Las consideraciones que siguen resultan de explorar la contradicción que parece manifestarse entre la economía en la que se intercambian bienes y servicios “tangibles” y la economía en la que se intercambia dinero y valores de distinto tipo. A continuación se describen brevemente estas dos facetas de la economía y se examinan las discrepancias que las enfrentan.
Por lo que hace a la economía “real”, a la economía en la cual se intercambian bienes y servicios tangibles, recordemos que en los años 50 del siglo pasado, Robert Solow, economista estadounidense galardonado con el Nobel de Economía de1987, ofreció una convincente versión del crecimiento económico. Con argumentos sustentados en rigurosos estudios econométricos mostró la relevancia del cambio técnico en el crecimiento de la economía. Puso de manifiesto, asimismo, que la acumulación del capital y la disponibilidad del trabajo son insuficientes para explicar el incremento de la producción. Más aún: calculó que a la innovación tecnológica y a sus efectos en la productividad debería imputársele una proporción cercana a las cuatro quintas partes del crecimiento histórico del Producto Interno Bruto en los Estados Unidos.
Desde entonces se acepta, en forma generalizada, que la ciencia y la tecnología, por intermedio de los efectos que inducen en la productividad, son elementos irrecusables en el permanente desempeño exitoso de una economía interesada en crecer. La inversión en ciencia y tecnología se considera por ello una de las claves de la estrategia macroeconómica de los países que se proponen impulsar el crecimiento de su bienestar material.
Hasta aquí todo parece ajustarse a los cánones de la ciencia económica tal como la entiende la llamada corriente principal en esta materia. Sin embargo, recientemente ha aparecido un libro en donde se comentan aspectos de la vida financiera de Warren Buffett. La lectura de pasajes de ese libro da lugar a una inquietante apreciación sobre la coherencia de los puntos de vista de este inversionista con la visión de la economía ofrecida por Solow.
Buffett estudió economía en la Universidad de Columbia, aunque, hasta donde sé, no destacó en los medios académicos. No obstante, como es del dominio público, es uno de los inversionistas más exitosos que han existido en la historia financiera norteamericana y acaso en la mundial. Sus excepcionales habilidades en la detección de oportunidades de inversión de muy alto rendimiento y de ganancias en el mercado accionario han sido las razones fundamentales del éxito de su empresa y de su riqueza individual. Alguna vez ha sido considerado el hombre más rico del mundo. En la actualidad, si no recuerdo mal, ocupa el tercero o cuarto lugar en la famosa lista de hombres adinerados de la revista Forbes. Es conocido también por la austeridad de su vida personal. Parece ser que ocupa la misma casa en que vivía cuando era un hombre con ingresos mucho más modestos y no se le conocen comportamientos que sugieran el uso inmoderado y/o ostentoso de su fortuna. Se dice que ha donado alrededor del 80 por ciento del valor de sus pertenencias para obras caritativas.
Entre los conceptos que el libro citado expone están algunos de los criterios que Buffett emplea en la identificación de las oportunidades de inversión que elige para su firma. Uno de los principios a los que recomienda ajustarse es, sorprendentemente, el de no invertir en empresas con un amplio presupuesto en investigación científica y desarrollo tecnológico. Justifica su punto de vista con el comentario sobre algunos casos específicos. Habla, por ejemplo, de los laboratorios Merck. Dice que esta empresa destina cerca de un 29 por ciento de sus ingresos brutos a la investigación sobre productos médicos y otro porcentaje no despreciable a la reestructuración de sus programas de ventas y administrativos en los que incurre para promocionar sus nuevos medicamentos. En suma: gasta cerca del 78 por ciento de sus ingresos brutos en esos rubros.
Agrega Buffett, además, que la alta competitividad de esta empresa y de otras similares depende muy estrechamente de la duración de las patentes que soportan las innovaciones en las que se origina su ventaja. Cada vez que una de las patentes se vence, hay una acusada pérdida de capacidad competitiva y todo ello se refleja en la disminución de las utilidades y en la baja en el valor de las acciones. Según Buffett, las empresas atractivas para la inversión son, por el contrario, aquéllas que no incurren en ese tipo de gastos. Afirma que la verdadera ganancia en los mercados financieros está en las firmas que son capaces de mantener sus ventajas competitivas durante largos periodos y de evitar que éstas estén sujetas a riesgos imprevisibles. Coca Cola, que de hecho sólo hace gastos mínimos en ciencia y tecnología, es una de sus empresas preferidas.
Hay sin duda una contradicción o al menos una clara diferencia entre las visiones de la economía de Solow y de Buffett. El primero atribuye una notoria importancia a la ciencia y a la tecnología como elementos clave del crecimiento económico; el segundo ve en esas materias elementos disuasivos para la inversión en el mercado financiero.
¿Cómo se explica esta discrepancia, esta disonancia cognitiva que dirían los sociólogos? Permítanme aventurar una conjetura. En su origen, la economía financiera surgió por la necesidad de cumplir dos funciones principales. Por un lado, para transferir recursos monetarios de quienes tenían excedentes que no usarían, al menos en el corto plazo, a aquéllos que los necesitaban por carecer de los montos suficientes. En segundo lugar, para atenuar, vía la diversificación y la asociación con la economía real, los riesgos inherentes a las transacciones de la economía del dinero y los valores.
Es cierto que estas dos funciones están presentes hasta hoy en los llamados mercados financieros, pero hay que tomar en cuenta a los intermediarios, corredores o brokers en la terminología anglosajona. Estos agentes han hecho de la economía financiera una actividad con sus propios incentivos y cuasi independiente, en ese sentido, de la economía real. A las empresas que, como la de Buffett o como los fondos de inversión de George Soros, que actúan en los mercados financieros las mueve en mayor medida la expectativa de sus propias ganancias que las funciones que se supone deberían cumplir para complementar la marcha de la economía real. En suma: el papel complementario de los mercados financieros se ha desvirtuado, aunque sea parcialmente; ahora esos mercados operan, en proporción significativa, bajo sus propios incentivos e intereses. Por consiguiente, cuando algo les sale mal en sus operaciones pueden afectar, como lo han hecho en los tiempos recientes, a la economía que funciona en el mercado de bienes y servicios tangibles.
Para terminar: según un punto de vista, ciencia y tecnología son elementos cruciales para el crecimiento de la economía; según otro, si se quieren altas utilidades en el mercado financiero hay que evitar la inversión en las empresas con cuantiosos presupuestos en esos rubros.
Hay, pues, una drástica discrepancia entre estas dos visiones de la economía. Emerge, además, uno de los problemas que acaso sea el problema central de las ciencias sociales: la racionalidad individual no necesariamente coincide con la racionalidad colectiva; lo que es bueno para el individuo no necesariamente lo es para la comunidad en que vive. Solow ve la economía en su conjunto; Buffett, desde el punto de vista de su empresa financiera. Pero no es difícil inferir que si todos los inversionistas que operan en el mercado financiero actuaran como recomienda Buffett, se restringiría severamente el crecimiento de la economía considerada en su conjunto. La situación no deja de ser fuertemente contradictoria ¿No les parece?