Lo que suceda después de la “tormenta perfecta” -como la ha llamado el ex gobernador del Banco de México- es algo que con la óptica norteamericana ni Will Smith y su hijo, quienes desde las pantallas hollywoodenses salvan continuamente al planeta, sabrán enfrentar. Todos los documentos en los que me he basado para las recientes entregas de esta columna, señalan que la estabilidad financiera global se halla precariamente prendida de alfileres. Describen las causas de una crisis inminente de la moneda norteamericana y hasta se detallan los efectos que se reflejarán en las finanzas internacionales. Pero en ninguno de estos documentos se plantea cómo enfrentar tal situación.
En los próximos meses, las economías que poseen dólares intentarán deshacerse paulatinamente de éstos. China, el principal poseedor de dólares del mundo, afirma que invertirá 86 mil millones en América Latina. Al día de hoy, promotores bancarios de aquel país buscan proyectos de infraestructura en México y otros países del continente. A través de estos proyectos podrían convertir los millones de billetes verdes que poseen en obras como plantas procesadoras de residuos, carreteras, presas, puertos, etc. Eso les permitiría gastar los papeles verdes, que están a un tris de perder valor, en activos físicos que, mediante convenios de asociación en participación pública-privada, reporten a la banca china utilidades por explotación a largo plazo en divisas distintas al dólar. Esto es, pretenden convertir su tenencia de papeles y asientos contables virtuales, en activos físicos tangibles. Ésta es una primera y muy importante oportunidad que se presenta ante los países del anteriormente llamado bloque de países del tercer mundo como resultado de la crisis del dólar.
Siguiendo la lógica china, los países que, como México, poseen reservas internacionales en moneda norteamericana, bien harían en comenzar a sacar los dólares de la caja fuerte para invertirlos en infraestructura útil para sus economías. Esto, lógicamente repercutirá en una baja en el valor del dólar. Es por eso que los operadores del Consenso de Washington -Banco Mundial, y Fondo Monetario Internacional- conminan, si no es que obligan, a los países que mantienen bajo su control, a mantener los objetivos de “políticas públicas sanas”, de “cero déficit” e incluso, un superávit presupuestal para “combatir la inflación”.
En momentos de contracción económica como los que vivimos en el mundo occidental, nada hay más dañino para la población que continuar esa falsa bandera impuesta por la banca internacional que se llama “austeridad”. De hecho, lo que la banca internacional, que está sustentada en el dólar, pretende, es recoger la mayor cantidad de dólares que abundan en el mundo. Lo han hecho obligando a los gobiernos a realizar enormes transferencias hacia los bancos para salvarlos de la quiebra. Con ello, se han recortado programas de seguridad social y constreñido gasto público en detrimento del resto de la población.
Es cierto que una derrama masiva de dólares en las economías del orbe podría causar severos problemas a la sustentabilidad planetaria. Por ello, una vez iniciada por China esa política de deshacerse de sus dólares, los países receptores de éstos, deberán blindar su sistema financiero y comenzar a utilizar dosificadamente sus reservas internacionales en su planta productiva y en programas sociales.
El primer impacto que tendría una creciente oferta de dólares en las economías –muchos dólares circulando- es la desestabilización de la estructura de precios. Al contrario de lo que como única verdad conocen la mayoría de nuestros economistas -ya que han sido entrenados en universidades norteamericanas- contra la tormenta, la ola de divisas que se avecina, se requieren controles de precios y de cambios mientras se asimila el impacto.
El dólar se devaluará irremediablemente, en detrimento de los intereses de los barones de la banca, pero para el resto de los habitantes del mundo es preferible que, antes de que pierdan valor, se transformen en activos e infraestructura. Si no se utilizan, igual se despreciarán guardados en las arcas de la nación, sin beneficio alguno. El peso, atado al dólar, también se devaluará y una devaluación incontrolada podría acarrear severos efectos sociales sin una estructura similar al “Pacto de Solidaridad” que se implementó en nuestro país durante los años críticos de 1987 a 1994. La crisis del 94, vale recordar, se desató precisamente porque se quitaron los controles antes de tiempo.
Es preciso, es urgente y es fundamental que los gobiernos de los países occidentales, incluido el mexicano, dejen de atender prioritariamente a los mandatos de la banca internacional, del Consenso de Washington. Es necesario cortar amarras para que el hundimiento del dólar no nos arrastre. Se requiere urgentemente que los gobiernos remonten esa falsa política de austeridad y comiencen a utilizar los excedentes presupuestales y las reservas internacionales para fortalecer la infraestructura de sus respectivos países.
Haciendo que los dólares -en proceso de depreciación- se conviertan en inmuebles como carreteras, puentes, presas, etc., y equipamiento al servicio de la población más deprimida del país, se podría paliar el efecto inflacionario de la “tormenta perfecta”. Para México ésta sería la oportunidad de evitar la innecesaria inversión extranjera en PEMEX para explotación petrolera. En vez de ello, deberíamos invertir nuestras reservas en la construcción de las refinerías que, protegiendo sumisamente los intereses de las grandes petroleras, no hemos construido. Deberíamos invertir en mejorar el sistema ferroviario de carga y complementarlo con trenes de alta velocidad para servicio de personas. Para construir caminos que permitan sacar la producción agrícola de los campesinos marginados –algunos de ellos que como única opción se han visto obligados a ofrecer sus servicios al narco-, para construir centros de acopio, sistemas de información de precios y centrales para la venta de sus productos. Aprovechando la crisis como oportunidad, se podría recuperar la soberanía productiva y la alimentaria. Eso sería una verdadera cruzada contra el hambre.
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