“Ojalá vivas en tiempos interesantes”. La frase parece contener un buen deseo para el destinatario, pero es todo lo contrario. Se trata de una maldición china. La idea cultural china es que el tiempo de vida es precioso, apreciado, valorado y la intención de que alguien viva en “tiempos interesantes” implica que, la cantidad de sucesos circunstanciales que le toquen a uno a vivir, serán distractores del tiempo de paz y regocijo, de las horas de calma y ocio que uno debería de disponer para entregarse a aquello que uno más disfruta, esto es, el tiempo que a cada quien le brinda las mayores satisfacciones. Así, la maldición de que sean tiempos interesantes es el deseo insano, malintencionado, de que la persona tenga en su tiempo de vida tantos inconvenientes circunstanciales, que el tiempo que le dedique a sus placeres se vea mermado por la atención a otros asuntos. Sin duda, a quienes vivimos en esta época, bien se nos podría decir, pero en un sentido totalmente distinto, que vivimos en tiempos interesantes. ¿Por qué? Porque el mundo ha cambiado vertiginosamente en los últimos 30 años, gracias a los avances tecnológicos e informativos -avances de comunicación será más preciso-, que ahora constituyen parte de nuestras vidas. El teléfono celular, el internet y la globalización, para no explorar el resto de las implicaciones que la tecnología ha impreso un cambio en la cultura humana.
Basta ver cualquier noticiero televisivo para encontrarnos con noticias de Asia, África, Europa, Oceanía y América que antes, no sólo eran raras, sino que muchas de ellas hubieran sido impensables de que algún noticiero de televisión las hubiese podido transmitir con la inmediatez que ahora lo hacen. Y es que el internet y la globalización no sólo han cambiado la imagen que teníamos del mundo sino la forma de hacer negocio. Este mismo diario, La Jornada Aguascalientes, tiene una mayor presencia en internet que la que obtiene por el medio impreso tradicional. Tenemos un mundo más intercomunicado, y los tiempos de los sucesos son más inmediatos, y por lo tanto son prácticamente efímeros. La noticia de hoy durará vigente sólo una semana, si el tema lo amerita, y será sustituida por alguna otra en breve tiempo. El “Story Line” de la televisión se ha convertido en una serie imparable de tópicos sucesivos que han acelerado los tiempos culturales, ora en moda, ora en música, ora en literatura, ora en las ciencias, en la medicina, en la política, etc. Lo que antes digeríamos, en cuestión de información, en meses, ahora se ha vuelto días. Y el flujo de datos que ahora procesamos los humanos alrededor del orbe se ha centuplicado por el nuevo tipo de vida en el que nos ha depositado la tecnología. Cosa que no está mal, sino es únicamente un proceso evolutivo cultural semejante al de los grandes inventos de la antigüedad. Algo semejante le sucedió a la humanidad, por ejemplo, con la invención del libro, que permitió que las ideas se difuminaran con mayor amplitud a un número, entonces impensable, de personas. Parecido impacto tuvieron el telégrafo, el teléfono y los satélites orbitales. El Siglo pasado produjo más cambios en la vida de las personas que los últimos 5 mil años de la humanidad juntos. Esto implica que la cultura humana, en general, en lo universal del término, entró en un torrente, en una vorágine evolutiva.
Sin embargo, subyace –no podía ser de otra manera– la quintaesencia de lo humano, con sus vicios, sus aciertos y costumbres ancestrales. Las intenciones de los individuos, sus sueños y deseos, no han registrado cambio ni mutación desde el principio de los tiempos. Aún podemos ver viejos vicios como los abusos, la avaricia, la corrupción, el deseo de posesión al igual que encontramos intactos los discursos de bondad, de ayuda, de compasión, de solidaridad y, entre todo esto, la más arcana de las búsquedas de nuestra especie: el Sentido de la vida. Y es que la tecnología únicamente es un instrumento. La palanca que pedía Arquímedes para mover al mundo ahora podría ser un sitio web o una cadena de medios masivos de comunicación. Seguimos avanzando y descifrando el mundo, el Universo, nuestra constitución biológica, nuestros mecanismos psíquicos, mentales, intelectuales, pero en el fondo seguimos elevando la misma plegaria a los dioses, seguimos buscando por la misma senda de la ciencia y el conocimiento, sin obtener aún cuál es el verdadero sentido de la vida. Atrapados en la irreconciliable premisa de “vivir para morir”, este absurdo hasta ahora irresoluble, nos sigue atormentando intelectualmente. La tecnología y los avances han permeado en nuestro modo de vida trayendo grandes cambios, pero no hemos resuelto el enigma de estar vivos y conscientes de ello frente al inexorable, al inapelable, forzoso y fatal desenlace de que la vida terminará para nosotros. La obligatoriedad de la muerte, lo ineludible e irremediable de un final de la existencia sigue, aún, gobernando nuestra principal búsqueda que es darle un sentido coherente a la existencia. Ni la más avanzada tecnología, ni la ciencia más desveladora, ni el avance del conocimiento más genial nos han aliviado en nuestro duelo de encontrar el propósito de la existencia. Desde Dioses y Demiurgos hasta “el feliz accidente” de Sir Francis Crik, la necesidad irresuelta persiste al no poder, al no querer enfrentar el fin de nuestra existencia. Vivimos en tiempos interesantes, pero seguimos buscando la verdad sobre nosotros mismos.