El demonio se agita a mi lado sin cesar;
flota a mi alrededor cual aire impalpable;
lo respiro, siento cómo quema mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable.
Fragmento del Poema “Destrucción del Libro”
Las Flores del Mal de Charles Baudelaire
El término de Poeta Maldito se deriva del Título del libro de Paul Verlaine Les Poètes maudits en el que se hace un homenaje a seis poetas: Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore, Auguste Villiers de L’Isle-Adam y Pauvre Lelian (este último no es sino el anagrama del propio autor del libro que se incluyó en su obra). Sin embargo, Charles Baudelaire fue conocido como El Poeta Maldito, porque su poema “Bendición” de su libro Las Flores del Mal, sirvió de inspiración al título de Verlaine. Yo supongo que fue de la siguiente estrofa de donde Verlaine tomó su idea: “Haré yo que caiga el odio que me abruma / Sobre el útil maldito de tu perversidad, / Y tan bien torceré este árbol miserable / ¡Que no brotarán de él sus apestadas yemas!” Así, el término “Poeta Maldito” se comenzó a usar para designar a todo artista, escritor, pintor, escultor, cantante, músico, y demás, que no recibía de sus contemporáneos el aprecio y reconocimiento. Pero poco a poco la referencia fue cambiando hasta que la fama de Charles Baudelaire, por propios méritos, de su obra y de su persona, se adueñó del mote, de la designación. Baudelaire fue un poeta brillante en una época decadente, y su obra oscura y romántica, desafiante y rebelde, se tiene como precursora del Simbolismo, que llevaría al desarrollo del movimiento surrealista 40 años después. Acompañado en su tiempo de Gérard de Nerval, de Manet, de Balzac, de Víctor Hugo, entre otros destacados artistas, fue un hombre entregado a la bohemia y a los excesos, a la vida sórdida de un París invitante que lo consumió. Su obra claramente influenciada por Edgar Allan Poe –de quien tradujo sus obras del inglés al francés– refleja el principio del modernismo en la poesía francesa, pero no sin un grande toque de romanticismo.
Pero además de su obra, influyente y valiosa por su estética y su nueva moral en tiempos de recomposición de una Francia decadente, la personalidad de Baudelaire formó la noción moderna del Artista como un individuo social que busca manifestarse distinto ante los demás. Tomó de la corriente “Dandy” -proveniente de la burguesía de Inglaterra– el uso de una vestimenta deslumbrante, llevando el movimiento “Dandy” al exceso, dado que además usaba maquillaje y un sinfín de adornos. Resaltaba de los demás por su forma de vestirse y conducirse, autodesignándose una manera peculiar de vestir. A partir de él, la licencia de los Artistas de vestirse y ataviarse de forma distinta a los demás cobró cierta aceptación. Se transformó la extravagancia de Baudelaire en el símbolo del Artista, de su imagen. Esta licencia de extravagancia que hoy es tan común entre la gente del espectáculo y de otros artistas, fue sin duda la menor de las aportaciones de Baudelaire en cuanto a valor artístico, pero su impacto cultural ha trascendido hasta nuestros días.
La conciencia del mal es, a mi gusto, la marca de la obra de Baudelaire, pues en su obra logra establecer la correspondencia que existe entre el bien y el mal dentro de la vida, conformando imágenes asociativas que nos trasladan, en concatenadas asociaciones, a un mundo ceñido entre el bien y el mal. Porque para Baudelaire el mal es una suerte de esencia misma de la existencia, y la literatura es la trascendencia del objeto, de la palabra hacia la idea, hacia el concepto. En su poesía abundan reflexiones acerca de la parte negativa que todos los humanos poseemos habitualmente, y leerlo es descubrirnos a nosotros mismos, en una faceta que no siempre es agradable o halagüeña.
Como los grandes artistas que han logrado un cambio de lo moral a lo estético, Baudelaire sobresale en su época, no por su escandaloso proceder y su tendencia a los vicios, sino por su conflictivo pensamiento que apunta al lado oscuro de las cosas, al lado no grato que la mayoría preferimos no ver. La lectura de Las Flores del Mal es un libro obligado para quienes disfrutan de abrir los horizontes de la psiquis humana, pues el autor es capaz de desentrañar la oscuridad que habita en todo ser vivo y consciente, inaugurando un tormento, un duelo, entre el deber ser y lo que es apetecible creer. Desde el principio en su poema “Bendición”, nos deposita en el infausto de una concepción no deseada, apuntalando la realidad por sobre lo que debe de ser, y el combate que a menudo enfrentamos todos en distintos aspectos de nuestras vivencias. Porque la vida no es color de rosa, y Baudelaire es capaz de inscribir en letras de arte poético la existencia, la conciencia del mal, el dolor, la aflicción, el deseo no realizado, la provocación, la pena, el padecimiento… pero también el amor, lo estoico, lo insensible, lo romántico, todo, en una malgama, en una fusión que se acerca mucho a la verdadera existencia. Un Poeta que trasciende a la palabra para modificar la realidad al nombrarla, porque en sus versos, la palabra se transfigura en sentido, en símbolo vivo. Un Poeta Maldito al que vale la pena leer.