La noticia corrió de reino en reino, mandaron todos los reyes a sus mensajeros para que todo el mundo supiera la noticia. El feudo barcelonista se queda sin rey. Después de la abdicación, aparentemente voluntaria del Rey Pep Primero, decidió por sus órdenes y su legado dejar el trono a Tito. Un hombre valiente y sensato, con la fuerza de mantener al ejército apoderado del mundo. Nunca supo ni Pep ni el ahora Rey Tito que una enfermedad amputaría el motor de la máquina devoradora que era Barcelona. Un año completo de altas y bajas, así es, la enfermedad del Rey Tito, poco a poco fue perdiendo territorios, pero nunca el suyo, campeón y reconocimiento por la fuerza de Tito. Hasta que no se pudo más, el trono se tiene que dejar, ni Tito ni Pep elegirán al futuro Rey. Al barcelonismo no le interesa ahora elegirlo. La era moderna exigiría una democracia. Pero la historia de Tito va más allá de su reinado. Su historia trágica y complicada va de la mano de Guardiola, amigo suyo desde los juveniles. Luego traicionado y olvidado, como si el reino que antes fue suyo, el nuevo rey que antes fue su amigo no existiera. Ni en el principado de New York, ni una llamada cuando más se necesitaba, ni un consejo de amigos, dejó solo a Tito, como haciéndolo fuerte e independiente. Y vaya que lo logró, a pesar de la confesión de amistad de Guardiola, Tito no necesita de nadie, es una batalla que él pelea, al lado de su mujer. Así son las historias de traición y poder. De reinos abdicados y de reyes impotentes, de amistades cuestionadas y sufrimientos en solitario. Si bien todos sus soldados le rendirán homenaje, lo recordarán en las batallas y lo extrañarán, el barcelonismo es traicionero con sus héroes. Este corto reinado de Tito tiene las mismas hazañas que el predecesor y que el maestro Cruyff. Larga vida a Tito.