Cualquier grado de violencia ejercida contra un ser humano no sólo es un acto profundamente deplorable sino la clara evidencia de los ínfimos niveles de conciencia que puede alcanzar el hombre en un atentado contra sí mismo. Si bien la violencia se ha mantenido como una constante en la historia de pueblos y naciones en un ciclo continuo por lograr la hegemonía del fuerte sobre los más débiles –asesinatos, violaciones, torturas, guerras, invasiones y genocidios protagonizan el devenir de las sociedades pasadas y presentes-, de ninguna manera puede justificársele reconociéndola como algo intrínseco a las relaciones humanas. La violencia es en todo momento injustificable, trátese del niño golpeado, del joven abusado laboral o sexualmente, del indígena marginado, del creyente señalado, del anciano despreciado, de la mujer sobajada, del hombre sometido; en otras palabras, de cualquier ser humano perseguido, discriminado y/o violentado dada su diferencia respecto a otros por motivos físicos, económicos, sexuales, raciales, religiosos, laborales, intelectuales, políticos o culturales.
En los últimos años en México se ha intensificado particularmente la labor de discernimiento de la violencia ejercida contra las mujeres para su esclarecimiento, sanción y eventual erradicación. Aunque en materia de violencia existe un gran rezago de conocimiento y adecuada legislación respecto a las distintas formas en que ésta se manifiesta –focos en rojo para el Estado mexicano-, los avances en materia de violencia de género son dignos de atención, pues reflejan la problemática social que vive la mujer en nuestro país y la manera en que se ha ido avanzando en la recuperación de la dignidad de vida para miles de ellas.
El entorno cultural nos habla mucho de las razones de dicha violencia. Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad explica que “prostituta, diosa, gran señora, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían la naturaleza y la sociedad. En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen. Activa, es siempre función, medio, canal. La feminidad nunca es un fin en sí mismo, como lo es la hombría”. En este sentido, la mujer no tiene deseos propios; en la vida diaria su función consiste en hacer imperar la ley y el orden, la piedad y la dulzura. Y así el mito de la “sufrida mujer mexicana” encarna a la abnegada madre, a la novia que espera; no así a la “mala mujer”, la que actúa, la que decide, la que va y viene, y abandona a los hombres.
De modo que en este “no salirse de su lugar” fue en el discurso jurídico, médico y político de los siglos XVIII y XIX que se construyó la separación entre el destino femenino y el trabajo productivo. Ella debía mantenerse en el mundo de lo privado, del hogar; él, en el de los espacios públicos: desde la calle hasta las instituciones y la academia. La transmisión de estos valores patriarcales impuso límites a la libertad y los derechos humanos de la mujer, así como también medidas correctivas para quienes de ellas no los acataran.
En la actualidad, esta situación de empoderamiento de unos sobre otras se evidencia con claridad. De acuerdo a los últimos resultados arrojados por la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) en su edición 2011, en México el 46.1 por ciento de las mujeres de 15 años y más sufrió algún incidente de violencia por parte de su pareja (esposo o pareja, ex-esposo o ex-pareja, o novio) durante su última relación. En cuanto a violencia emocional, la encuesta aclara que cuatro de cada 10 mujeres en México (42.4 por ciento) han sido: humilladas; menospreciadas; encerradas; les han destruido sus cosas o del hogar; vigiladas; amenazadas con irse la pareja, correrlas de la casa o quitarle a sus hijos; amenazadas con algún arma o con matarlas o matarse la pareja. Respecto a la violencia económica, 24.5 por ciento de las mujeres ha recibido reclamos por parte de su pareja por la forma en que gastan el dinero, les han prohibido trabajar o estudiar, o les han quitado dinero o bienes (terrenos, propiedades, etc.). En cuanto a violencia física, a 13.5 por ciento de las mujeres su pareja la ha golpeado, amarrado, pateado, tratado de ahorcar o asfixiar, o agredido con un arma; y sobre violencia sexual, al 7.3 por ciento de ellas les han exigido o las han obligado a tener relaciones sexuales sus propias parejas, sin que ellas quieran, o las han obligado a hacer cosas que no les gustan.
Más allá de estadísticas y números, cualquiera que haya vivido algún tipo de violencia en su propia persona o en el de un ser querido, reconoce la urgente necesidad del cambio; cambio que comienza por sí mismo y por su familia. Las políticas públicas en contra de la violencia deben obedecer a las exigencias continuas de una sociedad activa y profundamente comprometida con el bienestar humano y social.