Con motivo del día del abogado el Facebook y demás redes sociales se han llenado de emotivos mensajes de felicitación, de muestras de afecto y frases sobre la justicia y el derecho; escasas fueron las notas en contra, aquéllas que hicieran énfasis de la parte funesta del licenciado en derecho, que recordaran que a veces el enfrentarse con ellos no es la parte más agradable en la vida, que los identifican con oscuras y perversas situaciones. En El Puente de los Asesinos Arturo Pérez-Reverte a través de su personaje Íñigo Balboa, narrador de las aventuras del Capitán Alastriste, los identifica con las más tenebrosas formas de actuar del ser humano, como aquéllos que con su sola aparición logran amargarle la existencia a cualquiera: Vestía de negro, como abogado o funcionario… su aspecto recordaba a esos cuervos siniestros a los que sueles encontrar junto a jueces e inquisidores, escribiendo renglones que no tardarán en complicarte la vida.
Y es que además de aquellos malos litigantes que suelen generarnos mala fama al resto del gremio, se encuentran los defensores de causas deleznables, que literalmente con todas las de la ley defienden a sujetos abyectos, a criminales consolidados, a enemigos públicos claramente identificados. ¿Es legítimo el derecho de defensa de todas estas causas? En principio sí, sin embargo el aspecto ético es muy complicado. El caso de Jacques Verges, abogado francés, es icónico: inició defendiendo causas anticolonialista, los casos de argelinos acusados por el imperio cuando éstos buscaban la independencia respecto a Francia (lo que hasta cierto punto podría ser políticamente correcto) sin embargo, y tras su desaparición durante ocho largos años (tiempo en el cual no se sabe qué hizo Verges) cambió radicalmente y su fama y ambición litigiosa lo llevaron a ser el postulante lo mismo de terroristas y criminales como Ilich Ramírez El chacal que de auténticos monstruos humanos como Klaus Barbie, Saddam Hussein o Slobodan Milosevic.
Ciertamente el conflicto ético por defender a criminales de este calibre es complejo, más lo debe ser la vida de una persona que asume de abogado del diablo, Barbet Schroeder (director de La virgen de los sicarios) lleva a cabo un excelente documental sobre Verges, El abogado del terror (L’Avocat de la terreur, 2007) en que narra la vida de este polémico francés con la maestría propia del director galo. A través de diversas entrevistas e investigaciones, incluso apariciones un tanto egocéntricas de Verges, Schroeder logra captar un documento en que la ética juega un papel fundamental, ¿qué convicciones morales puede tener un defensor de esta naturaleza? En la cinta si bien se recuerda tanto las matanzas y graves crímenes de los clientes, también se retoma el fundamental derecho a la defensa justa de cualquier acusado, pero el énfasis viene en la conciencia de Verges. Rodado con una excelente técnica, tiene una secuencia bien estructurada salvo por la parte final donde los casos de sus últimos defendidos (Hussein y Milosevic) apenas y son mencionados muy brevemente.
¿Hasta dónde debería un abogado defender a su cliente? La respuesta es lo mismo sencilla que compleja: hasta donde la ley le permita usar todas las herramientas que el sistema otorga para lograr la absolución o en su caso la mejor condena. Como señalaría en su clasiquísimo Las miserias del proceso penal Francesco Carnelutti El imputado siente tener la aversión de mucha gente contra él, le parece que contra él está todo el mundo… es necesario no sólo pensar en estos casos, sino tratar de meterse en el pellejo de estos desgraciados para comprender su espantosa soledad… la necesidad del cliente, especialmente del imputado, es esta: la de uno que se coloque junto a él, en el último peldaño de la escala. La esencia, la dificultad, la nobleza de la abogacía es esta: situarse en el último peldaño de la escala junto al imputado.
Por esta misma necesidad de estar al lado del inculpado, es que éticamente es permisible utilizar los argumentos necesarios para la defensa; cuando Verges defiende a Barbie su principal alegato era que las acciones del criminal Nazi no eran más violentas que las de cualquier imperio, incluso las de los propios franceses en sus colonias, por lo que no había legitimidad para juzgarlo. El asunto medular desde el punto ético siempre será el mismo, no valerse de mecanismos ilegales para emprender una defensa adecuada.