El diputado José Luis Alférez, finalmente se arrepintió de apoyar una controvertida iniciativa de reforma al artículo 2 Constitucional, que introduciría al texto un par de palabras dictadas desde la sede del obispado diocesano. Estas dos palabras causaron escozor entre la clase política local y multitud de rezos ante el frontispicio del Palacio Legislativo. Las palabras son: fecundación y muerte natural.
Días antes de su arrepentimiento, lo que quedaba de la iniciativa Alférez, programada para ser discutida en el pleno de legisladores el lunes 29 de julio, había sido descalificada por el obispo José María de la Torre Martín, como un “defectuoso bistec de buey”; y mientras asemejó a los diputados con este animal, los incitaba a no votar dicha iniciativa “y mejor comer lentejas”.
Por supuesto que el descarte de este agresivo administrador de la iglesia más popular en Aguascalientes alteró el sistema gástrico del diputado Alférez, quien ya sin el apoyo del obispo, determinó acusar a los legisladores que le metieron mano a su genial iniciativa y la presentaron como un “defectuoso bistec de buey”; y para no aguantar los reclamos de los legisladores aludidos, abandonó el salón de sesiones y se fue a confesar al obispado.
La dignidad del Congreso del Estado quedó a cargo de las serenas intervenciones de la diputada Citlalli Rodríguez (PRI), el diputado Netzahualcóyotl Álvarez (PRI), y el diputado Gilberto Carlos (PRD), y del Presidente del Congreso, el diputado Mario Guevara (PRI), quien con voz quebrada se declaró católico y retiró el apoyo a la iniciativa debido a las agresiones del obispo. Lo lamentable del día fue declinación silenciosa de los diputados Ríos y Granados, quienes callaron y perdieron la oportunidad de hacer patente la dignidad del poder legislativo.
En esta entrega pretendo analizar las palabras propuestas por el obispo diocesano. Comenzaré por la fecundación. Varios diccionarios de la lengua definen fecundación como la unión de dos gametos o células sexuales (masculina y femenina), que se fusionan para crear un nuevo ser y generan un nuevo genoma con información genética que proviene de ambos progenitores. Tradicionalmente la única manera en que la raza humana podía unir estas células consistía en la introducción del órgano sexual masculino (pene) en lo más profundo de la cavidad sexual femenina (vagina). Durante siglos no hubo otro método conocido. Hoy gracias a los avances de la ciencia médica la fecundidad se puede realizar “In Vitro” o laboratorio, y ya se puede evitar el contacto “carnal” entre dos seres. Ya no es imperiosa la necesidad de que el órgano sexual masculino introduzca y deposite sus espermatozoides dentro del órgano sexual femenino para que la fecundación del óvulo se realice. En otras palabras, la fecundación tradicionalista ha quedado desprovista de dos elementos altamente contradictorios para la preservación de la vida humana: violencia y placer.
Desde una visión absolutamente religiosa, la fecundación tiene al menos dos definiciones: la israelita o judaica y la cristiana. La definición que el obispo de Aguascalientes ha venido sosteniendo corresponde a la tradición judaica acostumbrada entre el pueblo judío cuando la fecundación parecía no tener límite. Los seguidores de Moisés sostenían que “no procrear es derramar sangre humana”; por lo tanto, el deber de la mujer israelita era evitar el derramamiento de sangre, por lo tanto tenía que mantenerse embarazada.
Pero la llegada de Cristo significó el fin de aquella historia. Para quienes han estudiado los evangelios, Jesús no representó jamás a la fecundidad en el sentido de “crecer y multiplicarse”, que correspondía a la creación de Adán y Eva, o a la tradición judía. La religión cristiana sostiene que Jesús a pesar de ser un hombre completo jamás practicó la tradición judaica, él no mantuvo relaciones sexuales. Es más, Jesús reconoció la posibilidad de esterilidad humana (capacidad de abstinencia sexual) como se lee en Mateo 19,12, para Cristo la fecundidad tiene un sentido espiritual, no carnal.
El ejemplo clásico del dogma cristiano es la fecundidad de María. Sin este elemento fundamental no se puede comprender el significado de la fe cristiana. María engendra a Jesús por fe, nunca por la unión de dos células, jamás hubo unión del espermatozoide con el óvulo en el embarazo de María. Por lo tanto, el concepto de la fecundación cristiana nada tiene que ver con la unión de dos células o gametos. Jesús mismo se pregunta ¿quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos? Él jamás niega la belleza de la maternidad de María quien “es bienaventurada porque ha creído”. Así como María representa la virginidad de la fe, la fecundación, desde una estricta definición cristiana, corresponde a la multiplicación “de los que hacen la voluntad de Dios”.
La segunda palabra a debate: “muerte natural”. Esta palabra que también pretende ser introducida a la Constitución local se presenta sólo por enfermedad o vejez del individuo. Así pues, la condición legal para que exista la “muerte natural”, es la existencia social misma del individuo. ¿Cómo puede tener una muerte natural una persona a la cual no se le reconoce independencia, ni raciocinio; un individuo que no es libre, no está sujeto a obligaciones morales o sociales, y por supuesto que no está ligada a una fe?
El debate es mucho más serio de lo que parece. En él se confrontan dos visiones muy profundas del desarrollo social: la vertiente religiosa sustentada en dogmas de fe y la liberal que adopta la ciencia como su verdad absoluta. En medio de estas visiones filosóficas aparecen los intereses carnales y terrenales del Estado Vaticano, y sus aliados de la política especialistas en la manipulación del pueblo que hacen cálculos políticos creyendo que la sociedad de Aguascalientes permanece ciega y demente.
En México, ninguna institución gubernamental, social, o religiosa aparentemente creada por los dioses, tiene la autoridad suficiente para disponer de la vida de las personas, ni de su muerte. Mucho menos para incriminar a nadie.
Cuando una Iglesia condena la promoción, difusión, e implantación de programas de prevención de embarazos falta a su deber social y traiciona sus principios de preservación de la vida. Cuando las jerarquías eclesiásticas, curiosamente integradas sólo por varones, pretenden imponer a las mujeres la visión judaizante de procrear hijos ofenden su inteligencia; y cuando los sacerdotes pretenden incriminarlas por negarse a concebir un hijo, es entendible que el ser social se rebele y se oponga a seguir los caminos irracionales que la iglesia le impone.
La situación jurídica de los seres que se encuentran en proceso de gestación, no parece un debate social y político privativo de las leyes mexicanas, es más un asunto extraterritorial, de carácter universal que corresponde abordar al derecho internacional.
El derecho a la vida es incuestionable e irrebatible, lo mismo que el derecho a la muerte.
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