Bustamante como Gru. Ciertamente coincido en que se extraña la divertida maldad de Gru pues sus intentos por ser el mejor criminal del mundo han quedado en el pasado, para dar paso a una familia poco ortodoxa compuesta de un científico loco, cientos de miles de minions y tres niñas adoptadas. Y aun con su enorme diferencia, Gru, su familia y sus extraños y poco sociales modos de vida, dan paso a convivir con sus vecinos en un cumpleaños de la pequeña Agnes, o en una fiesta muy mexicana (sic) de 5 de mayo. Y aquí viene el prietito en el arroz: ¿por qué una película que quiere enmarcarse en la diferencia y la tolerancia ubica como criminal a un mexicano apodado El Macho? Este villano que roba una fórmula secreta que puede ayudarle a conquistar el mundo, es un estereotipo bastante ofensivo del connacional que vive en Estados Unidos: gordo, peludo, lleno de cadenas de oro, que hace salsa; el prejuicio es aún peor en su restaurante donde se escucha música que en sí es más española que mexicana, o cuando, bajo la idea del latin lover, baila salsa, una cualidad más sudamericana.
Como sabemos, en Estados Unidos se celebra con vehemencia la batalla del 5 de mayo porque además de la célebre derrota del mejor ejército del mundo creado por Napoleón, en manos del mal pertrechado ejército mexicano, la expulsión final de los franceses del suelo mexicano significó el último intento de los europeos por consolidar una monarquía en suelo americano y por ende el triunfo de la doctrina Monroe. En su fiesta de la Batalla de Puebla, El Macho, cuyo doblaje a cargo de Alejandro Fernández debo confesar no me parece malo, hace énfasis en todos los clichés mexicanos, desde la piñata, pasando por una mansión gigantesca con motivos prehispánicos, hasta llegar al absurdo materializado en un sombrero de nacho, que tiene en su interior guacamole. Tal vez lo único rescatable en esta situación es el hijo de El Macho, no estereotipado sino que por contrario es el clásico chico estadounidense en su forma de vestir, divertirse e incluso hablar, al menos en la versión doblada al español así parece.
Dice Alfonso García Figueroa en su excelente libro Criaturas de la moralidad que “en sociedades uniformes, el respeto a la diferencia se había articulado históricamente a través de un mecanismo excepcional: la tolerancia. Por el contrario, en sociedades plurales y más desarrolladas, el respeto a la diferencia se convierte en un mecanismo habitual” en pocas palabras en nuestros estados democráticos la tolerancia ha pasado de ser una excepción a ser una regla. Es una lástima que una película que tan buenas reacciones ha causado en nuestro país, que basa su argumento en la idea de la diferencia y la tolerancia, haya caído en algo tan simple como estereotipar nacionalidades.