Entre las muchas cosas inútiles que el universo ha creado como los hoyos negros, tema de tantísimas e innecesarias tesis doctorales que justifican carreras enteras y becas y salarios nada modestos, los meteoritos que destruyen mundos o los crean –¡gracias, Discovery, ahora nuestro miedo ya no es divino sino cósmico!–, los leggins de tallas grande y extragrande, otro oxímoron que duele en el oído y en los ojos, el líquido que escurre de las bolsas de basura y que como a Hansel y Gretel nos muestra el camino de regreso a casa desde la periferia boscosa y tenebrosa del contenedor y muchísimas cosas más, uno de estos elementos malogrados que la contingencia universal ha echado a rodar es el coitus interruptus. Ya sabe, tener sexo no al 100 por ciento sino al 95 por ciento, más o menos. No mejora las relaciones sexuales, ni aumenta el placer, ni es divertido siquiera, pero es uno de los métodos anticonceptivos más populares entre la población humana y uno de los menos eficaces también. Sin embargo, a pesar de su inutilidad, en México ha alcanzado altos propósitos hasta el grado de dejar su impronta en el carácter nacional. La mayoría de los mexicanos nace gracias a la práctica del coitus interruptus. Aunque el uso de anticonceptivos ha venido aumentando considerablemente en los últimos años, aún priva la negligencia en el último minuto, incluso entre mentes ilustradas y laicas. Y hemos de agradecer esta necedad generalizada. Los mexicanos existen porque sus padres tomaron la mala decisión de interrumpir el coito y creer que con eso cancelarían de manera absoluta la posibilidad de la concepción, sin tomar en cuenta que siempre hay uno o dos vivillos por ahí, de nado enjundioso, que se adelantan al pistolazo de salida. Si los seres humanos son un accidente en el universo, la excepción que confirma la regla, los mexicanos son uno doble, doblemente accidentales y doblemente excepcionales, pues.
Tener un coitus interruptus como origen deja una marca indeleble que se lleva inevitablemente hasta la tumba, tal como le sucediera a Tristam Shandy. No es que los mexicanos sean malhechos o que tengan la mala costumbre de hacer todo a medias, no, sí realizan lo que se proponen, sólo que nunca a cabalidad, como el coitus interruptus. En casa, en la escuela o en el trabajo, la lista de tareas casi terminadas crece irremediablemente cada día, desde naderías cotidianas como poner un clavo y colgar bien un cuadro, hasta cuestiones de mayor fuste como elaborar un documento con un uso impecable del lenguaje y de la aritmética, pintar una casa o arreglar un auto, según sea el oficio o la profesión.
Que las cosas estén casi bien hechas, al 95 por ciento, es suficiente para que el mexicano crea que ha cumplido de manera excelsa con su trabajo o con lo que le toca, lo demás son nimiedades, es morralla, redondeo, no importa. Un borrón, una pequeña falta, una manchita, un error casi imperceptible, una impresión sutil no afectan el resultado final. Si el coitus interruptus termina por lo general en un embarazo, qué más da un rincón de la casa sin pintar, una carrera trunca por una materia, un auto tintineante por un perno.
Casi, por poco, a corta distancia, cerca, por una nariz, por un pelo, casi casi los mexicanos son perfectos, de no ser por ese coitus interruptus que los trajo a la vida, y casi casi son perfeccionistas, de no ser porque en todo lo que hacen siempre dejan cabitos sueltos aquí y allá. Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos.
Primer paso: no vaya a intentar salpicar a su mexicano con chispas de instrucción sexual científica y civilizada, deje que siga creyendo que el condón es diabólico, si le toca en suerte un mexicano religioso, que el condón disminuye su capacidad sexual, si le toca un mexicano machista, o que el condón disminuye su sensibilidad, si le toca un mexicano poeta; deje entonces que su mexicano siga practicando el coitus interruptus, mientras haya tantos chinos, al mundo nunca le sobrarán mexicanos, uno o varios más, qué más da.
Segundo paso: como vimos, la inconclusión es parte del ser del mexicano y esto le provocará muchos disgustos y desaguisados en casa. No lo va a poder cambiar, por lo que recomiendo que mejor se entrene para lidiar con ello. Antes de adoptar un mexicano, vaya al cine cuantas veces pueda y sálgase de la sala cinco minutos antes de que termine la película, esa sensación que tendrá de ansiedad e incertidumbre, conózcala, respírela, acéptela, pues eso es lo que sentirá frecuentemente ante los actos inacabados de su mexicano.
Tercer paso: un mexicano, pues, es como una obra de teatro sin acto final o sin epílogo o un edificio sin remates, así como el Partenón o la Venus de Milo son bellos en su imperfección y los apreciamos así, el mexicano y sus actos también, aprenda a admirar al hombre y su obra siempre pendientes, siempre en suspenso, siempre en construcción.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es un fragmento? Sí. ¿El mexicano es un capítulo? Sí. ¿El mexicano es una obra completa? Sí.